30/10/2020

Noche de Halloween en casa de Zuckerberg

Puede parecer una minucia fijarse en este detalle: el martes próximo también se jugará el futuro de Mark Zuckerberg. No el de su patrimonio, claro, sino la vigencia del discurso sobre el que ha cimentado su única obra. Si Donald Trump fuera reelegido, hará lo posible y lo imposible por vengarse de lo que considera actos de censura en su contra. Si, como dicen las encuestas, ganase Joe Biden, los legisladores demócratas se sentirán alentados a recortar el poder que acumulan las redes sociales, cuyo epítome es Facebook. Aaron Sorkin, autor de La red social, ha comentado que tiene ganas de filmar una secuela de su biopic de 2010, que esta vez sería una crónica del lado oscuro de Facebook.

Ya camino de la edad madura, Zuckerberg se comporta últimamente como un arrepentido. En una entrevista con Kara Swisher dejó caer que en su condición de judío le repugna la prédica de los negacionistas del Holocausto, pero no estaría dispuesto a privarles de la libertad de expresión en Facebook. La reacción ante estas palabras le ha hecho cambiar de opinión en pocos días: ha decidido que tales contenidos no serán tolerados en lo sucesivo. En la misma dirección van otras medidas, como el bloqueo del movimiento antivacunas y la inserción de advertencias como compañía de ciertos mensajes de Trump y sus partidarios.

Quizás el cambio de actitud ante la desinformación no sea más que un reflejo defensivo ante la inminencia de unas elecciones cruciales para la democracia americana. Que conste que Zuckerberg ha pasado de defender una postura de neutralidad ante los asuntos más polémicos a decretar que  Facebook no aceptará publicidad política después de una jornada electoral cuyo resultado Trump se niega a aceptar de antemano. Los analistas políticos temen que los partidarios del presidente saliente convoquen a través de las redes sociales a desafiar en las calles una victoria de Biden.

No se trata de que el ciudadano Zuckerberg haya descubierto anteayer su condición de homo politicus. Sino que, como empresario que es, ha comprendido que su influencia ha crecido tanto que puede ser un bumerán para el negocio. Ya no vale mantener la falacia de la autoregulación, porque el problema es mucho más grave: una plataforma con más de 2.000 millones de usuarios activos es una caja de resonancia de las bajezas de la sociedad humana. En consecuencia, una purga sería preferible a una batalla prolongada con las autoridades de medio mundo. La semana pasada, una comparecencia virtual ante el Senado alcanzó un nivel desconocido de animosidad contra Facebook.

Recuérdese que Facebook ya recibió un sonoro rapapolvo por haber servido como coladero de desinformación antes de las elecciones de 2016. Se sumó el escándalo de manipulación de datos personales perpetrado por la empresa Cambridge Analytica que, tres años después, le valdría una multa multimillonaria. Desde entonces, no meterse otra vez en el barrizal ha sido una obsesión de Zuckerberg y una de las razones por las que ha buscado los consejos de un político fracasado, el ex viceprimer ministro británico Nick Clegg.

Con motivo de las elecciones del martes 3 de noviembre, la compañía ha puesto en alerta lo que internamente se conoce como war room, un grupo de empleados de diferentes equipos que se ocupa de detectar y reaccionar inmediatamente ante incidencias previsibles (o no).

La mayor preocupación de Zuckerberg – según ha hecho trascender la compañía – es que Facebook pueda ser utilizada para prender la mecha de disturbios en Estados Unidos. Un fenómeno que no sería nuevo: su poder de convocatoria ya se advirtió en la Primavera Árabe (2010 a 2012) con resultados políticos discutibles. En los últimos meses, han atronado las protestas del movimiento #BlackLivesMatters y las respuestas de bandas racistas sibilinamente apoyadas desde la Casa Blanca.

