Lo que se ha presentado como un cambio normal en la presidencia de Toshiba es, en realidad, un vuelco inusual en Japón de la relación entre una compañía industrial y sus banqueros. En abril, el futuro de Toshiba quedará en manos de Nobuaki Kurumatani, hombre sin experiencia industrial: ha presidido la rama japonesa de CVC Capital Partners y antes fue vicepresidente del banco Sumitomo Mitsui. Es decir: representa al pulmón financiero de la economía nipona, cansado de soportar la endogamia de una corporación que durante años sólo ha dado dolores de cabeza a los inversores. La primera misión de Kurumatami será erradicar las malas prácticas que han puesto a Toshiba al borde de la desaparición.
Con la venta de la mayoría de sus activos en memorias de estado sólido y en la industria nuclear, sus principales fuentes de beneficio en los últimos años, es muy dudoso que Toshiba pueda volver un día a ser el orgullo de esa amalgama patriótica que le gusta ser llamada Japan Inc. Tampoco está claro que la discutida venta de la división de memorias a una estambótica alianza de fondos de inversión (por definición, aves de paso) reciba el beneplácito de las autoridades regulatorias, tanto en Japón como en China, por lo que la transacción podría colapsar.
Kurumatani asumirá la presidencia ejecutiva de Toshiba Corp., el 1 de abril con el comienzo del año fiscal. Sustituirá a Satoshi Tsunakawa, veterano de la compañía que pasará a ser director general – una rara degradación – y enlace del advenedizo Kurumatani con la actividad industrial del vasto conglomerado. Obviamente, se le considera muy bien conectado con las altas instancias bancarias, gubernamentales y empresariales de Japón, cualidades que hoy más que nunca son prioritarias para la compañía. Toshiba prevé un beneficio neto de 520.000 millones de yenes (4.800 millones de dólares) en el ejercicio que termina en marzo.
Es un salto enorme con respecto a noviembre, cuando estimaba unas pérdidas de 110.000 millones de yenes (830 millones de euros). Este cambio se debe, básicamente, a que ha vendido por 2.100 millones de dólares su filial Westinghouse, que agrupaba sus actividades de energía nuclear en Estados Unidos. Westinghouse prestaba servicios muy rentables, pero tuvo que declararse en quiebra por las cuantiosas demandas relacionadas con problemas que Toshiba desconocía en el momento de adquirirla. Al final, ha encontrado un comprador dispuesto a desembolsar un precio muy inferior al valor real pero que se hará cargo de esos litigios, a los que la hasta ahora propietaria no podía hacer frente por falta de liquidez.
El súbito beneficio también se origina en la contabilización de la venta de su división de fabricación de memorias. La vuelta a beneficios después de cuatro años en pérdidas y la emisión de nuevas acciones adquiridas por inversores extranjeros ha salvado a Toshiba de ser excluída de la bolsa de Tokio, aunque se mantendrá en segunda división y no podrá cotizar en la primera hasta 2022. El detalle no es anecdótico: revela la magnitud de la crisis que ha conmovido los cimientos de una compañía histórica.
Los enredos financieros de Toshiba no han terminado todavía: la venta de la división de memorias a un consorcio encabezado por Bain Capital todavía no ha sido bendecida por los reguladores. Podría pasar el filtro japonés con algunas garantías, pero en China están molestos porque no se consideró una oferta de compra por parte del grupo Tsinghua, aparentemente debido al veto de Estados Unidos. Si hubiera que dar marcha atrás, todo el tinglado financiero se derrumbaría hasta hallar otra solución.
Según cuenta Nikkei, en una reciente conferencia con analistas, uno de estos preguntó por qué razón Toshiba retiene el 40% de Toshiba Memory. Por toda respuesta se le dijo que era información confidencial, lo que ha suscitado serias dudas sobre la transparencia de una compañía que, en el fondo, podría no haber aprendido la lección del escándalo por fraude contable. Para complicar más las cosas, algunos inversores reclaman que se revierta la operación por considerar insuficiente el precio pactado en unas condiciones de debilidad que desde entonces han cambiado. Este paso atrás sólo podría producirse si las autoridades chinas rechazaran la venta, con el agravante de que en tal caso Western Digital – el socio desairado por Toshiba – tendría un pretexto para volver a ejercer el bloqueo.
El problema de fondo, de todas formas, es que con la venta de Toshiba Memory, la compañía se queda sin su actividad más rentable. En los dos últimos años, ha vendido memorias flash con un margen de beneficio medio del 21% y recientemente, gracias a la inflación de precios, ha subido al 32%. Es cierto que Toshiba cuenta con una potente división de infraestructuras y servicios industriales, pero el margen de beneficio es reducido. El negocio de memorias y el de Westinghouse han supuesto el 28% de la facturación total. Entretanto, las soluciones de almacenamiento y de portátiles, por las que la marca es más conocida en Occidente, apenas aportan el 15% del total.
Por cierto, en estos días se ha publicado que Sharp – ahora propiedad de la taiwanesa Foxconn – estaría interesada en comprar la alicaída rama de PC de Toshiba. Ya se verá, porque en todo lo relacionado con Foxconn suele haber más palabras que hechos.
Toshiba lideró durante muchos años la industria electrónica japonesa y llegó a emplear más de 210.000 personas y facturar 7,6 billones de yenes anuales (70.000 millones de euros). Sus orígenes se remontan a 143 años atrás, al amparo de la restauración Meiji de 1868 y del nacimiento de la electricidad. Pese a ser una estrella del capitalismo japonés, siempre ha tenido un cierto aire contestatario, especialmente en la electrónica de consumo. Desarrolló un ordenador personal propio a principios de los ochenta, antes de pasarse al sistema operativo de Microsoft con portátiles; promovió un disco óptico alternativo al DVD, el SD, y pocos años después lo repitió con el HD-DVD, hasta plegarse finalmente al Blu-ray. Hace pocos años, como no veía nada claro lo de los televisores 3D con gafas, desarrolló un sistema tridimensional que no necesitaba gafas, pero al final los dos sistemas fueron un rotundo fracaso.
Por el contrario, el invento de la memoria flash y las patentes esenciales que posee le permitieron construir uno de los mayores complejos s de fabricación de memorias del mundo, que ha tenido que sacrificar parcialmente.
Así contada, esa trayectoria no explica cómo una corporación de estas dimensiones pudo incurrir durante años en abultadas irregularidades contables y falseamiento de cuentas, hasta llegar al borde del abismo, del que aún no se ha librado del todo. Pese a los múltiples rituales de contrición de sus directivos, no se ha dado una explicación convincente de cómo pudo suceder y que se ha hecho para que no se repitan, aparte del relevo de cuatro presidentes ejecutivos en pocos años.
El nuevo, Nobuaki Kurumatani, llega para poner la disciplina financiera que ha faltado. Su antecesor y ahora mano derecha, Tsunakawa, que lleva 40 años en Toshiba, podrá instruirlo en los múltiples negocios de la compañía, pero sólo el tiempo dirá si será suficiente. Se espera, tal vez ingenuamente, que marzo marque una frontera en la historia de la compañía.
[Informe de Lluís Alonso]