Que tres conspicuos representantes de la élite financiera hagan pública su inquietud sobre la sostenibilidad del capitalismo es, como poco, desconcertante. Jamie Dimon, presidente de JPMorgan y Larry Fink, CEO de BlackRock, han coincidido en esa advertencia que no cabía esperar de ellos. Ray Dalio, cabeza del fondo Bridgewater y cuya fortuna se calcula en 18.400 millones de dólares, ha sostenido que de no encontrarse remedio al agravamiento de la desigualdad, el mundo podría enfrentarse a “alguna forma de revolución”. ¿Se habrán apeado los tres de sus limusinas para pisar la calle? Puede resultar pertinente – y didáctico – preguntarse qué piensan los ciudadanos que no son de su condición.
Pues bien, al comienzo de cada año la agencia global de comunicación Edelman formula esa pregunta y publica los resultados en un estudio sobre la confianza de los ciudadanos en las instituciones [entendiendo por tales a gobiernos, empresas, ONG y medios de comunicación]. Y como la serie se acerca a los veinte años, da materia para la reflexión. El Trust Barometer de 2019 presenta un balance del año anterior y hay que asumirlo como indicador adelantado del estado de ánimo de la sociedad.
Se basa en una encuesta a 33.000 personas en 26 países, realizada entre octubre y noviembre pasados. La metodología distingue entre la opinión de la población en general y la de una minoría a la que se presupone ´informada`. Un índice no es exactamente un porcentaje, aunque puede resumirse en la cuota de respuestas a una pregunta dada. Según el estudio de Edelman, el índice de confianza resultante de su muestra ha cerrado el año en una zona intermedia, 52 para el conjunto de la población pero sube al 65 en el segundo componente. Mejora, por tanto, la situación del año anterior.
En España, por cierto, prevalece claramente la desconfianza: de un año al otro, el índice general ha descendido 7 puntos porcentuales (hasta el 40%) y 5 puntos en el segmento informado (47%). Cuando se pregunta a los entrevistados por el grado de confianza en que dentro de cinco años ellos y sus familias vivirán mejor, la media de respuestas positivas es del 43% y del 63%, respectivamente. Sólo el 45% de los entrevistados españoles responde afirmativamente, mientras la proporción entre la minoría informada no parece tenerlo claro: 56%.
Edelman destaca que la separación entre ambos bloques de la muestra no había sido nunca tan amplia, de 16 puntos, y que la brecha se ensancha en países como Reino Unido (menos 24 puntos), Francia (menos 18) y Estados Unidos (menos 12) pero también en China (menos 12).
Vistas las cifras, si uno hace el ejercicio de dar la vuelta al propósito del estudio, se transparenta una medida del escepticismo de los ciudadanos acerca de una cuestión en apariencia elemental: ¿hacen las instituciones lo que se espera de ellas? Ante lo cual los resultados no son halagüeños.
Según interpreta Richard Edelman, CEO de la agencia que elabora el estudio, “el cambio más significativo de la década pasada ha sido un descenso gradual de confianza en las autoridades e instituciones […] Más recientemente, el público ha perdido confianza en las plataformas sociales que [supuestamente] debían servir para desarrollar relaciones igualitarias. Estas fuerzas han llevado a la gente a desplazar su confianza hacia el tipo de relaciones que en principio están bajo su control, lo que en particular implica confiar más en sus empleadores”.
La disparidad también se manifiesta entre los sexos: la confianza es más alta en las mujeres que en los hombres, con 13 y 23 puntos de diferencia. Hay dos excepciones notables: es 12 puntos más baja en Alemania y 11 puntos en Estados Unidos. En términos generales, sólo una de cada cinco personas cree que “el sistema” funciona a su favor, pero siete de cada diez desea que las cosas cambien. Entonces, ¿quién debería ser el principal agente del cambio? Las empresas, según recoge el 75% de las respuestas globales y un 64% en España. Lo que no deja de ser paradójico en personas que al mismo tiempo se dicen preocupadas por la inseguridad en el empleo.
Edelman – al fin y al cabo, su oficio son las relaciones públicas – extrae una conclusión bien intencionada: se estaría perfilano un potencial “nuevo contrato social”, en el que los empleadores deberían ser los líderes del cambio, con una actitud que “empodere” a su plantilla dándole más voz e información, mostrándose accesibles internamente y comprometidas en el plano social.
Estadísticamente, los indicadores de confianza en las empresas no son tan concluyentes: se mantiene a medio camino con un índice 56. Sólo es neta en nueve países de la muestra, de los que Holanda es el único europeo.
La nacionalidad de las compañías marca diferencias a la hora de confiar en el empleador. Aquellas cuya sede se encuentra en Suiza y Alemania se llevan la palma, con un índice de confianza de 71. Siguen de cerca las canadienses (70 y japonesas (69). España se encuentra en una posición intermedia, con un índice 54 (+3). El más bajo castiga a las empresas mexicanas (36).
En cuanto al sector al que pertenecen, la balanza se inclina hacia la confianza; los servicios financieros ocupan la última posición – aunque han mejorado ocho puntos desde 2015 – mientras la que merecen las de tecnología es la más alta entre los nueve considerados.
Ciertamente, las circunstancias internacionales no son propicias a que los ciudadanos asienten su confianza en las instituciones: administración Trump, crisis del Brexit, guerra comercial, desaceleración económica, grietas en la estabilidad alemana, ascenso del populismo, etc. En este contexto, tiene algo de deseo mágico que la confianza en Naciones Unidas aumente en 19 de los 26 países (el que más, China). A pesar de todo, crece la confianza en la Unión Europea, con dos excepciones muy significativas: España e Italia. En España el índice cae cuatro puntos, del 60 al 56.
Es de sumo interés para Edelman – y para este blog, claro – conocer la percepción de los ciudadanos acerca de los medios de comunicación: en uno de los capítulos más exhaustivos, el informe destaca la recuperación de la confianza en los medios tradicionales y los motores de búsqueda (65) frente al lastre de credibilidad que introducen las redes sociales (43). Esta brecha es mayor en los países desarrollados, con una diferencia de 31 puntos en Estados Unidos y de 26 en Europa. En el caso español, la confianza en los medios es una de las más bajas, con un índice 36. Aun así, se observa en todo el mundo un ascenso sin precedentes en el consumo de información.
La divergencia entre las ratios de confianza de la población en su conjunto y del público informado, con tendencia a distanciarse una de otro, es un signo preocupante de que algo está fallando en las sociedades concernidas. Las conclusiones no son fáciles de interpretar ni mucho menos de resumir. Es recomendable leer las tablas y gráficos sin apriorismos. En su apéndice metodológico, Edelman advierte que, a diferencia de la reputación, que se basa en comportamientos históricos, la confianza es un predictor de credibilidad futura. El año próximo se verá.