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  16/10/2018

16Oct

Hoy toca lo que más me gusta, escribir sobre economía. Ya saben que personalmente, la bolsa me importa una higa, pero he tenido que preguntarme por las posibilidades racionales de otra sacudida bursátil que se produzca en cualquier momento como  réplica del hundimiento de la semana pasada. La jornada del miércoles 10 fue la peor que se recuerde desde 2011. No ha sido un accidente ni un golpe especulativo. Los  inversores empiezan a reconocer la existencia de tres realidades: 1) las acciones no van a seguir subiendo como lo han hecho hasta ahora, 2) el dinero dejará – gradualmente – de ser casi gratis para quien merezca crédito y 3) la guerra comercial entre Estados Unidos y China ya afecta la cadena de suministros que articula la actividad productiva de las empresas.

Ahora bien, sería estúpidamente prematuro avalar a quienes ya están hablando de una inminente segunda recesión. Lo que tenemos es la primera señal de una corrección bursátil duradera. Las acciones volverán a caer pero no se ven los motivos para que vuelvan a subir pronto. Venimos de un largo período en el que la generosa inyección de liquidez apuntalaba el precio de los activos financieros y lo que se abre ahora es una fase en la que los analistas recomiendan prestar suma atención a los parámetros fundamentales de las empresas: jugar con la tradicional alternativa de acciones versus bonos – nos dicen – no vale como estrategia.

Quede claro que no se trata de fenómenos exclusivos del sector tecnológico, pero es innegable que a favor de la corriente ciertas empresas se han sobrevalorado por encima de sus resultados y han arrastrado a otras que lo merecían aún menos. El grupo de élite, cuatro compañías cuyo valor individual en bolsa excede el medio billón de dólares – Apple, Amazon, Microsoft y Alphabet – han bajado de golpe 200.000 millones.  La que fuera primera en cruzar el listón del billón, ha logrado por los pelos mantenerse en ese filo, mientras que Amazon tendría que trepar otra vez un 16% para recuperar ese umbral. Facebook se ha pegado un tiro en el pie, Netflix es muy dependiente de capitales externos. Dejemos de hablar de FAANG.

El shock  del miércoles 10 ha sido el peor desde que Donald Trump ocupa la Casa Blanca, y coincidente con el inicio de la campaña por las elecciones de mitad de mandato. Como es un bucanero inmobiliario ególatra, se ha convencido de que la larga escalada de Wall Street es mérito suyo y cualquier contratiempo se debe a los errores ajenos.

Sólo esto puede explicar el exabrupto de calificar como “locura” la decisión de la Reserva Federal de ir retirando  poco a poco las muletas monetarias en las que se ha apoyado la recuperación de la economía estadounidense desde 2009.  Jerome Powell, el presidente de la Fed ha subido una pizca los tipos el 26 de septiembre; en sus discursos ha dicho que pretende seguir subiéndolos hasta colocarlos ligeramente por encima del nivel que se considera neutral, de manera que no estimulen ni restrinjan per se el crecimiento.

Ahora se ve con más claridad que la política fiscal de Trump – un placebo para algunas empresas y para otras una oportunidad de sedar a sus accionistas – era un instrumento innecesario en un país con un déficit gigantesco y con prácticamente pleno empleo. A corto plazo, el estímulo generado por la reducción de impuestos ha creado demanda añadida que la Fed trata de atemperar normalizando la política monetaria.

Si a lo anterior agregamos el brutal experimento de confrontación con China – primer proveedor de Estados Unidos y a la vez su mayor acreedor – está más que justificada la ansiedad de los inversores y la volatilidad que esta genera. Una guerra comercial pone luces largas, pero los mercados quieren visibilidad a corto. Y la tensión en el frente comercial no hace más que aumentar las incertidumbres que rodean la transición de la economía estadounidense y mundial.

La mayor incertidumbre concierne a China, perdedora en las escaramuzas iniciales. Los datos disponibles indican una desaceleración de su crecimiento y, como consecuencia, su gobierno está dejando que el yuan se mueva desde una paridad con el dólar de 6,24 en marzo a 6,92 la semana pasada; Xia Le, analista en Hong Kong del BBVA, califica el movimiento como “gestión de expectativas para cruzar la barrera de 7:1 por primera vez en una década sin provocar el pánico”.

Hay aspectos que no están claros: 1) la paridad del yuan no bastaría para contrarrestar los aranceles estadounidenses y 2) podría, en cambio, desatar la huída de capitales que, a su vez, pondrían el sistema financiero global en una situación inédita. A priori no es razonable esperar que China siga el camino de otros países (Corea, México y Canadá) que han hecho concesiones para satisfacer a Donald Trump; ni se adivina qué concesiones podrían satisfacerlo.

No me tomen por agorero, pero será mejor recapitular las nubes que nos cubren en este momento: la economía china pierde gas y la europea (empezando esta vez por Alemania) desacelera, se vaticina un descenso de los beneficios de las empresas, el petróleo sube de precio, el déficit fiscal de Estados Unidos está al borde del billón de dólares y los mercados emergentes vuelven a sus dolores del pasado. ¿Alguien cree seriamente que podemos seguir hablando todo el día y cada día de ´transformación digital` como si tal cosa? Hasta mañana,

Norberto


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