Ha dicho Peter Thiel que a Donald Trump hay que tomarlo «en serio, pero no literalmente». Thiel, un reaccionario de campeonato, fundó Pay Pal, se sienta en el consejo de Facebook y es miembro del comité de transición del presidente electo, quien le confió la organización del primer encuentro con la flor y nata de la industria de las TI. La onda expansiva del resultado electoral sigue reverberando, y su impacto dista de ser predecible. Los primeros indicios confirman que Estados Unidos – y por ende, el mundo – experimentará cambios profundos que exceden lo habitual en toda transmisión de poderes. La segunda y la tercera crónicas de la serie abordan los efectos directos sobre el sector.
Para empezar, las diferencias de fondo entre Barack Obama y Donald Trump han creado una incertidumbre que, como sensación atmosfética, no contradice la evidencia de que desde el día siguiente a la elección de Trump los índices bursátiles se han comportan con optimismo que ha sido bautizado como ´Trump bounce`. Es decir, un alza sin precedentes, que según un analista evoca los animal spirits de que hablaba Keynes, esos instintos emocionales que se sobreponen a las circunstancias objetivas de la economía.
El espectacular alza bursátil resulta hasta cierto punto sorprendente: según las ratios habituales (en particular el PER), los valores medios ya eran elevados antes de la elección. La explicación podría residir en las expectativas de que con las políticas de Trump las empresas mejorarán sus beneficios o, cuando menos, dispondrán de una inyección fiscal que les permitirá remunerar mejor aún a sus accionistas. Pero bien podrían haber agotado su recorrido alcista, advierten los escépticos. Sobre todo si algún dislate de política exterior debilitara la confianza temporal de Wall Street.
Por ahora, los inversores parecen convencidos de que se abre una oportunidad que les puede proporcionar ganancias en 2017. Se han fijado en tres promesas de Trump (candidato), si bien reconocen que no necesariamente serán cumplidas por Trump (presidente): reforma fiscal, desregulación, inversión pública. Si Trump tiene realmente un plan y un equipo para articularlo, y si logra que pasen por el Capitolio [dominado por republicanos que no son exactamente sus amigos], entonces podrá contar con el apoyo sincero de los sectores empresariales presuntamente beneficiarios de esas políticas. De momento, hay oportunismo y a ver qué pasa tras el 20 de enero.
No todas las acciones cotizadas han gozado del ´Trump bounce`: notables excepciones han sido Alphabet, Apple, Cisco y Facebook, que per se dan una pauta para el análisis. Cuando se habla de distanciamiento entre Trump y Silicon Valley [aunque no todas las involucradas tengan allí sus sedes] lo que se está diciendo es que hay cuatro grandes asuntos en los que la política de la nueva administración puede influir en sus operaciones: comercio internacional, inmigración, fiscalidad, y neutralidad de las redes (a las que se podría añadir las incógnitas sobre cibersguridad).
Antes de seguir adelante, conviene repasar la reunión con Donald Trump. Las posiciones alrededor de la mesa fueron orquestadas con cálculo semiótico por Thiel. A la derecha de Trump – con el vice electo en medio – Sheryl Sandberg (Facebook), Larry Page (Alphabet) y Jeff Bezos (Amazon); hacia el flanco izquierdo, Peter Thiel, Tim Cook (Apple) y Safra Catz (Oracle). Por cierto, en uno de los lados de la mesa se sentaban Ivanka Trump y su marido, cuya influencia empieza a suscitar críticas. Otros invitados fueron Ginni Rometty (IBM), Chuck Robbins (Cisco), Brian Krzanich (Intel) y Satya Nadella (Microsoft).
Las ausencias son expresivas. Fue omitida de la lista Meg Whitman (Hewlett-Packard Enterprise), conspicua republicana que antes de las elecciones dijo que votaría a Clinton y no a un «demagogo insoportable». Tampoco fueron invitados Marc Benioff (Salesforce), Travis Kalanick (Uber) y Reed Hastings (Netflix), aparentemente por haber apoyado a la candidata perdedora. El fundador de Twitter, Jack Dorsey, fue excluído presumiblemente por haber vetado algún tuit incendiario del abanderado republicano.
