En su carta abierta – dirigida primariamente a los inversores – Larry Page no menciona los múltiples frentes jurídicos que tiene abiertos Google. En la Comisión Europea se tramitan dos temas de distinta naturaleza, ambos relacionados con las normas que regulan la competencia. Hay denuncias de preferencia interesada a sus servicios propios en los resultados de búsqueda, en perjuicio de compañías que compiten con ellos y cuya visibilidad depende de su aparición en el buscador más popular. Y otra queja, complementaria pero más compleja, sostiene – que se sepa, sin pruebas – que Google manipula su algoritmo para relegar las posiciones de sus rivales en el ranking de resultados que ven los usuarios.
La primera cuestión podría, a priori, regularse a la manera que se hizo hace tres años con Microsoft, a la que la CE obligó a disociar el navegador Explorer de su sistema operativo. En la segunda, habida cuenta de que las matemáticas no son materia regulable, se ha sugerido una salida extrema: forzar la separación empresarial del buscador y las demás actividades de Google. Puede sonar descabellado, pero este fue el planteamiento original en el litigio de la UE con Microsoft, antes de que esta se allanara a negociar.
A los funcionarios de Bruselas que trabajan a las órdenes del comisario Joaquín Almunia, les ha sentado muy mal que Google anunciara su “nueva política de privacidad”, desoyendo advertencias previas de que ahí podría haber una fuente de litigio con la regulación europea.
En el fondo, en esta historia de desamor podría rastrearse el papel de los celos. Aunque desde la salida a bolsa en 2004 las acciones de Google han subido un 500%, alcanzaron su cénit en 2007 y ahora están lejos de aquel valor. Muchos pronosticaban hace cinco años que Google ascendería hasta los 1.000 dólares por acción. Pero la estrella bursátil del momento es Apple – de la que, por cierto, se predice lo mismo – y dentro de poco saldrá a bolsa Facebook. Por ambas razones, la imagen de Google en Wall Street ha empalidecido.
Sin embargo, el negocio de Google es un éxito incuestionable. Cerró 2011 con ingresos de 38.000 millones de dólares, y un cuarto trimestre récord. Los resultados del primero de este año, anunciados el jueves, dan un 24% más de ingresos (10.645 millones), y un 60% más de beneficio neto (2.890 millones). Aun así, algunos analistas picajosos han hecho dos observaciones: los costes de adquisición de tráfico (TAC) siguen aumentando y el precio unitario por clic sigue bajando.
Las dos cuestiones tienen explicación. Los TAC aumentan – ya rozan el 25% de los ingresos – por el mayor peso que las búsquedas móviles tienen en el total, y esa recaudación hay que repartirla con fabricantes y operadores. La segunda es algo más compleja: el 54% de la facturación de Google se hace fuera de Estados Unidos, y la diferencia de tarifa implica que al 39% de incremento en el número de clics pagados corresponda una caída del 12% en la métrica que económicamente importa.
Desde la salida a bolsa en 2004, la acción de Google ha subido un 500%, superando a los índices bursátiles en el mismo plazo. En la conferencia con analistas se anuncio un split de las acciones de Google, un gesto que en principio debería ser de seducción hacia los accionistas. Pero es un reparto singular, que ha recibido críticas de los inversores institucionales. En las horas siguientes, se produjo un descenso de la cotización, a despecho de la calidad de los resultados.
Ocurre que en la estructura accionarial de Google hay dos tipos de títulos, la Clase A y la Clase B, con distinto valor político (1 voto las primeras, 10 votos las segundas). Estrictamente, no es algo extraño, puesto que es una tendencia de las empresas de nuevo cuño que así aseguran el control de sus fundadores al otorgarles un peso superior al de los demás accionistas. Esta corriente es poco apreciada en Wall Street, pero últimamente se ha aplicado en todas las OPV (LinkedIn, Groupon, Zynga, etc) y será también la que se utilice en la salida a bolsa de Facebook.
En el caso de Google, se ha creado una nueva Clase C, que los accionistas actuales recibirán en proporción 2×1. Con una peculiaridad: las nuevas no darán derecho a voto. A priori, podía presumirse que esta iniciativa, equivalente al reparto de dividendo, daría alas a la cotización, pero de momento ha ocurrido lo contrario.
¿Cuál es el verdadero objetivo del split? Asegurar que las acciones de Clase B no diluirán su valor cuando se emitan nuevos títulos para recompensar a los empleados, o para entregarlas como pago en la compra de empresas. Segunda pregunta: ¿quiénes poseen acciones de Clase B? Larry Page, Sergei Brin y Eric Schmidt, que en conjunto suman el 66% del control de la compañía. Obras son amores.
[segunda parte ampliada del texto publicado en La Vanguardia el 15/04]