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  23/11/2015

23Nov

Que Google (ahora Alphabet) compre una startup no tiene nada de particular: ha absorbido 186 desde el 2001. Que esa empresa de 40 empleados y tres años de existencia sea la última creación del matrimonio formado por Diane Greene y Mendel Rosenblum, fundadores de VMware en 1998, es verdaderamente singular. Porque, por muchos que sean los méritos de la startup adquirida, lo relevante es que se acompaña de la incorporación de Greene a Google, con rango de vicepresidenta a cargo del negocio de empresas, que precisamente es un punto débil de la compañía.

A nadie escapa que el fichaje de Diane Greene es la clave de la adquisición, aunque no se puede descartar que Rosenblum, que se tomó una larga excedencia de su cátedra en Stanford – a la que ahora volverá – para desarrollar Bebop, haya inventado otra vez algo sensacional.

Pocos iniciados sabían de la existencia de Bebop Technologies, cuya actividad se define, sin más detalles, como una plataforma de desarrollo de aplicaciones para la nube. Al desvelar la adquisición/fichaje, Sundar Pichai, CEO de Alphabet (antes Google), ha reconocido explicitamente la necesidad de dar un giro a la oferta cloud de la empresa, y que para darlo no es suficiente el crecimiento orgánico ni basta con aumentar su colección de startups: «Diane comprende muy bien lo que necesitan las empresas, y su experiencia nos ayudará a alcanzar nuestro potencial en el mercado corporativo». El tiempo dirá si esta iniciativa conduce a la segregación de una filial especializada, separada del negocio de consumo.

Del anuncio de Pichai se desprende que el equipo dirigido por la nueva vicepresidenta combinará todo el negocio cloud, incluyendo Google for Work, Cloud Platform y Google Apps, abarcando todas las facetas desde la ingeniería hasta el marketing y las ventas. Puede decirse que esta es la primera gran iniciativa de relieve estratégico que haya tomado Pichai desde que este año fue promovido al puesto de CEO.

Urs Hölzle, VP senior de infraestructura de Google, dijo el otro día, en una conferencia en San Francisco, que los ingresos del negocio cloud serán en 2020 tan importantes como los de publicidad, y la frase fue acogida con escepticismo. Aunque la compañía no desglosa los números de esa actividad, no parece que sean para presumir tan prematuramente. Un informe reciente de Forrester Research concluye que es un competidor secundario en un mercado liderado por Amazon Web Services y Microsoft (Azure), seguidos a bastante distancia por IBM y otros. «A pesar de su escala y de su excelencia tecnológica, Google no ha logrado ser reconocida como un proveedor de servicios IaaS o PaaS, ni siquiera entre las empresas que pagan por sus productos ofimáticos en la nube», advierte la consultora.

La estrategia cloud de Google ha empezado por lo que tenía más fácil: ofrecer a las empresas, en pago por uso, sus aplicaciones ofimáticas. Pero ser realmente un competidor de peso exige jugar en otra liga. Google Cloud Platform, que incluye App Engine y Compute Engine, es una oferta cloud atractiva para startups y desarrolladores, pero está lejos de serlo para las grandes corporaciones que se plantean la migración de cargas de trabajo desde sus datacenter hacia la nube en sus modalidades híbrida y pública.

Greene no sólo comprende las necesidades de las empresas sino que conoce Google por dentro: desde 2012 es miembro del consejo, cargo que conservará en paralelo a su función directiva (aunque tendrá que abandonar la presidencia del comité de auditoría).

Las credenciales de Diane Greene no podrían ser mejores. Fundó VMware y la erigió en líder del mercado de virtualización, hasta que que fue adquirida por EMC en 2004; permaneció en el cargo de CEO más de tres años, hasta que sus discrepancias con Joe Tucci, chairman de EMC, se hicieron insalvables y dejó el puesto a un ex directivo de Microsot, Paul Maritz. Desde ese momento, Greene inició una segunda carrera como inversora, apoyando exitosas startups afines como Cloudera, CloudPhysics y Nicira [que en 2013 sería comprada por VMware]. Su contratación por Pichai es al mismo tiempo un síntoma de la debilidad de Google y de la absoluta necesidad de competir en un mercado del que se espera un acelerado crecimiento en los próximos años.

No es que haya relación de causa-efecto, pero la noticia ha coincidido con otra significativa: la acción de Alphabet ha alcanzado la cotización histórica de 756,60 dólares, nunca alcanzada mientras se llamó Google.


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