Daría mucho que pensar: la dificultad para representar abstractamente la inteligencia artificial [la sigla AI sobre un circuito como fondo es demasiado socorrida] los ilustradores acuden a la imagen de un robot humanoide. Se puede entender, porque un algoritmo no es algo físico, pero equivale a restaurar una idea que la ciencia ficción ha abandonado por tópica, la de que el robot será percibido como más creíble si se dibuja con forma humana (o de mascota, que también). En el frenesí que la IA vive desde hace dos años, aquel sueño inquietante de una cierta literatura adquiere valor económico: un informe de Citi apunta que en 2050 el mercado de las máquinas humanoides alcanzará los 4.000 millones de dólares.
Según ese informe, inspirador de crónicas como esta, dentro de cinco lustros se venderán 648 millones de unidades de esta categoría de robots dedicados especialmente a asumir tareas de cuidado y limpieza. Otras previsiones son menos escrupulosas pero quizá más notorias. Una que no podía faltar se debe a un tal Elon Musk, para quien Tesla llegará a valer más billones (trillions) de dólares gracias a los robots humanoides que la compañía está desarrollando y podrían convertirse en el principal producto de la compañía. ¿Otra bravuconada?
Lo cierto es que la inversión en decenas de startups especializadas en robótica humanoide se ha incrementado y con ella proliferan los proyectos de compañías que originalmente tienen afinidades. Precisamente, el caso más difundido es el de Tesla, que ha presentado una máquina bípeda a la que llama Optimus. Empezará a producirse este año, según el calendario publicado y se espera que miles de ellas se instalen en las fábricas de la marca, escenario de pruebas ideal. Este robot sería capaz de llevar a cabo tareas repetitivas, triviales algunas o peligrosas otras. Si realmente saliera al mercado al precio estimado de 25.000 dólares la unidad, podría tener un impacto económico.
También en 2025 está previsto que empiece la producción masiva de Kua Fu, el humanoide de Donguan Jimu, una subsidiaria de Huawei especializada en robótica. Este “equivalente” chino de Optimus cuenta con su propio campo de pruebas en las plantas de la compañía matriz, ideales para un despliegue a escala controlado. Para ambas empresas – que obviamente no se parecen en nada más que la ambición – el éxito de sus robots supondrá mejoras de productividad y ahorro de costes laborales [que, contra lo que algunos suponen, no son la misma cosa]. Es lo mismo que busca Amazon, que ha introducido sus propios humanoides en almacenes desde finales de 2023. Ya en aquella fecha, el gigante del comercio electrónico tenía más de 750.000 robots en funcionamiento “colaborando con los empleados en sus operaciones diarias”, según su comunicado.
Las startups han adquirido relevancia en este contexto. Un ejemplo es Physical Intelligence y está respaldada por la fortuna personal de Jeff Bezos. Otras son Lucky Robots y Standard Bots. Pero el nombre que más ha sonado durante años es el de Boston Dynamics, cuyos desarrollos han sido celebrados como grandes avances y es conocida por un perro autómata que se alquila como atracción para ferias de tecnología. Sin embargo, por alguna razón Boston Dynamics nunca consiguió la estabilidad necesaria: pasó por el balance de Google hasta caer en las manos de Softbank y, por último, recalar en Hyundai, bajo cuyo paraguas sus robots tienen espacio de aplicación en buen número de plantas industriales. Se ha ha mencionado que Google espolea a su filial DeepMind para retomar sus intenciones en robótica; aunque de momento, la división de IA se ha asociado con Apptronik con el fin de combinar inteligencia artificial y hardware de apariencia humana.
Era impensable que OpenAI no coqueteara con jóvenes promesas que invierten tiempo y dinero en la robótica. Por el momento, sin una meta visible, bastante tiene el ubicuo Sam Altman con mantenerse a flote en la alocada carrera por la IA generativa. Probablemente busca tener a mano algún vínculo que le sea útil cuando llegue el momento de transponer los modelos LLM a los robots actuando como interfaz de uso. La conversación se antoja, de momento, complicada, ya que estas máquinas – con independencia de su fisonomía, que no es lo principal – requieren una gran capacidad de procesamiento: si tuvieran que responder a una interpelación, tardarían decenas de segundos en hacerlo: demasiado tiempo para un intercambio fluido. Por su lado, Samsung ha adquirido un 35% de la especialista Rainbow Robotics, entre otras cosas para desarrollar equipos autónomos bípedos que automaticen operaciones fabriles y logísticas.
