5/09/2013

5Sep

Una de las reacciones más notorias a la compra de Nokia por Microsoft ha consistido en emitir lamentos por la desaparición de una compañía que años atrás fue un faro de la tecnología europea. Vale, pero seamos sinceros: ¿a alguien le sorprende este triste desenlace? Desde luego, el proceso no empezó con la llegada de Stephen Elop, en setiembre del 2010. La fábula de una conspiración montada por Steve Ballmer [léase la diatriba que firma Javier Martín en El País] es un ejercicio fantasioso.

¿Pudo haber premeditación? No lo sabemos, si acaso la hubo, el primer responsable fue el legendario chairman Jorma Ollila, que fue a buscar a Elop, desairando a media docena de aspirantes internos. Durante años, estos altos directivos – todos finlandeses – habían predicado que la centenaria empresa se había reinventado tantas veces que volvería a hacerlo, a despecho de Apple. Fue Ollila, no alguien externo a la compañía, el autor de esta enénisma reinvención, cuya consecuencia ha sido desmontar uno de los socorridos mitos sobre la tecnología europea.

Luego, pasó lo que pasó. Los números cantan: bajo el mando de Elop, Nokia perdió por el camino la mitad de su valor bursátil. Si se tratara de otra empresa, hubiera echado al CEO a la calle; en cambio, lo que ha hecho Nokia al cabo de dos años ha sido abrazarse al único salvavidas que tenía a mano.

Dicho brevemente, la venta a Microsoft de su división de dispositivos móviles, es buena para Nokia: 1) se quita de encima la rama que le ha traído la ruina, 2) se deshace sin coste de una parte muy numerosa de su plantilla, 3) conserva la propiedad de lo que fuera Nokia Siemens, saneada y con un enfoque renovado, y 4( retiene el negocio de la antigua Navteq, hoy por hoy el único competidor viable con la cartografía de Google. Claro está que Nokia se ha achicado, con la virtud de que por hacerlo recibe una tonificante inyección financiera. Esto sí que es una reinvención. ¿El impacto de la operación sobre Microsoft? Ah, esa es otra historia, para otro día.


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