Los tres grandes de la industria japonesa de electrónica de consumo han renovado su cúpula directiva en los últimos meses. Tras cuatro años de pérdidas, Sony ha encumbrado a Kazuo Hirai, y vuelve a tener un presidente nipón tras la poco feliz experiencia de Howard Stringer. Por su lado, Sharp, que ha acumulado la mayor capacidad de producción de paneles LCD, ha sustituído a Mikio Katayama, artífice de esa expansión, por Takashi Okuda, y lo primero que este ha dicho es: “no volveremos a vender a menos del coste”. A finales de junio, Kazuhiro Tsuga ha tomado el timón de Panasonic, de manos de Fumio Ohtsubo, que había iniciado la diversificación hacia los negocios “verdes”.
De los tres directivos entrantes se subraya un rasgo en común: en sus responsabilidades anteriores, nunca les ha temblado la mano a la hora de tomar medidas drásticas. Y eso es lo que se espera de ellos: que renuncien a la integración vertical, cierren fábricas, sacrifiquen empleos y desplacen producción a otros países asiáticos. Según la tesis corriente, Japón cuenta con tecnología, pero China tiene la ventaja de una mano de obra barata y un mercado ansioso, mientras que Taiwan sabe cómo gestionar eficientemente los costes.
Cuando se habla de electrónica de consumo, se está hablando de televisores. El pasado mes de mayo, la revista Nikkei Business escandalizó con un titular catastrofista en su portada, Sayonara TV, con el que presentaba una crónica según la cual la industria japonesa necesita implacablemente salirse de la fabricación de televisores. Pero no puede abandonarla bruscamente sin derrumbar sus marcas y, al mismo tiempo, sabe que es improbable volver a ganar dinero con esa línea de negocio.
El titular suena a provocación, pero si uno observa los movimientos recientes, llega a la conclusión de que los tres fabricantes mencionados combinan distintas dosis de tres elementos nuevos: 1) retirarse de las categorías no rentables; 2) cooperar en las tecnologías que pudieran devolverles relevancia futura; y 3) apoyarse en China y Taiwan para combatir la hegemonía coreana.
Durante los años 80 y 90, los fabricantes japoneses machacaron a las marcas occidentales gracias a dos ventajas que parecían imbatibles: poseían tecnología superior y controlaban mejor sus costes. Pero, desde entonces, esas cualidades han dejado de ser una exclusividad japonesa, y la fortaleza del yen frente al dólar y el euro ha acabado con una situación en la que, de hecho, el consumidor japonés subvencionaba las ventas al exterior. En los cinco últimos años, el yen se ha encarecido un 80% con respecto al won, la moneda coreana, y esto explica por qué, entre otras cosas que para Sony, Panasonic y Sharp, exportar televisores desde Japón es una ruina. Una tras otra, las tres han entrado en pérdidas, y en consecuencia su valor bursátil ha caído más de un 60%. Puestos a comparar, Sony vale hoy en bolsa 12 veces menos que Samsung (y casi 60 veces menos que Apple, habría que añadir).
Se puede decir que Sayonara TV es un titular forzado, pero los síntomas de retirada son visibles. En su programa para que Sony vuelva a ser rentable, Hirai ha enunciado tres pilares básicos: imagen digital, videojuegos y móviles. La marca seguirá vendiendo televisores fabricados por terceros, pero no intentará recuperar a cualquier coste el terreno que ha perdido. Por su lado, el nuevo jefe de Panasonic ha enumerado las áreas prioritarias: línea blanca, paneles solares, baterías, cámaras fotográficas y, en un plano secundario, los televisores. En el caso de Sharp, el problema no son los televisores sino el excedente de capacidad de producción de paneles LCD.
Para Panasonic, el primer trimestre del nuevo año fiscal ha traído un alivio, el retorno de los beneficios, probablemente temporal, pese a una caída del 6% en las ventas. El ejercicio cerrado en marzo había arrojado una pérdida de 772.000 millones de yenes (unos 7.600 millones de euros), que precipitó el cambio en la presidencia. En los últimos cuatro años, la compañía ha acumulado pérdidas por un valor equivalente a 16.000 millones de euros, y su valor en bolsa ha perdido un 80%.
