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  12/01/2017

¿Qué se puede esperar de Donald Trump? (y 3)

Forges ha conseguido ilustrar con fino humor el desprecio que le merece Donald Trump. Más difícil lo tenían los directivos presentes en la reunión del presidente electo con la élite de la industria de las TI, en la que estaban cinco de las empresas con mayor valor bursátil. A la derecha de la foto, el semblante de Tim Cook revela su comprensible incomodidad con alguien a quien, si por él fuera, no habría conocido jamás. Y no sólo ha sido el CEO de Apple: con los matices ideológicos que se quiera, el encuentro ha sido la primera manifestación pública de una actitud pragmática por ambas partes: Trump sabe cómo seducir con la promesa de una reforma fiscal que Obama les negó.

Las grandes tecnológicas representan aproximadamente la mitad de los activos líquidos que las corporaciones no financieras mantienen fuera de Estados Unidos. Si el próximo presidente cumple lo que ha sugerido, el coste de repatriar ese tesoro se recortaría del 35% al 15%, pero no lo van a conseguir sin contrapartidas. Para empezar, ya simulan una cordialidad que suena interesada.

En capítulos anteriores de esta serie se han analizado las repercusiones que las políticas económica y exterior de Trump puedem tener sobre el sector de las TI. Como colofón, se ha dejado para el final un desglose de tales efectos para algunas de las empresas más significativas.

Entre todas las compañías a las que Donald Trump ha vapuleado durante la campaña [eso que eufemísticamente llaman retórica electoral], Amazon y su fundador, Jeff Bezos encabezan la lista de enemigos con los que se antoja difícil una reconciliación. «Si Amazon tuviera que pagar impuestos justos – dijo un día el candidato bocazas – su acción se hundiría hasta valer lo mismo que una bolsa de papel». Aquel día, Bezos se burló tuiteando que reservaría una plaza a Trump en un futuro vuelo espacial de su empresa Blue Origin: #sendDonaldtospace era el hashtag.

Pese a este antecedente, Peter Thiel, que actuó como celestina del encuentro, invitó a Bezos, cuya ausencia hubiera cantado demasiado. El factotum de Amazon es un garbanzo negro por dos razones: 1) Trump considera que Amazon es culpable de la ruina de una parte del pequeño comercio, que no ha podido aguantar la competencia, y 2) Bezos, a título personal, es propietario del Washington Post, que ha hecho campaña contra Trump y tras las elecciones sigue dando caña cada día. La verdad es que Bezos no necesita favores de la Casa Blanca, pero tendrá más difícil que Amazon Web Services consiga contratos gubernamentales de servicios cloud en la puja con Microsoft e IBM.

Por su lado, Alphabet/Google ha tratado de mantener una distancia prudencial durante la campaña. Pero la idiosincrasia de Trump le ha llevado a propagar la teoría conspirativa según la cual el buscador manipuló sus algoritmos para que, mediante la función de autocompletar, se suprimieran los contenidos negativos para Hillary Clinton. Por otra parte, el chairman de Alphabet [y jefe de su diplomacia], Eric Schmidt, ha formado parte del círculo íntimo de Barack Obama. Anatema. Si Trump quisiera castigar a Alphabet, lo tendría fácil: la empresa está en la mira de los reguladores de medio mundo, y hasta ahora ha sido defendida por la administración Obama.

Todas las miradas se enfocan ahora en Apple, protagonista de algunos de los discursos más hirientes de Trump. Dos han sido los argumentos centrales: la fabricación en China y el empeño de Cook en resistir las demandas del FBI para eliminar el cifrado de los datos del iPhone [el llamado caso San Bernardino]. Al menos de palabra, el candidato Trump ha amenazado con imponer un tributo del 45% a las importaciones de móviles fabricados en China; como presidente, tendría facultades para hacerlo al margen del Congreso, pero sentaría un peligroso precedente.

Cook ha dicho muchas veces que Apple compra en Estados Unidos tantos componentes como puede, pero el país carece de las habilidades que se necesitan para fabricar un aparato tan sofisticado como el iPhone. En contraste, tiene una fábrica en Arizona donde se producen ordenadores Mac, y en estos días ha trascendido que estudia la posibilidad de ampliar esa factoría. Una variante eventual sería que Foxconn, su proveedor chino, traslade a Estados Unidos algunas funciones de producción sólo para servir al mercado local. Sabedor de que está en la línea de fuego, Cook se prepara para tragar sapos con tal de ahorrarse la factura fiscal para repatriar una parte sustancial de los 216.000 millones que Apple mantiene en bancos extranjeros.

