Durante julio y agosto, con una desconexión informativa más aparente que real, Huawei no ha dejado de ser noticia. Atrapada por la guerra comercial entre Estados Unidos y China, sufre en su papel de víctima propiciatoria. El único alivio, aunque provisional, es que Donald Trump, por consejo de sus asesores, ha renunciado a incluir a Huawei en la agenda de las negociaciones bilaterales que se reabrirán en octubre. Entretanto, imposible fingir normalidad, Huawei se prodiga en anuncios: su procesador Kirin 990 y, la semana próxima en Munich, el smartphone Mate 30. A continuación, un intento de reconstrucción razonada de lo ocurrido en este conflicto mientras algunos estaban de vacaciones.
De momento, una prórroga hasta el 19 de noviembre le permite seguir comprando componentes a empresas estadounidenses, pero no hay que confundirse: la política de Donald Trump, errática en tantos asuntos, es determinante cuando se trata de Huawei. Sólo que por el camino ha topado con una realidad: las presiones de la industria le han hecho ver la conveniencia de extender por 90 días el mecanismo que ampara el comercio con China, por temor al naufragio de la temporada navideña.
Tanto en el fondo como en la forma, Trump no se ha movido su objetivo, aunque la bolsa está dispuesta a creer en una próxima distensión. El presidente se ha propuesto ralentizar el avance tecnológico chino en aspectos clave que aparejarían una ventaja insalvable sobre una industria estadounidense que perdió hace tiempo su pulso innovador precisamente por dejar la iniciativa en manos de China. O bien es demasiado tarde para reaccionar o bien puede tener un coste insoportable.
Recapitulando, así fue la secuencia. Huawei se vio empujada a comienzos de julio a emitir un comunicado rechazando las alegaciones de violación de propiedad intelectual. Un tribunal de Texas había dictaminado que era culpable de apropiarse de secretos de una startup de poca monta. Curiosamente, no decidió aplicar sanción económica, a lo que Huawei respondió recordando que jamás ha sido condenada a pagar una multa (lo que no deja de ser una respuesta ambigua). El incidente se quedó en poca cosa, carnaza para tuiteros venales.
No obstante, cualquier chispa puede avivar las ascuas encendidas por Donald Trump. Su administración acusa a Huawei, sin presentar pruebas, de estar al servicio del espionaje chino. En alguna medida podría ser creíble; los intereses estratégicos de China y Estados Unidos son contrapuestos en muchos asuntos mundiales, pero salta a la vista que esta dramaturgia tiene como objetivo forjar las mejores condiciones en las negociaciones entre ambos países. Que, por cierto, se reabrirán en octubre. Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
Con este panorama, Huawei se prepara a marchas forzadas para las peores hipótesis. A finales del mismo mes anunció su decisión de invertir cientos de millones en el desarrollo de un procesador para servidores basado en la arquitectura ARM. La idea matriz sería compartir con la firma británica el diseño de más productos como el procesador Kunpeng 920, que Huawei fabrica con tecnología de 7 nanómetros y destinado a cargas de trabajo cloud y tareas de inteligencia artificial. Crear un vínculo estable con ARM se puede ver como una maniobra preventiva ante la eventualidad de que Reino Unido se sume a los deseos de Trump.
La sorpresa (relativa) saltaría poco después con la presentación de resultados. En la primera mitad del año, con el viento en contra, Huawei aumentó sus ingresos un 23% (401.300 millones de yuanes = 58.300 millones de dólares). En parte porque una ola de patriotismo, rebote del veto trumpiano, logró que su cuota en el primer mercado de smartphones subiera del 28% al 38% y en el cómputo mundial vendiera 4,3 millones de unidades más.
El verano seguía calentito cuando Huawei comunicó la inversión de 800 millones de dólares en Brasil, que probablemente se destinará a producir smartphones para el mercado regional – ya tiene en el país una planta que fabrica equipos de redes – y creará un millar de empleos adicionales.
Quedó hueco para filtrar a la prensa la prosa de Ren Zhengfei, fundador de la compañía. En una carta a los 180.000 empleados de Huawei, reconocía la extrema dureza de la situación y aleccionaba a su tropa en tonos épicos. Dejando caer un detalle: advertía Ren que está en borrador una reorganización que debería estar completa en tres año, o en cinco. El mensaje implícito es que nada volverá a ser como antes.