Al expulsar de la red al grupo QAnon, de reconocida retórica violenta, Zuckerberg quisiera enviar un mensaje pacificador, pero el tiro le saldría por la culata en caso de reelección de Trump. El CEO de Facebook ha sido claro: ha tomado medidas para reducir las posibilidades de estallidos violentos y de que las protestas sean promovidas a través de su red. Lo más inquietante es la noche electoral, a la que podrían seguir jornadas caóticas, nada extrañas con el demencial sistema electoral estadounidense. Todo mensajes que atribuya prematuramente la victoria de cualquier candidato a un puesto electivo será enlazado automáticamente al sitio web del centro de información con  los resultados actualizados proporcionados por Reuters.

Estos temores no son exclusivos de Facebook. Twitter – el medio favorito de Trump durante años – ha tomado sus propias medidas preventivas, que incluyen desincentivar a los usuarios que intenten distribuir información falsa, filtrándola con herramientas de verificación. También YouTube se propone bloquear subtítulos modificados y censurar vídeos que inciten a la violencia o contribuyan a la desinformación del público. Como política general, Google prohibirá los anuncios políticos desde el mismo momento en que se cierren las urnas.

Lo que ha servido para evidenciar posiciones comunes entre Facebook y Twitter ha sido la limitación de difusión de un artículo, sospechosamente oportuno, del New York Post, propiedad del grupo Murdoch, en el que se aireaban supuestos lazos entre Joe Biden y los negocios de su hijo Hunter en Ucrania. El equipo del candidato demócrata ha calificado la “exclusiva” – que no recogió siquiera el Wall Street Journal, también de Murdoch – como “otra desinformación rusa” mientras la campaña del republicano acusaba a ambas redes de favoritismo y prometía represalias.

Este episodio es ejemplarizante. Incluso cuando las compañías actúan a tiempo, el resultado de su reacción es muy limitado: el reportaje del New York Post mereció un tratamiento expeditivo por parte de los moderadores de Facebook, pero aun así tuvo tiempo para multiplicar su audiencia. Por esta red pasan cada día más de 100.000 millones de artículos que son cualificados mediante uno de estos tres procedimientos: reportes de usuarios, herramientas de inteligencia artificial o monitorización activa de pantalla.

Es inevitable que antes de ser detectado, un contenido mentiroso adquiera resonancia. Ejemplo: cuando Trump publicó un tuit en el que afirmaba que la Covid-19 no era peor que una gripe, para cuando Twitter le puso una alerta ya había generado 180.000 likes y 32.000 retuits.

La velocidad de reacción no es el único reto de las redes sociales; otro es la transparencia que se echa en falta. Facebook no revela información que permita conocer la eficacia de las medidas que recortan la difusión de ciertos argumentos. Lleva un registro de la publicidad política contratada, pero descarta extender el control a otros contenidos.

Ni qué decir tiene que Facebook es una máquina muy rentable. Mientras en 2016, año de las elecciones anteriores, sus ingresos fueron de 28.000 millones de dólares, en dos trimestres de este año lleva ingresados 36.000 millones. O sea que las restricciones a la publicidad política apenas harán mella en sus cuentas. Aunque rentable, la plataforma está sembrada de problemas que reflejan los conflictos de las sociedades en la que se ha insertado con innegable eficacia.

Entretanto, el joven Zuckerberg (36) ha aprendido mucho de política, aunque intente no pronunciarse. Lo cierto es que ha demostrado tener tablas cada vez que ha sido convocado a comparecer ante el Capitolio. Ahora mismo, Facebook está a un palmo de ser sometida a un proceso de acusación por presunto monopolio.

No se ha visto que Mark Zuckerberg comparta mesa con Trump, aunque consta una conversación telefónica en la que hablaron acerca de un enemigo común, TikTok. Ha sabido cultivar el trato del poderoso ´yernísimo` Jared Kushner  y de comentaristas conservadores.

Al mismo tiempo, apoya causas progresistas, pero no candidaturas. La mayoría de sus empleados en California – entre ellos su mano derecha Sheryl Sandberg – contribuyen financieramente a las campañas de candidatos demócratas. No constan aportaciones personales del CEO, pero junto con su esposa Priscilla ha destinado 100 millones de dólares a una iniciativa para promover el ejercicio del voto entre colectivos desfavorecidos. Podría decirse que es mojarse poco si se compara el gesto con los chaparrones que le esperan.

[informe Pablo G. Bejerano]


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