Ni al más ingenuo se le escapa que los 2.100 millones de dólares que Google pagará por Fitbit no se deben a que en su catálogo falte una pulsera deportiva. Entrar en el mercado de los wearables es secundario y podría hacerlo con menos dinero Como inversión, sería discutible: la acción de Fitbit lleva cuatro años estancado y sus resultados han sido siempre negativos desde que salió a bolsa en 2015. El interés de la oferta es apoderarse de los datos de 28 millones de usuarios activos. Lo que tienta a Google a corto plazo son los contratos firmados por Fitbit Health Solutions con las compañías de seguros que dan cobertura a empleadores en Estados Unidos.
El mercado de los wearables sería una birria si no formaran parte de un ecosistema con otros dispositivos. Y, por esto mismo, Fitbit no ha conseguido ser rentable, doce años después de su fundación por James Park (quien sigue siendo el CEO). En nueve meses de 2019 ingresó 932 millones de dólares y registró pérdidas operativas de 205 millones. Salvando este detalle, goza de buena salud (sic). A lo largo de su existencia ha vendido en total 100 millones de dispositivos, lo que le permite disputar con Apple y Xiaomi el liderazgo del mercado.
La intención declarada de Google es que la absorción de Fitbit le permita “aplicar mejoras en la calidad clínica y la seguridad de los pacientes que usan sus dispositivos”. La documentación pública sobre patentes revela que la compañía que dirige Sundar Pichai trabaja en tecnologías de predicción del estado de salud de los usuarios, incluso de aquellos que no acuden a la consulta de un médico, conectando su dispositivo a un servicio cloud de Google.
A los pocos días de anunciarse la compra, la noticia de un acuerdo entre Google y un gran proveedor de atención médica, el grupo Ascension – que explota 2.600 hospitales y clínicas en Estados Unidos – para que este ceda los historiales médicos de 50 millones de personas, es sólo una muestra. En septiembre, Google anunció otro acuerdo, en este caso con la Clínica Mayo para almacenar la información genética y médica de los pacientes, que podría usarse – sin identificarlos nominalmente – para desarrollar un nuevo software. La Cleveland Clinic y el Medical Center de la Universidad de Chicago trabajan también con la compañía.
En su conjunto, el mercado privado de la sanidad en Estados Unidos se estima en 3,5 billones de dólares, con tendencia a crecer un 6% en 2020, según un informe de PwC. Y, puesto que genera un enorme flujo de datos, resulta demasiado jugoso para la voracidad de las nuevas plataformas digitales. Sus dimensiones han llevado a la creación de productos y servicios con los que precisamente se espera monetizar los datos relacionados con la salud de los ciudadanos, que a estos efectos pasan a la categoría de usuarios.
Apple, que en esto se ha adelantado a Google sin necesidad de hacer adquisiciones, ha creado todo un ecosistema de salud personalizado que haga posible la comercialización de servicios, nuevo mantra de la marca de la manzana. También Amazon ensaya un programa piloto con el que espera proporcionar cobertura médica a su planilla pero que en el futuro podría ser comercializado con la ventaja añadida de que está involucrada en la distribución farmacéutica. Por su parte, Microsoft tiene una oferta a proveedores de salud para almacenar su delicada información y diseñar algoritmos predictivos. Facebook no tiene, que se sepa, ninguna iniciativa comparable, pero el hecho de que pujara con Google presentando una oferta ligeramente inferior por Fitbit, indica que ganas no le faltan
La línea que separa el mercado de consumo y la medicina se hace difusa. Esto es lo que demuestra la oferta de Google por Fitbit. A partir de datos como la calidad y regularidad del sueño, cruzados con otros parámetros biológicos, Google podría extraer – con el consentimiento de los usuarios, claro está – la inteligencia para hacer recomendaciones sobre el tratamiento de pacientes de la tercera edad o sobre la gestión de enfermedades crónicas, que suponen un volumen en alza del gasto hospitalario. Desde que en 2011 se cerró el experimento de Google Health, su primer intento en el sector, la compañía se ha cerrado en buscar soluciones de inteligencia artificial que mejoren operativamente el negocio de la salud.