Al tomar posesión, Kazuhiro Tsuga, anteriormente responsable de la división audiovisual, declaró que este año destinará 41.000 millones de yenes a financiar un plan de reestructuración que perseverará en el recorte de plantilla iniciado por su predecesor. Ejemplo de la severidad de su plan es la drástica reducción de 7.000 a unos centenares del personal que trabaja en las oficinas centrales de Osaka, y será destinado a otras funciones o despedido. En este momento, Panasonic es el mayor empleador privado de Japón, con 330.000 trabajadores.
Tsuga ha prometido ser inflexible con todas las unidades que no aporten rentabilidad. Este año, espera vender 15,5 millones de televisores, 2 millones menos que el anterior, y este es uno de los factores que, junto con la reducción de costes, ayudaría a detener la erosión de sus resultados operativos. A su manera, la misión del nuevo presidente es preparar a Panasonic para la era post-TV – una tarea que ya inició Ohtsubo con el giro a las energías verdes – porque, como ha reconocido ante la junta de accionistas, uno de cada tres televisores que vende la marca genera pérdidas.
La nueva era de Sony, bajo la presidencia de Hirai, no ha empezado bien desde el punto de vista financiero: las ventas crecieron 1,4%, pero las pérdidas fueron de 24.600 millones de yenes (250 millones de euros), un 58% más que un año antes. La primera consecuencia ha sido rebajar la previsión de beneficio para el ejercicio, en virtud de “la incertidumbre cambiaria y la debilidad de la demanda”. Sería un progreso, ya que desde 2008, ha cerrado todos los años en números rojos.
Parte esencial del programa de Hirai es detener la sangría que genera el negocio de televisores, que lleva ocho ejercicios años consecutivos perdiendo dinero, y volverá a hacerlo este año, pero promete obtener un resultado positivo en 2014. Las acciones de Sony perdieron la mitad de su valor en bolsa el año pasado, pero desde la llegada del nuevo presidente se esboza una recuperación.
Mucho más complicado, si cabe, es el caso de Sharp. En lugar de mejorar, las cosas se han agravado en el trimestre abril-junio, que se ha cerrado con pérdidas de 138.400 millones de yenes (1.400 millones de euros), dos veces y media más que el año pasado por las mismas fechas. Su previsión anual no es ni remotamene optimista: de una estimación previa de 30.000 millones de yenes, ha pasado a 250.000 millones, una circunstancia de la que tiene muy difícil salir por sí sola.
La solución que ha buscado, en coincidencia con el cambio presidencial, es la más audaz de la industria japonesa. No podría deslocalizar a China, tras haber invertido masivamente en su gigantesca fábrica de Sakai –que no ha llegado a alcanzar más del 30% de su potencial – pero sí puede meter un socio chino en casa. Ha firmado la venta del 10% de sus acciones al grupo Hon Hai (más conocido como Foxconn), que a su vez se ha comprometido a absorber buena parte de la producción de Sakai.
Los rumores, no exentos de cortinas de humo, dicen que los futuros televisores de Apple llevarán pantallas fabricadas por Sharp y montados en alguna de las fábricas de Foxconn en China. Desde el primer anuncio, el socio entrante parece habérselo pensado mejor, y como las acciones de Sharp siguen cayendo, reclama un porcentaje mayor a cambio de su inversión. Ahora bien, ¿cuál es el porcentaje asumible de dependencia antes de que Sharp dejara de ser considerada japonesa?
Naturalmente, los planes de las tres empresas tendrán consecuencias negativas sobre la estructura industrial y laboral de Japón. Con acento geopolítico, hay analistas en Tokio que preconizan esta fórmula: “asociarse con China es el único modo de frenar a Corea”. En el fondo, y ya que este post coincide con la edición anual de IFA en Berlin, la raíz del problema es que, por primera vez puede afirmarse que el televisor [no ´la` televisión] está dejando de ser el centro del entretenimiento doméstico, o lo sigue siendo a condición de subordinarse, como una pantalla más, al consumo de contenidos y servicios que van y vienen por Internet. Este, precisamente, ha sido el punto flaco de la industria japonesa.