Como sistema operativo, Android ha llevado a Linux en el corazón, lo que no ha impedido que se alejara progresivamente en una dirección que llegó a ser incompatible con el kernel del segundo, una distancia que Linus Torvalds puso de manifiesto con sus críticas; el año pasado se habló de la posibilidad de una querella por violación de la licencia GNU, extremo que Torvalds desmintió. Ahora, por fin, parece que Android (es decir Google) vuelve a acercarse a la familia del pingüino, gesto que habría sido facilitado por la versión 3.3 del kernel de Linux. Hay que aclarar que el asunto no atañe sólo al gremio de los programadores, sino que es de relevancia estratégica para la industria.
Torvalds, el legendario creador de Linux y custodio del núcleo y su progresión, había dicho: “habría mucho que hacer para que Android vuelva a la convergencia, que no se producirá antes de 4 ó 5 años”. Parece que el plazo se ha acortado, y puede que la confluencia se note en la próxima variante de Android, 5.0 o Jelly Bean. Lo curioso es que la vigente, 4.0 o Ice Cream Sandwich, está lejos de generalizarse en el mercado, y empieza a ser vista como otra fase de transición. Los usuarios, como es normal, viven ajenos a estos movimientos, cuyo sentido se les escapa, pero el retorno de Android a la ortodoxia de Linux acabará por interesarles.
Contra lo que pudiera suponerse, los programadores de Android están desbordados. Hace poco, un ingeniero de Google reconocía: “el equipo ha estado tan ocupado trabajando con la especificidad de los dispositivos, que no ha podido coordinarse con los desarrolladores del kernel de Linux”. Android está plagado de componentes de alto nivel, como la máquina virtual para la ejecución de aplicaciones y la propia colección aportada por Google, de modo que la brecha se ha ido ensanchando.
Hay una razón de peso para el acercamiento. Android fue concebido como sistema operativo para móviles, y el intento de convertirlo en plataforma para competir con el iPad ha dado magros resultados, como revela su escasa cuota de mercado. Por otro lado, la dicotomía con Chrome OS nunca ha sido convincente. Se especula con la posibilidad de que Jelly Bean introduzca un cambio de gran importancia en la fragmentaria trayectoria de Android. Incorporaría, dicen, funciones de desktop sin perder su naturaleza. Esto coincidiría con la aparición de un accesorio mediante el cual las aplicaciones propias de un smartphone ganarían escala para trabajar con ellas en una pantalla más grande. Un precursor sería el híbrido Padfone, de Asus, pero antes la exploró Motorola Mobility con el dock para su modelo Atrix, presentado hace un año. Desde entonces, la compañía – que pronto será oficialmente una filial de Google – ha trabajado sobre el concepto, que denomina WebTop.
El futuro parece deparar una nueva experiencia de usuario, que supere las limitaciones de tamaño de los smartphones y las funcionales de las tabletas. Las encuestas revelan que para la mayoría de los usuarios, una tableta no sustituye – y, lo peor, no creen que lo haga a medio plazo – las prestaciones que les ofrece un portátil. En ese hueco quieren insertarse los ultrabooks, pero la sintonía entre Android y Linux, y experimentos como los de Motorola y Asus, podrían ser una alternativa que, en lugar de aligerar un portátil, elevaría las capacidades de un hardware que, con toda legitimidad, puede calificarse de ordenador móvil.
En este contexto se entiende la iniciativa de la empresa Canonical, cuyo producto Ubuntu es la distribución más popular de Linux para ordenadores. En el reciente Mobile World Congress, anunció su novedad Ubuntu para Android, que se define como “una experiencia desktop completa para ser instalada en un dispositivo junto con el entorno Android estándar”. Según la empresa, los usuarios podrían ejecutar el sistema operativo Ubuntu desde un smartphone combinando el dispositivo con un dock conectado a su vez a un teclado y un monitor externos.
El concepto subyacente no es muy distinto al de Motorola, salvo que aquí entran en juego las prestaciones asociadas a Ubuntu. Este aportaría un catálogo de aplicaciones nativas en Linux, y Android se ocuparía de la conectividad. Dicho de otro modo, ya que todo el mundo lleva consigo un móvil, ¿para qué cargar con un portátil si el smartphone tiene suficiente capacidad de proceso y casi en cualquier sitio se puede conectar a un monitor o a una impresora?
Si la idea de Canonical y su artífice, el sorprendente Mark Shuttlework, tuviera aceptación, podría representar un giro industrial. Sería sencillo para los fabricantes de hardware integrar esta versión de Ubuntu en dispositivos Android que requeriría procesador de doble núcleo y conectores HDMI y una salida microUSB. Por otra parte, la industria está en los albores de nuevas y ubicuas tecnologías de display: flexibles o por proyección sobre distintas superficies.
Más allá de estas combinaciones nada utópicas, Shuttlework imagina que dentro de poco tiempo los usuarios tendrán la mayor parte de sus datos alojados en servicios cloud, para recuperar los que necesiten en cada ocasión con el fin de trabajar o entretenerse. Naturalmente, hay que verlo con una dosis de escepticismo, pero es una tendencia, y la iniciativa de Canonical es coherente con un escenario en el que los profesionales podrían viajar ligeros de equipaje. Que estos razonamientos coincidan o no con las razones de Google para reintegrarse a la ortodoxia de Linux, es algo todavía especulativo.