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  24/04/2020

Masayoshi Son se bate contra dos borrascas

Las secuelas financieras de la pandemia han agravado, pero no creado, los problemas de Masayoshi Son, el mesiánico fundador del grupo Sotftbank e impulsor del Vision Fund. En parte por la parálisis que atenaza a decenas de startups en las que ha invertido recursos propios y ajenos. Esta es sólo una parte: la caída en bolsa de Softbank se ha corregido gracias a su rapidez en sacrificar y entregar en prenda a los bancos acreedores acciones de su cartera. Una vez más, el malabarismo financiero de Son ha puesto a prueba su habilidad para evitar que se lo trague el alud. Ya perdió miles de millones con la crisis de las puntocom (2000) pero logró salir con liquidez de la recesión iniciada en 2008.

Masayoshi Son

Nunca es fácil difícil distinguir dónde acaba Sotbank y dónde empieza Vision Fund. De hecho, el imperio de Son está dirigido por un cuarteto integrado por él mismo, el COO de su grupo, Marcelo Claure, y los respectivos CFO. Por sobre todas las cosas, la reputación de uno y otro están inevitablemente ligadas, puesto que Softbank ha aportado 28.000 millones de dólares para completar los 100.000 millones recaudados por Visual Fund. Ha quedado aparcada, de momento, la idea de constituir un segundo fondo de similares proporciones.

Temblaron los cimientos del conglomerado japonés a mediados de marzo, cuando perdió un 50% de la cotización en treinta días, el mayor descenso desde su debut en la bolsa de Tokio en 1994. Aquel 19 de marzo, Softbank reconocía una deuda neta de 51.000 millones de dólares y una deuda consolidada de más de 100.000 millones. De prolongarse esta coyuntura, habría puesto en serio riesgo la estabilidad de tres de los cuatro bancos japoneses en los que se sostiene su apalancamiento.

En ese preciso momento, se manifestó un inversor activista, Eliott Management, desvelando tener una participación significativa. Para evitar el colapso, Son barajó por un momento la idea de retirar la compañía de cotización, pero al final optó por negociar un trato con  Elliott por el cual accedió a desinvertir por valor de unos 41.000 millones y, con ese ingreso atípico, reducir parcialmente la deuda y lanzar una contundente recompra de acciones de Softbank. Para que esto fuera creíble, el magnate nipón tuvo que comprometer en garantía parte de su patrimonio personal. Lo que importa es que la maniobra funcionó: del pozo de 2.687 yenes (19/3) la acción logró ascender hasta 4.790 yenes (20/4).

En diciembre, Softbank decía contar con una liquidez de 16.000 millones de dólares, que suponía suficiente para cubrir los próximos dos años de vencimiento de bonos y mantener una ratio manejable entre préstamos y valor de sus inversiones. Ahí está el problema: nadie parece capaz de decir cuál es el valor real de Softbank. Porque sus inversiones de los últimos años han inflado las expectativas a tal punto que muchos analistas han empezado a preguntarse si, llegado el caso, Softbank sería capaz de aguantar una caída prolongada de las bolsas.

Algunas de esas inversiones han sido auténticos desatinos, como WeWork, que Son ayudó a hipervalorar hasta que, en vísperas de una audaz salida a bolsa, los bancos destaparon la vulnerabilidad de la operación. Otras startups amamantadas por Softbank, generalmente en compañía de Visual Fund, están pasando dificultades para sobrevivir sin oxígeno financiero a corto plazo.

Pero Masa Son ha logrado sortear lo peor. Es cierto que ha vendido algunas joyas de su tesoro, pero le quedan activos muy valiosos. Por ejemplo, una participación en Alibaba valorada en 130.000 millones, la británica ARM y el operador estadounidense Sprint – ya fusionado con T-Mobile US – y conserva la cuna de su imperio, Softbank (segundo operador móvil de Japón). Todo apunta a que los 41.000 millones enajenados han salido de esta cartera, tratando de no alterar la proporción de deuda.

Aplacada la tormenta que se abatía sobre su grupo, Son tiene que enderezar el rumbo del Vision Fund, un instrumento financiero al que bien podría aplicarse el aserto de ´too big to fall` [por lo demás falso, ya que Lehman Brothers acabó cayendo con estrépito]. Al cierre de su tercer trimestre fiscal, en diciembre, el valor de la participación de Softbank en el fondo se había reducido en 6.200 millones de dólares en sólo nueve meses y se prevé que al 31 de marzo se tragará una minusvalía de más de 16.000 millones.

Son cifras de vértigo, desde luego, pero Masayoshi Son ha sabido elegir compañeros de viaje. El fondo soberano de Arabia Saudi es el primero, con una aportación de 45.000 millones de dólares, seguido de Mubadala Investment, su homólogo de los Emiratos Unidos. Con tales socios, no le resultó difícil atraer a otros inversores ilustres, como Apple, Qualcomm y Foxconn. Si bien se mira, Visual Fund ha tenido más acierto en atraer inversores que en colocar el dinero de estos.

La estructura de Vision Fund es muy especial, más allá de su ostentosa composición. Tal vez por exceso de confianza o para impresionar a sus inversores, Son estipuló de entrada que, independientemente de que el retorno fuera negativo, los partícipes recibirían una rentabilidad fija del 7% anual. Con el propósito de garantizar ese compromiso, el fondo ha apartado un 15% de sus activos líquidos. He ahí otra originalidad: la filosofía del fundador asume que el 15% de las inversiones fracasará pero otro 15% producirá la mayor parte de los beneficios. Las últimas noticias conocidas elevan la pérdida de valor del fondo a 16.700 millones, más de lo ganado desde su apertura hace tres años.

El mastodonte ha invertido el dinero de sus partícipes en 88 compañías, muchas de las cuales están siendo perjudicadas por la crisis actual. Uber, una de sus grandes apuestas, ha perdido desde febrero el 45% de su valor y otro tanto ocurre con Didi Chuxing, su equivalente en China, en el que Softbank invirtió en 2015 y arrastró después a Vision Fund para financiar su filial de coches autónomos en Singapur. Peor es el caso de Oyo, startup india de software para hotelería, que ha recibido 1.000 millones y de la que se desconfía que pueda ser otro caso WeWork.

Hay en la cartera inversiones mejor preparadas para navegar en tiempos de borrasca. Una, también china, es ByteDance, tras el éxito del año, TikTok. Ay, pero ha levantado la liebre en Washington, donde todo lo que venga de China es sospechoso. Resulta interesante el caso de Vir Biotechnology, que desarrolla medicamentos para enfermedades infecciosas y es una estrella bursátil del momento.

Por sus dimensiones, Visual Fund debería estar expuesto a los estragos económicos del momento, pero es precisamente su tamaño lo que le confiere una omnipresencia que infunde admiración. Salvo en Silicon Valley, donde es manifiesta la incomodidad de las firmas de capital riesgo con el torrente de capital de Visual Fund, que ha elevado artificialmente el valor aparente de cualquier startup que se tercie.

[informe de Pablo G. Bejarano]


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