Microsoft se ha metido en un jardín, pero al menos tiene un buen motivo: evitar que Windows 7 se convierta en el nuevo Windows XP y llegue a ser un freno para la adopción de Windows 10. La frase anterior no es un juego de palabras: la «nueva política de soporte» es, por lo visto, tan delicada de explicar que ha requerido tres sucesivas «clarificaciones» en pocos días, y no creo que el fallo fuera del mensajero. Durante tres décadas, Microsoft ha respetado un esquema de ciclo de vida de cada versión de Windows, que ahora rompe, aunque sin decirlo así. A Terry Myerson, responsable de la maniobra desde su puesto de VP de sistemas operativos, se le está poniendo cuesta arriba convencer a los clientes corporativos de que es por su bien (el de ellos).
He dicho que el esquema se rompe, pero formalmente Windows 7 seguirá teniendo actualizaciones regulares hasta 2020, aunque sólo si está emparejado con generaciones de procesadores anteriores a la actual, Skylake. Se ha sugerido que esas actualizaciones no serán funcionales, limitándose a resolver ´problemas críticos`, que no es lo que uno espera de un compromiso de soporte decenal. Es posible que a los usuarios individuales no les importe demasiado, porque ya se ha encargado Microsoft de inyectarles el nuevo Windows mediante descargas automáticas, pero muy distinto es el caso de las empresas, invitadas a formar parte del programa GWT (Got Windows 10).
Según los analistas, en las empresas hay expectativas favorables ante Windows 10, entre otras cosas porque Windows 8.1 no les ha convencido. En la práctica, tienden a disociar la compra de hardware y la actualización de su software: para ellas, abordar la transición a Windows 10, debería llevarles más tiempo que desembolsar en nuevos PC su presupuesto de hardware. Lo normal es que cuando se renueva el parque, en los PC ´modernos` se instala inicialmente el sistema operativo ´antiguo` bien conocido por los empleados, y luego se verá cuándo actualizarlo a la nueva versión.
Así fue como Windows XP se eternizó en el seno de las empresas, que sólo espabilaron al acercarse la fecha en que Microsoft dejaría de darles soporte. Impedir que ocurra lo mismo con Windows 7 – cosecha del 2009 – es fundamental, porque funciona satisfactoriamente y representa el 55% del parque total de Windows, lo que puede traducirse como un factor de estabilidad a medio plazo. Por tanto, la migración podría ser más lenta de lo que conviene a Microsoft
Acelerar la adopción de Windows 10 conlleva alinearla con la renovación de la base instalada de PC; por esto se insiste tanto en que ya hay 200 millones con Windows 10 y que «esperamos alcanzar a final de años 300 millones, que nos van a reclamar un soporte duradero y de calidad», en palabras de Terry Myerson. Este declaraba días atrás que su plan pretende «cerrar la brecha entre el entusiasmo de los usuarios por el nuevo hardware y su satisfacción con el software anterior». La relevancia de esta declaración es obvia por venir de quien ostenta el cargo de vicepresidente ejecutivo del denominado Windows and Devices Group.
Retener la versión de Windows anterior, que ha sido práctica corriente en las empresas, no será posible con los todos los PC basados en Skylake. O sí lo será para algunos, pero sólo durante 18 meses. Mientras que esta generación de hardware viene de fábrica preparada para correr Windows 7 (o Windows 8.1), los futuros PC basados en Kaby Lake (Intel) o Bristol Ridge (AMD) sólo funcionarán con Windows 10, sin compatibilidad regresiva.
Es un hecho que las ventas de PC siguen cayendo, pese al estímulo que, se suponía, debía aportar la disponibilidad simultánea de Windows 10 y Skylake. Para que la «nueva política de soporte»no parezca precipitada, Microsoft ha concertado con la industria una «robusta lista de opciones» para quienes prefieran conjugar el último hardware con las dos versiones anteriores de Windows. La lista – al menos la publicada hasta ayer – peca de escasa, ya que comprende tres modelos de Lenovo, dos de HP y tres de Dell, únicos que Microsoft ha testeado para corroborar el funcionamiento de los drivers y el firmware asociado a Windows 7. Incluso para ellos, el soporte está asegurado hasta el 17 de julio de 2017.
Aparentemente, esta transición está reservada a las empresas y no incluye a los consumidores. Tradicionalmente, estos han servido como conejillos de cada versión de Windows, pero esta vez la táctica invierte los papeles: la acogida de Windows 10 que obtenga dentro de las empresas será determinante para el éxito de un sistema operativo que representa una nueva estrategia de Microsoft.
Oficialmente, el argumento de Microsoft sostiene que está haciendo lo correcto para ofrecer a los usuarios una mejor experiencia. puesto que los nuevos PC no han sido diseñados pensando en Windows 7 sino en Windows 10. Es un buen argumento, pero ¿cómo será recogido por sus destinatarios?
Es pronto para sacar conclusiones. Escribe Mary Jo Foley, que desde luego sabe más que yo: «creo imaginar que muchas empresas se echarán atrás en sus planes [de renovación de PC] hasta tener preparada la migración simultánea al nuevo hardware junto con el nuevo software». Pero añade algo que – en mi opinión – es la clave de la película: «el resultado puede ser contradictorio […] menos compras de PC con Skylake por parte de las empresas que confiaban en su compatibilidad con Windows 7».
No me resisto a reproducir la opinión de Wes Miller, analista de Directions on Microsoft: «lo que hasta la llegada de Windows 10 era considerado un buen PC se aleja de lo lo que ahora es un buen PC… bienvenidos al mundo de la ingeniería conjunta de hardware y software».