Obsérvese que Huawei se revuelve como gato panza arriba. Para la delicadísima faena de lobby en Estados Unidos ha contratado al bufete Sidley Austin, el mismo que ya representa a Meng Wanzhou, retenida en Canadá mientras se tramita la petición estadounidense de extradición.
Fue por esas fechas cuando el departamento de Comercio extendió por 90 días el plazo para otorgar permisos de exportación a las empresas estadounidenses que venden componentes a Huawei. Al parecer, nadie había caído en la cuenta de que, sobre un total de 70.000 millones de dólares gastados en componentes, un 18% beneficiaba a empresas como Qualcomm, Intel o Micron.
La prórroga parece concebida para dar margen a que estas empresas (y otras más frágiles) tengan un respiro antes de adaptarse a las nuevas circunstancias. Más allá del apaño, Trump sigue y seguirá buscando cómo romper las cadenas logísticas entre China y Estados Unidos, en la convicción de que así debilitará al contrincante.
Como si buscara que no se interprete la prórroga como una concesión, se ha añadido a la lista negra unas 40 empresas participadas por Huawei. En particular, once centros de la red de I+D que tiene fuera de China. A lo que Huawei ha replicado con otro anuncio: invertirá 1.400 millones de dólares en construir un centro de I+D gigante pero en Shanghai.
Es obvio que la imagen pública de Huawei en los mercados occidentales está enfocada en sus dispositivos de consumo. A mediados de agosto se supo que Mate X, el smartphone plegable que asombró en el pasado Mobile World Congress, se retrasará sin fecha. Al mismo tiempo, dentro de China, ha presentado un dispositivo 5G con chips desarrollados por su filial HiSilicon (lo que significa que no necesita a Qualcomm). Según su comunicado, más de un millón de personas se han apuntado en la lista de espera.
Aunque no compense del todo los perjuicios, fortalecer su posición en su mercado interno es esencial para Huawei. Esto lleva a algunos analistas a advertir que la ofensiva de Trump podría engendrar un monstruo más peligroso que el que cree estar destruyendo: es verosímil imaginar una fractura entre los mercados occidentales y los asiáticos, dejando estos al alcance de la hegemonía china.
Sin entrar por ahora en el papel – seguramente no deseado – que toca a Google en esta batalla, es sabido que Huawei prepara un simil de la plataforma Maps, optimizada para las ciudades asiáticas. De momento, no pasa de ser una prueba para tantear la reacción de los desarrolladores.
Por otro lado, en su negocio de redes, el bloqueo estadounidense apenas ha afectado a Huawei. Ha dicho Ren Zhengfei que antes de acabar 2020 se ha comprometido a entregar más de dos millones de estaciones base. La consultora Dell´Oro ha estimado que en el primer semestre Huawei incrementó su cuota de mercado en más de cuatro puntos, mientras Ericsson y Nokia retrocedían.
Otra pieza fundamental en este juego de estrategia es la inteligencia artificial. A finales de agosto, Huawei presentó un nuevo chip, Ascend 910, destinado a la modelización de IA, con una potencia de cálculo de 256 teraflops. La idea es que sea escogido por universidades y centros de investigación y con ese objetivo estaría dispuesta a invertir masivamente. El veto presidencial ha sido suficiente para que varias universidades de Estados Unidos rompieran relaciones con Huawei.
A finales de agosto, otra noticia bomba al confirmar Google que el próximo smartphone de bandera de Huawei, aunque basado en Android, no tendrá acceso a sus servicios anejos al sistema operativo. Queda por ver cómo saldrá Huawei de la encerrona, un tema que por derecho propio merecerá una crónica separada.
Como colofón de un verano agitado, Donald Trump sigue emitiendo tuits contradictorios. Primero escribió que sería fácil incluir a Huawei en un acuerdo negociado con Pekín y rubricado por los dos jefes de Estado; luego, ante la evidencia de que China no abandonará a su suerte a Huawei, se dijo dispuesto a excluir el asunto de la agenda. En esta casilla está ahora mismo detenida la partida.
[informe de Pablo G. Bejerano]