Buena prueba de su determinación es el Proyecto Nightingale, por el que obtiene acceso a los datos de la red de Ascension. Con ellos ha podido entrenar sus algoritmos de machine learning para que sugieran cambios en la gestión hospitalaria y el cuidado de los pacientes. La información compartida incluye el nombre, fecha de nacimiento, parentela, alergias, inmunizaciones, imágenes radiológicas, historial de hospitalización, pruebas de laboratorio, medicación, etcétera. El software de IA podría recomendar la asignación de especialista, una nueva política de medicación o un cambio de tratamiento. El objetivo es transparente: Ascension ganaría eficiencia y, si fuera pertinente, facturar nuevos procedimientos.
Aquí es donde salta el grave problema de la privacidad. Los abogados de Google sostienen que el acuerdo se ajusta a la legislación de 1996 que permite a los hospitales compartir información sin avisar a los pacientes cuando el propósito sea ayudar al establecimiento a cumplir con sus funciones médicas. Pese a esa opinión, el departamento federal de Salud, a través de su oficina de derechos civiles, investigará las garantías que se contemplan en la normativa vigente.
Estos anuncios se producen cuando uno de los temas centrales del debate preelectoral en Estados Unidos es precisamente la defensa y en su caso la extensión del programa sanitario aprobado bajo la administración Obama y que Donald Trump ha tratado por todos los medios de sabotear. Los candidatos a la nominación demócrata se apoyan en el caso Ascension como ejemplo de que se necesitan normas más precisas para regular la recogida de datos médicos y las condiciones de su almacenamiento y uso posterior.
En lo tocante a Google, estas suspicacias se suman al escrutinio que los reguladores ejercen sobre la compañía en varios frentes, uno de los cuales es la protección de datos. Una investigación federal trata de dilucidar si la información que amasan el buscador y otros servicios online de Google le proporcionan alguna ventaja competitiva impropia sobre sus competidores. La semana pasada, la Comisión Europea comunicó que está investigando a Google por esa misma razón. Estas sospechas de prácticas monopolistas se multiplican, por tanto, estimulando a quienes proponen la partición de Google y otros gigantes tecnológicos; la incursión en el sector sanitario no contribuirá a suavizar esas críticas.
En el ámbito puramente médico, el potencial de Google para combinar datos también podría ser providencial. La compañía trabaja en lo que ha dado en llamar ´emergent medical data`. Se trata de información médica inferida a partir del comportamiento de la persona mediante técnicas de IA. Los algoritmos de Google podrán trabajar sobre palabras escritas en el buscador y cualquier otro rastro digital en los servidores de la compañía y combinarlos con los datos obtenidos por Fitbit para construir sus propias predicciones. Esta innovación sólo está en sus inicios, pero ya ha habido experimentos como el que estudió los historiales médicos de 999 usuarios de Facebook para concluir que ciertas palabras que empleaban en la red podían identificarlos como pacientes diabéticos.
Fitbit sólo ha intervenido en este debate para aclarar que el acuerdo al que ha llegado sobre la oferta de Google no contempla que los datos vayan a nutrir la maquinaria publicitaria del comprador. Aun así, no se puede perder de vista que este es el principal modelo de negocio de Google: un caudal de información con estas características podría dar pie a crear un nicho de alto valor publicitario y atraer anunciantes con fuerte presupuesto.
En relación con la explotación de datos médicos para anuncios online, el Financial Times ha publicado conclusiones de una investigación según la cual algunas páginas web de salud muy visitadas de Reino Unido compartían datos sensibles – desde síntomas o diagnósticos pasando por medicación o tratamientos de fertilidad – con compañías especializadas en publicidad. La cesión de datos era aparentemente consentida, gracias al truco de instalar cookies que los usuarios validaban sin enterarse de qué se trataba.
Google, alerta ante estos riesgos, ha comunicado que se propone impedir que los anunciantes vean la información subyacente en un sitio web para el que estén pujando en anunciarse. La otra parte, los anunciantes, se quejan de que este movimiento podría incrementar el control que la compañía tiene sobre sus datos y de tal modo acentuar su capacidad de monopolio.
En un ámbito más próximo al consumo, una de las consecuencias posibles de estos movimientos podría ser un aumento de las alertas médicas. Ya ocurre con Samsung, que sobre la información que recogen sus wearables envía sus propias advertencias a los usuarios. Si Google empezara a hacer lo mismo, podría acabar favoreciendo la proliferación de falsos positivos, cuya ratio es alta en este tipo de alertas a través de dispositivos móviles.
[informe de Pablo G. Bejerano]