No hubo representantes de los operadores de telecomunicaciones, a los que Trump reserva una agenda específica bastante complicada. Durante la campaña, prometió bloquear la fusión de AT&T y TimeWarner, pendiente de autorización, e incluso se declaró favorable a que Comcast y NBC Universal deshagan su matrimonio aprobado en 2013. Al menos de palabra, el nuevo presidente no sería partidario de la concentración de los medios ni de su combinación con las telecos. Sin embargo, Trump ha tomado partido por la posición de estas en materia de neutralidad de las redes, y todo indica que rectificará la legislación heredada de la administración Obama. Un nuevo presidente de la Federal Communications Commission (FCC) y otro conservador en el Tribunal Supremo sellarían la defunción de unas reglas que fueron recibidas con entusiasmo por las empresas de Internet y recurridas por las telecos.
En el Silicon Valley – por nombrar así genéricamente a la industria de las TI – se reivindica desde hace tiempo algo que choca frontalmente con el programa electoral de Donald Trump: la restricción de visados H1-B haría mucho más difícil contratar personal extranjero formado en las universidades de Estados Unidos, y endurecería las condiciones para que florezcan startups creadas por inmigrantes [la mayoría de las que han llegado a valer 1.000 millones o más tienen al menos un cofundador que no ha nacido en Estados Unidos].
Hay unanimidad. en que la escasez de talento sería la verdadera barrera para seguir innovando. Pero Donald Trump es un perfecto ignorante en la materia [todo lo que sabe de tecnología es cómo improvisar un tuit] con una visión de la economía que es tributaria de la industria tradicional, rebozada en harina de Goldman Sachs. Sin contar con el rechazo que suscita su pretensión de crear un registro de inmigrantes musulmanes. La NVCA (National Venture Capital Association) ha escrito una carta abierta muy comedida al presidente electo sugiriendo medidas que favorezcan, en lugar de obstaculizar, el flujo de capitales hacia la economía digital.
Otra materia relevante y de alcance más amplio, es el proteccionismo que anida en la cabeza de Trump, sus asesores y sus votantes. Basta un ejemplo para entender por qué esa visión inquieta a las empresas de TI: estas consideran que la ruptura de las negociaciones para firmar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) es una ocasión perdida para sentar nuevas reglas globales que promuevan el crecimiento de la economía digital a escala global. Según ellas, el TPP representaba la primera vez en que Estados Unidos ha estado a punto de inscribir en un instrumento de comercio internacional los principios de Internet abierta, los flujos digitales transfronterizos y así contrarrestar la vigencia de normas [de inspiración europea, aunque no se diga] que obligan a que los datos se mantengan dentro de las fronteras nacionales.
Ni una sola vez en la campaña, Trump mencionó a Taiwan, pero apenas ganadas las elecciones sus movimientos tienden al rechazo del principio One China, reconocido por Richard Nixon en 1972. Sería, de producirse, un giro histórico: la distensión entre China y Estados Unidos contribuyó al debilitamiento de la Unión Soviética hasta su disolución. La retórica antichina de Trump y sus acólitos coincide curiosamente con la calidez que dedican a Vladimir Putin.
Así las cosas, antes de pasar al tercer post de la serie, no estará de más reproducir aquí la opinión de Aneil Rakity, director de la consultora británica Ovum. «A corto plazo, predecimos una ralentización de las decisiones de inversión de las grandes compañías internacionales, que esperarán a tener una mejor comprensión de las intenciones de la nueva administración estadounidense […] La incertidumbre se mantendrá como poco hasta mediados de 2017, fecha en que se verá la realidad de lo que piensa hacer con las materias más sensibles de su programa». Continuará.