Hay síntomas de que se está conformando un ecosistema con una cadena de suministro específica. Nvidia, quién si no, ha anunciado una suite de servicios, modelos y plataformas de computación para apoyar el desarrollo y entrenamiento de la próxima generación de humanoides y ofrece a los desarrolladores un entorno de simulación y herramientas para generar datos sintéticos en movimiento. Al final, el objetivo de este fabricante de chips es, como el de cualquiera, vender su mercancía y cautivar una clientela: este tipo de máquinas necesitará una enorme potencia de cómputo para controlar con fluidez todos sus actuadores mediante IA. Sobre todo teniendo en cuenta que deberán hacerlo al mismo tiempo que aprenden la tarea que se les encomienda y toman decisiones en tiempo real.
En cuanto al software, cada proyectos tiende a desarrollar su propio modelo. Esto podría acelerarse a raíz del ofrecimiento en abierto de la plataforma AgiBot World, que acumula un conjunto de datos de más de un millón de movimientos de cien robots. Incluye la manipulación de objetos, el uso de herramientas y la coordinación de tareas de distintas máquinas que actúan en un mismo espacio. El software gratuito, que también incorpora modelos funcionales, ha sido puesto en manos de la comunidad open source por la startup china AgiBot.
En estos movimientos se echa de ver el ritmo acelerado que está adquiriendo el capítulo de la robótica acicateado por la I+D en inteligencia artificial. En lo que concierne a la electromecánica, los avances se han producido paulatinamente, pero las capacidades de estos humanoides para reconocer su entorno con visión artificial y otros sensores, así como para manejar sus actuadores, servomotores, sistemas de control y de feedback, han dado un salto con la reciente ola de inteligencia artificial generativa.
Aunque, todo sea dicho, se presentan dificultades en el desarrollo de estas máquinas. Los modelos fundacionales que las gobiernan han logrado, por ejemplo, doblar la ropa después de hacer la colada, pero aún no han conseguido atar los cordones de un par de zapatos. Esto, porque la destreza de las manos robóticas aún está muy lejos de lo que es capaz de hacer un niño de siete años.
Al mismo tiempo, surge otra barrera importante. El entrenamiento de los LLM ha sido relativamente sencillo en la medida que Internet está ahíto de texto que los desarrolladores de los modelos han utilizado – sin muchos miramientos por la propiedad intelectual – para entrenar sus algoritmos. Pero esta abundancia, tan homogénea, no vale de nada con los humanoides. En este momento, los sistemas que los gobiernan se entrenan con datos que proceden de otros tipos de robots, con morfologías distintas y que hacen tareas dispares.
Por consiguiente, en laboratorio, uno de estos modelos sólo puede entrenarse de forma limitada. Tal como ocurre con los coches autónomos: necesitan circular en entornos reales para pulir su rendimiento. Es más: también necesitan al principio de supervisores humanos, una de cuyas funciones es darles información precisa sobre los fallos para que se haga una corrección adecuada. Es posible que los humanoides también requieran un supervisor que recoja datos sobre su comportamiento; como esto podría resultar extraño si el propósito fuera colocar estas máquinas en los hogares, cabe esperar que los desarrolladores estén deseosos de saltarse toda privacidad con tal de obtener información que les permita mejorar el producto. Atención ahí.
La cuestión más espinosa que plantean estos robots tiene mucho que ver con el empleo. Circula una justificación de la tecnología en la que se esgrime el envejecimiento de la población y el hecho de que muchos jóvenes no quieren trabajar en almacenes o instalaciones industriales. Con estos argumentos discutibles se presenta a los robots humanoides como un reemplazo natural e incluso se sugiere que son una forma de atraer empleo cualificado a los almacenes porque, de hecho, se necesitarán perfiles preparados para supervisar flotas de robots. Que venga un sociólogo y opine.
No se puede pasar por alto la oportunidad de ahorrar que por unos pocos miles de dólares ofrecería un robot: aligerar costes y reducir plantilla, son consignas atractivas según para quién. Las reticencias llevan a dudar de que almacenes y fábricas vayan a abrir las puertas de par en par a estos humanoides: muchas ya cuentan con sistemas robóticos, desde vehículos autónomos a brazos artificiales, pero frente a estas soluciones probadas, las nuevas máquinas tendrán que ganarse un lugar a base de versatilidad y autonomía, cualidades que están por demostrar. Y que no tienen nada que ver con su apariencia física
[informe de Pablo G. Bejerano]