Tal vez no reúna virtudes suficientes para ser el personaje del año, pero Masayoshi Son, alma mater del grupo japonés Softbank ha hecho méritos. Dirige con diestro mesianismo un conglomerado de empresas tecnológicas en las que inyecta millones como quien riega un jardín. Su última idea ha sido impulsar un fondo de inversión dotado de 93.000 millones de dólares, junto con Arabia Saudí y otros socios, sólo una pata del plan que Son dice haber delineado para los próximos 300 años. No consta que crea en la inmortalidad, pero es un evidente síntoma de grandilocuencia en alguien que en los medios recibe el mote de «el Bill Gates japonés». La comparación no es justa con ninguno de los dos.
Según el ranking de la revista Forbes, la fortuna de Gates sumaba 90.300 millones de dólares en noviembre, mientras la de Son se calcula en 23.100 millones. Hay, además, una cierta dosis de ironía. Tras graduarse en Estados Unidos, Masayoshi Son regresó a Japón en 1981 con un contrato para distribuir software de Microsoft y con este fin empezó la primera vida de Softbank. La segunda, el auténtico despegue, se inició a mediados de los 90, al invertir el equivalente a 2 millones de dólares en Yahoo para crear la versión japonesa de su portal.
Actualmente, Softbank controla el 43% de Yahoo Japan, mientras que Altaba (holding que agrupa los activos financieros de la antigua Yahoo no vendidos a Verizon) retiene el 35,5%. A la rentabilidad de ese activo, a todas luces rentable, se suma la de los 20 millones que invirtió en el 2000 en la china Alibaba, de la que posee el 29,5%. Por otra vía, la adquisición de Vodafone Japan en 2006 y seis años después del operador estadounidense Sprint, han convertido a Softbank en un gigante de las telecomunicaciones.
A partir de tan singular entramado, Masayoshi Son ha vivido una fiebre de inversiones. Pagó 31.000 millones de dólares por controlar la empresa de procesadores ARM. Durante años – según propia confesión – la compañía de Cambridge fue para Son una obsesión, hasta que un día de 2016 se reunió en la costa turca con los máximos responsables de ARM para convencerles a golpe de chequera.
La lista de inversiones del grupo Softbank incluye participaciones en Nvidia [se dice que sueña con fusionarla con ARM] y en Didi Chunxing, que ha derrotado a Uber en el mercado chino. Además, empresas de robótica [a Son le gusta ser fotografiado con su robot Pepper] y una poco brillante aventura en el comercio electrónico en India dan forma a su patrimonio. En los últimos meses, el grupo negoció su entrada en Uber, siendo este uno de los factores que contribuyeron a la caída de su CEO, Travis Kalanick; muchos analistas coinciden en que Son sigue presionando para obtener una rebaja del 14% que aspira a comprar, porcentaje que le daría la primacía entre los accionistas. Si no se aceptan sus términos – ha advertido – está dispuesto a dedicar ese dinero a reforzar Lyft, adversario de Uber en el mercado de coches de alquiler.
En noviembre, estuvo a punto de concretarse la fusión entre Sprint y T-Mobile US, pero las negociaciones se rompieron cuando todos daban por hecha la consolidación entre el tercer y el cuarto operador del mercado estadounidense.
¿Qué clase de grupo es Softbank? Sus posesiones mantienen la autonomía operativa, en una suerte de federalismo corporativo que integra bajo la marca de la matriz los resultados financieros. Sobre 82.200 millones de dólares ingresados en el año fiscal 2017 (cerrado en marzo, como es norma en Japón), obtuvo un beneficio operativo de 31.400 millones, que luego se recorta a 8.100 millones en beneficio neto, por el peso que en las cuentas tienen los gastos no operativos y los intereses de la deuda. Porque ahí está una clave del gigantismo del grupo: se asienta sobre una deuda de 14,8 billones de yenes (130.000 millones de dólares). Y tanta aventura empieza a teñir de rojo los resultados trimestrales: 7.860 millones de yenes (70 millones de dólares) en el más reciente.
Tal vez sea la razón por la que el fundador de Softbank pone tanto énfasis en el llamado Vision Fund, al que Softbank ha aportado 28.000 millones de dólares (parcialmente en acciones de sus participadas); los 65.000 millones restantes han sido atraídos por la formidable capacidad de convicción de Son: la familia real saudí (45.000 millones) pero también Abu Dhabi, Apple, Qualcomm y Foxconn han accedido a acompañarle.
Para apreciar la magnitud que representan los 93.000 millones del Vision Fund, hay que compararlos con la inversión global en capital riesgo en 2016: 107.700 millones según CB Insights. Aunque por ahora sus efectos son de baja intensidad, el fondo ya ha invertido en una docena de compañías muy dispares. Está gestionado por ex directivos de Deutsche Bank.
La estrategia de Vision Fund tiene puntos en común con la seguida antes por Softbank. De hecho, algunos de sus movimientos pueden confundirse. La segunda ha transferido al fondo un porcentaje de sus acciones de ARM y la totalidad de su paquete del 5% en Nvidia. Las sinergias entre ambas son importantes: ambas tienen en el punto de mira el coche autónomo y la inteligencia artificial, temas recurrentes en el locuaz discurso de Son.
Pese a su afición por mentar el futuro, sus preferidas son las empresas con presente. Una compañía consolidada es mucho más cara que una startup, pero el departamento financiero de Softbank, en lugar de jugar un papel de contención, tiene a gala seguir al pie de la letra los riesgos que asume su jefe con tal de no perder ninguna oportunidad. El Mizuho Bank y otras grandes entidades niponas sostienen la estrategia de expansión: gracias a los tipos de interés negativos del Banco de Japón, el dinero está tirado. Pero la ambición de Softbank empieza a ser demasiado grande para la banca japonesa.
Otra clave está en la facilidad con la que Son se relaciona con empresarios y políticos. Forma un cuarteto de amigos con Jerry Yang, Jack Ma y Terry Gou, fundadores de Yahoo, Alibaba y Foxconn respectivamente, y presume de haber hecho buenas migas con Steve Jobs. Pese a ser de baja estatura, Son no tiene reparo en abrazarse al grandullón Donald Trump, a quien ha prometido crear miles de empleos en Estados Unidos. Hay un elocuente video de la visita de Vladimir Putin a Tokio en la que se ve al presidente ruso se entretiene con Son, dejando al margen a un grupo de azorados empresarios japoneses.
El verbo de Masayoshi parece no tener freno. Ha dicho hace poco que tiene planes para crear «otro fondo de 100.000 millones y, por qué no, un tercero o un cuarto». Si de él dependiera, invertiría en 1.000 compañías a lo largo de los próximos diez años. La patochada de una visión para los próximos 300 años presenta un problema elemental: su propia sucesión al frente del grupo. El caso es que había prometido retirarse a la edad de 60 e incluso fichó a Nikesh Arora, un talentoso ex directivo de Google, para ocupar su puesto, pero cuando se acercaba la fecha lo pensó mejor y retrasó la jubilación «cinco o diez años», visto lo cual Arora decidió marcharse y todos los interesados han tomado nota de que Masayoshi Son tiene cuerda para rato.
[informe de Pablo G. Bejerano]