Uno puede encontrar en Shanghai gente disconforme con el cosmopolitismo de la Expo 2010, y hasta quien reconoce que su reproche es simbólico: la mascota Haibao ha sido diseñada por un creativo taiwanés, ajeno a los valores locales. Esta sería una anécdota sin trascendencia si no tuviera el mérito de recordar que los viejos recelos persisten entre dos Chinas separadas por un estrecho; jamás, desde el cisma de 1949, habían pasado por un momento de relaciones menos tensas, más positivas. No se habla de unificación ni de independencia, sólo de cooperación económica, esta es la consigna, en la que cumplen un papel esencial, complementario, las compañías de tecnología.
“Quiero que Taiwan sea un trampolín para los negocios con China”. La prensa cita estas palabras del actual presidente de Taiwan, Ma Ying-Jeou, quien en 2008 ganó las elecciones con un programa de conciliación y negociación con la madre patria, sin reivindicación más alta que los negocios. Léase esta otra frase del presidente: “hemos perdido peso en el mundo; nuestra posición en el comercio mundial se deteriora, y para corregirlo necesitamos tener las mejores relaciones posibles [con Pekín]”.
¿A qué viene esto? A que la semana pasada se anunció que el PIB de Taiwan cerró el primer trimestre con un crecimiento del 13% con respecto al período equivalente del año pasado, con la peculiaridad de que entonces había caído un 9% por la abrupta contracción de exportaciones. Más de veinte puntos de diferencia en dos años, es consecuencia de la aceleración de las compras chinas, resultado de un cuantioso programa anticíclico de estímulo, puesto en marcha a partir de marzo de 2009. Este plan hacia el interior fue acompañado de un paquete de “ocho medidas” destinado a atraer hacia el continente a las empresas insulares.
Este juego se llama reciprocidad. En el transcurso de pocos meses, el gobierno de Ma cumplió sus promesas, relajando la legislación en materia de inversiones en China continental, un destino natural para las empresas taiwanesas, particularmente si son fabricantes de semiconductores y paneles LCD, hasta ahora en un extraño limbo. A partir de ahora, los productores de chips serán autorizados a invertir, llegando hasta comprar el 100%, en compañías continentales de su sector. Con una condición: que las factorías en las que inviertan estén rezagadas al menos dos generaciones tecnológicas. De modo que la transferencia tecnología tiene un límite, que tarde o temprano será desbordado porque la otra parte tiene algo importante que ofrecer: costes de producción más bajos, plataformas logísticas globales. Y aunque formalmente subsiste la prohibición genérica a la industria de paneles LCD, recientemente se ha autorizado a instalar tres nuevas fábricas en China, con salvaguardas no diferentes de las que aplican las leyes coreanas a las empresas de su país, con el fin de mantener el diferencial de capacidades. .
Estos cambios legales llegan con mucho sentido de la oportunidad, y benefician básicamente a dos empresas, TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing Company) y UMC (United Microelectronics Corp), que son los dos mayores contratistas de fabricación de chips del mundo. La primera adquirió el año pasado una participación minoritaria de un fabricante chino, que ahora podrá elevar, si fuera necesario, hasta la toma de control. UMC, por su parte, podrá comprar el 85% que aún no controla de la compañía Hejian (en 2006, el gobierno anterior la multó por comprar el 15%). Tercer caso: la taiwanesa AU Optronics, tercera en el ranking mundial de fabricación de paneles LCD, podría cumplir su intención de instalar en China una fábrica de séptima generación (en Japón y Corea van ya por la décima).
Esta apertura por parte de Taiwan tiene su correspondencia en el deseo de las autoridades de Pekín de hacer progresar el desarrollo de su industria en ambos campos. Tiene mucha lógica para ambas partes, porque el mercado interior chino de electrónica vive una época dorada que contrasta con el bajón que vive la demanda occidental. La empresa Acer, también taiwanesa, está presentando estos días en Pekín su nueva gama de ordenadores.
Los movimientos son de ida y vuelta: porque, mientras ocurre lo anterior, China Mobile, que es el primer operador móvil del mundo, espera el permiso para adquirir el 12% del operador taiwanés Far Eas Tone, la primera inversión de una compañía estatal china en un país cuya soberanía niega en todos los foros internacionales. Más un pequeño detalle: Far Eas Tone encabeza la prueba piloto de la nueva tecnología LTE, de cuarta generación móvil, patrocinada por Pekín como una manera de profundizar en su independencia económica.