Con una cuota de mercado del 85%, Android puede permitirse casi todo, menos estancarse. Pero tampoco son deseables los cambios constantes, que tienen que justificarse ante una masa de usuarios. Es un problema clásico, la fragmentación de la base instalada. Android 7.0, apodado Nougat [turrón blando] es sin duda un salto cualitativo: incluye más de 250 características nuevas, entre ellas una mayor duración de la batería y compatibilidad con realidad virtual, además de mejoras en seguridad. Estas suelen predicarse como las grandes novedades en cada versión de Android, que por ser el sistema operativo más extendido, es también el más atacado ¿Será suficiente para arrastrar a las marcas de smartphones?
Porque este ha sido el objetivo habitual de Google con cada nueva versión de Android: convencer a los fabricantes de que es la mejor para ellos. Pero el negocio de estos no coincide al 100 por 100 con los intereses del gigante californiano. Esta divergencia explica que hasta ahora sólo LG – que sigue perdiendo peso en el mercado mundial – haya adoptado Nougat en un nuevo smartphone premium, el V20 [dicen que magnífico]. El primer destino será el próximo Nexus, marca propia que Google usa para marcar territorio fijando la dirección que, a su juicio, debería seguir la industria.
Este juego se repite anualmente, con el resultado de que la base instalada se estira a lo largo de una extensa serie de modelos, porque las marcas se resisten a sacar actualizaciones para dispositivos cuyo hardware no daría el rendimiento que la última versión permite. Si lo hiciera, alargaría la vida útil de aquellos y atenuarían la demanda por los más recientes.
En consecuencia, aunque Google tiene un calendario establecido para renovar Android, a cada nueva versión le cuesta más de un año romper la barrera del 10% de penetración. Se ha estimado en cuatro años el plazo para que una versión esté presente en todo el ´ecosistema` Android. Aunque bien quisiera la industria que la demanda siguiera el ritmo marcado por Google, se la critica por dejar a millones de usuarios expuestos a vulnerabilidades que Google sólo puede reparar lanzando una release completamente nueva. Hasta puede decirse que la innovación y la cuota de mercado son antagónicas, pero a la mayoría de los consumidores les trae sin cuidado: de hecho, la rotación de modelos se está frenando [el mismo problema lo sufre Apple, por cierto].
El lector puede hacerse una idea. En agosto, días antes de anunciarse Nougat, sólo el 15% de los smartphones Android utilizaban la versión anterior, Marshmellow, según el Android Developpers Dashboard. Más del 16% todavía funcionaban con Android 4.0 (Ice Cream Sandwich) que data de 2012. En fin, más de la mitad de los usuarios de Android van por el mundo con software del 2013 o más antiguo. Por comparación, el 87% de los usuarios de iPhone usaban iOS 9, la última versión disponible, en agosto.
Aunque Google les mete presión con los sucesivos Nexus, los fabricantes se toman su tiempo. La mayor parte de los smartphones Android no llegan a ver nunca una actualización del software fundamental. Cuando se señala la fragmentación no es por capricho, sino porque los desarrolladores tienen que crear sus aplicaciones de manera que sean fiables en cientos de dispositivos de docenas de fabricantes. Algunoss – principalmente los que se orientan a las empresas – se están centrando sólo en la última versión que haya sido adoptada por las grandes marcas.
Algunas voces consideran que muchos de estos problemas obedecen a que Android es de código abierto, lo que significa que una vez que Google lanza una nueva versión con su nomenclatura para golosos, fabricantes y operadores son libres para decidir si lo instalan pronto o esperan la ronda siguiente. Google – otra diferencia con Apple – no puede poner actualizaciones a disposición para su descarga, debido a las modificaciones y retoques que la industria ha hecho en el código, unas veces estéticos y otras estructurales, para diferenciar los dispositivos de cada marca.
Por estas razones, en 2015 Google anunció que dejaría de ofrecer correcciones de seguridad para Android 4.3 o anteriores, que equivalen a un nada despreciable 20,1% de los usuarios, que tienen que valerse por sí mismos o (lo más corriente) hacer oídos sordos a las advertencias. Uno de cada cinco smartphones Android en uso son vulnerables a las amenazas: unas marcas más, otras menos.
Los efectos de un fallo de seguridad son muy dañinos. Es cierto que no se ha comunicado ninguno a gran escala, pero Google teme legítimamente que, en caso de producirse, su marca pierda prestigio entre los usuarios, que cargarán la responsabilidad sobre el sistema operativo y no sobre las marcas negligentes.
¿Podría beneficiar a Apple? Este factor, entre otros, explicaría por qué Google persiste en la periodicidad anual de Nexus. No ha faltado quien eche cuentas. Si sólo el 4% de los usuarios de Android se pasaran al iPhone, serían 15 millones, una cifra considerable si se piensa que Apple ha vendido 40 millones en el último trimestre.
Esto lleva a un asunto adyacente. Google trabaja en nuevas ideas. Se habla mucho de un llamado proyecto Fucsia, que sería un nuevo sistema operativo y, eventualmente, podría ser el sustituto de Android. Es pronto para ser tajantes sobre la cuestión, pero parece claro que Google quiere ir más allá del kernel de Linux, que es la base de Android. Un nuevo sistema operativo que se construiría desde cero y que no sólo sería optimizado para los dispositivos actuales sino que liberaría al holding Alphabet de los dolores de cabeza que ha tenido a causa de varios litigios sobre propiedad intelectual.
Hay quien aventura que Google envidia las ventajas que saca Apple de su control estricto sobre iOS. O, a la inversa, cada aspecto negativo que pueda echarse en cara a Android, es un catalizador en favor de Apple: como entre los dos controlan el 99% del mercado, cada usuario que abandone a uno de los dos irá casi con total seguridad a manos del otro.
Sería difícil para Google recrear una situación de jardín cerrado después de haber predicado lo contrario, pero partir de cero le permitiría, por ejemplo, cobrar un canon por licenciar el sistema operativo [cosa que no hace con Android] y ejercer cierto control sobre el hardware en el que se instale. Es una hipótesis que merece estar atentos.
[informe de Arantxa Herranz]