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  21/06/2012

21Jun

Por hache o por be, esta semana he dedicado abundante espacio a Microsoft (y aún falta la entrevista de mañana ). El caso es que Microsoft ha puesto el turbo al hilvanar en una semana dos anuncios relevantes para su futuro: la tableta Surface y el futuro sistema operativo Windows Phone 8.

Como se sospechaba, Windows Phone 8 compartirá elementos clave de Windows 8: además del interfaz Metro, que ambas plataformas tienen en común, con el propósito de tender un puente hacia la convergencia entre dispositivos, que los desarrolladores sabrán apreciar. Hasta ahora no era posible, porque Windows Phone 7.5 se basa en la plataforma Windows CE, para sistemas embebidos, con serias limitaciones; en cambio, Windows Phone 8 se construirá sobre Windows NT, por lo que soportará procesadores multinúcleo, entre otras ventajas funcionales.

Más allá de estos detalles técnicos, la buena noticia no es tan buena para todos. Los móviles actuales (WP7), esencialmente de Nokia, no serán compatibles con el nuevo software, esperado para el otoño. La gloria será para el recién llegado, que nacerá con características frescas, pero los dispositivos actuales, en manos del consumidor (o en stock del fabricante o el canal) se convertirán de hecho en obsoletos en pocos meses. Puede uno lamentarlo, y lo lamenta, pero es de una lógica implacable: ningún sistema operativo nuevo tiene contemplaciones con su predecesor (salvo una actualización cosmética, como será el caso). Por cierto, esto no parece tan distinto de lo que a menudo se critica en Android y en el iPhone.


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