Facebook se ha encontrado con una cadena de contratiempos que no esperaba. Nunca ha pretendido ocultar la hostilidad de su línea directiva y la mayoría de sus empleados hacia Trump. Una baza de la que se valió el equipo de campaña para acusarla de usar su red para perjudicar al candidato republicano. Internamente, emergieron críticas por lo contrario, de modo que la polémica acerca de las fake news sigue coleando; el riesgo que corre Mark Zuckerberg es verse atrapado entre dos bandos. Por si acaso, ha evitado sentarse a la mesa de Trump, y se hizo representar por Sheryl Sandberg, su mano derecha. Sandberg, que fue alta funcionaria con Bill Clinton ha hecho ostensible su rechazo hacia el machismo del magnate, así que esta interlocución será limitada. Lo probable es que la nueva administración evite enemistarse con Facebook, cuya fluidez podría compensar el hostigamiento de los medios tradicionales.

Probablemente Cisco haya tenido la posición más cautelosa entre todos los invitados. Su CEO, Chuck Robbins, había dejado escrito en su blog que «el presidente electo ha sido un candidato business-friendly, con un programa de desarrollo económico, y esto siempre es algo bueno para las empresas, pero llevará tiempo apreciar la ejecución». Está claro que Robbins quería ir a la reunión con pies de plomo, porque su antecesor, John Chambers, un republicano moderado, dijo haber votado por la candidata demócrata.

La promesa de reforma fiscal es un señuelo atractivo para Cisco, que tiene aparcados 60.000 millones fuera del país. Pero la compañía alberga una inquietud de la que prefiere no hablar: si la administración Trunp se embarcara en una ofensiva contra China, Cisco sería (junto con Apple), la primera víctima de represalias.

A propósito de China, será interesante observar lo que pase con Alibaba. A priori podría ser castigada por el proteccionismo trumpiano. Necesita el mercado norteamericano para proseguir sus ambiciones globales, y esta es una buena razón por la que en su día eligió cotizar en Wall Street. Jack Ma, su enigmático fundador, ha tenido los reflejos de comparecer esta semana en Nueva York y fotografiarse con Donald Trump. Su modelo de negocio se basa en el hecho de que los consumidores chinos compran en su portal grandes volúmenes de artículos de marcas estadounidenses. Lo que ayuda a recordar muchas compañías chinas – no sólo tecnológicas – compran productos norteamericanos, y cualquier veto tendría nefastas consecuencias económicas.

Satya Nadella, que hace 30 años llegó a Estados Unidos como estudiante extranjero y se benefició de una visa H-1B para encontrar empleo [primero en Sun, luego en Microsoft] hubiera sido el más indicado para hacer ver a Trump una de las reivindicaciones de la industria de las TI. Desde el día siguiente a las elecciones de noviembre, Nadella se comprometió a trabajar lealmente con la nueva administración, dejando constancia de que seguirá defendiendo una política de diversidad e inclusión.

La CEO de IBM, Ginni Rometty, ha sido criticada en público por varias directivas de la compañía, que le reprochan su condescencia con el soez futuro presidente. Claro que Rometty tiene su propia agenda: ha difundido una carta abierta en la que se apresura a prometer la creación de 25.000 puestos de trabajo en EEUU durante los próximos cuatro años y una inversión de 1.000 millones en formación. Su propuesta es modifica la ley Perkins, que regula el sistema de formación ocupacional, que considera envejecida.

Según la tesis de Rometty – bastante extendida en el sector – la enseñanza universitaria no está suficientemente alineada con las necesidades de reclutamiento de las empresas. Los empleos deberían venir de un nuevo modelo educativo, destinado a producir lo que ella llama new collar [ni blanco ni azul, por lo que se ve]. No ha faltado quien recordara que en los pasados cuatro años, IBM ha prescindido de 54.000 puestos de trabajo y ha externalizado funciones fuera de Estados Unidos .

Curiosamente, ha sido otra mujer, Safra Catz, quien más pareció acercarse a las políticas defendidas por Donald Trump: la co-CEO de Oracle ha sido el primer fichaje de este en la industria TI para formar parte de uno de esos consejos asesores, más o menos decorativos, en los que la Casa Blanca suele dar cabida a representantes del mundo corporativo.

Donald Trump asumirá la presidencia el 20 de este mes. Es pronto para conocer hasta dónde puede llegar la sintonía, obligadamente cortés, que ha empezado a construir con la élite tecnológica. Tras el estupor del 9 de noviembre, las convicciones políticas de cada cual, que sin duda las tienen como ciudadanos, dejan paso a los cálculos de conveniencia. ¿A alguien le extraña?


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