Los departamentos de asuntos públicos se hacen más visibles en las estructuras de las empresas de tecnología, solapados entre los servicios jurídicos y las relaciones públicas. Sus presupuestos aumentan, porque los problemas proliferan. Publicidad, privacidad, ciberseguridad, patentes, fiscalidad, inmigración, energía, drones, wearables, protección de datos y pagos móviles son algunos de los dosieres que maneja un ejército de lobistas. A veces, las empresas tecnológicas forman alianzas en unos temas pero lo más frecuente es que sus intereses sólo coincidan, como ahora, en considerar que la vigilancia de la NSA ha sido nefasta para sus estrategias corporativas.
En Estados Unidos, influenciar en las decisiones políticas es considerado como una inversión tan legítima como desvelar preferencias ideológicas o contribuir a campañas electorales. Y el lobby es un negocio moderadamente regulado que, según los registros formales, mueve 3.200 millones de dólares en Estados Unidos (dato final de 2014). Las empresas de TI detentan la tercera plaza, con 380,4 millones, precedidas por los sectores financiero y sanitario. ¿En qué y quiénes se gastan ese dinero?
Un paradigma es Apple, quinta del ranking del sector: ha pasado del olímpico desprecio de Steve Jobs por los políticos a dedicar 4,1 millones de dólares en 2014 (un 24% más que en 2013) para contrarrestar las suspicacias de Washington hacia, entre otros asuntos, el control sobre los datos de usuarios de sus productos, entre ellos HealthKit y el smartwatch próximo a aparecer.
Apple es sólo una de las diez empresas de esta industria que más dinero destinan a actividades de lobby. La que más, Google, que el año pasado gastó 17 millones y tiene una vasta oficina de representación en el DC, calle I entre 11 y 12, dirigida por una ex representante republicana, Susan Molinari. En el ranking del Centre for Responsive Politics – sin sumar las contribuciones a campañas políticas – aparece en segundo lugar Facebook, con 9,3 millones (6,4 millones en 2013), que publica un detallado informe de su actividad para ´evangelizar` a los legisladores acerca de asuntos vitales para ella, como la privacidad y la seguridad, o incluso lograr apoyo diplomático en los países que le ponen trabas.
Amazon tiene varios tentáculos en la capital estadounidense: por un lado, necesita contrarrestar las críticas de sus competidores Microsoft e IBM, disconformes con que la CIA le haya otorgado un contrato de cloud, pero en su faceta comercial se ha visto envuelta en controversias acerca de su proyecto de entrega de paquetes mediante drones, o el mínimo de edad autorizado para comprar aplicaciones. Jeff Bezos tiene una baza adicional que jugar: en su condición de propietario del Washington Post, se le ve a menudo comiendo con políticos en la ciudad donde se hacen las leyes.
Históricamente, Microsoft ha dedicado mucho dinero a actividades de lobby y, pese a ello ha encajado varias derrotas, pero últimamente parecen haber remitido sus contenciosos: su gasto en Estados Unidos ha bajado de 9,5 a 8,2 millones de dólares. En Europa, no obstante, sigue siendo la primera de la lista compilada por Lobby Facts, con 4,5 millones de euros. Un caso curioso es Huawei, a la que el registro europeo de transparencia atribuye un gasto total de 3 millones de euros, en contraste con los modestos 300.000 dólares que habría dedicado en Estados Unidos a combatir, infructuosamente, la hostilidad política que afronta desde hace años.
Aunque los medios norteamericanos suelen quejarse del acoso al que estarían sometidas las empresas de su país en una Europa demasiado regulada, su esfuerzo de lobby en Bruselas es limitado: en total, los 10 primeros de cada lista han gastado 18 millones de euros en Europa y el equivalente a 53 millones de euros en Estados Unidos. Una desproporción que puede explicarse porque en Estados Unidos, la política está imbricada en su contexto operativo. Las múltiples ramificaciones del caso Snowden, y la presión de la Casa Blanca para que las empresas de Internet colaboren con su política de ciberseguridad son temas que tienen gran calado, como ha demostrado la tibia, más que tibia acogida, que ha merecido la semana pasada la visita de Barack Obama al Silicon Valley, territorio donde tuvo en tiempos grandes valedores que ahora prefieren eludirlo.