Han pasado dos años desde que Arm demandó a Qualcomm y, por fin, el miércoles 16 están citadas en un tribunal de Delaware. La base para el enredo judicial se remonta a la compra por la demandada de la joven y desconocida empresa Nuvia, en 2021, por casi 1.400 millones de dólares. Los núcleos de los chips de Nuvia, así como los de Qualcomm, están basados en la arquitectura de Arm, por lo que esta consideró que Qualcomm se apoderaba de licencias sobre su propiedad intelectual sin negociar con ella, su legítima propietaria. Por su lado, Qualcomm sostiene que su adquisición cubre esas licencias. Este litigio ha envenenado una relación que no siempre ha sido plácida.
Con este antecedente, Arm ha lanzado un ultimátum: si Qualcomm no se aviene a su exigencia, perderá los derechos al uso de licencias sobre su propiedad intelectual. Es un órdago y pudiera ser un farol, pero en la peor de las hipótesis podría provocar un efecto dominó en la industria, con repercusiones múltiples.
De una relación provechosa para ambas, las compañías han pasado a la confrontación. Su empecinamiento tiene explicación: a) Qualcomm tiene un estatus especial por su peso en el mercado y defiende el privilegio que representa, y b) en 2022, su oposición al intento de adquisición de Arm por parte de Nvidia promovido por el propietario de la compañía, el conglomerado Softbank, ha dejado huella.
Muchos analistas se sorprendieron cuando Qualcomm aceptó pagar tan alto precio por Nuvia, que por entonces tenia apenas dos años de vida y se dedicaba a diseñar chips para servidores, actividad que no era tan golosa como lo es ahora, para lo que tenía un contrato de licencia en regla firmado con Arm. Con el paso del tiempo, la operación de 2021 adquiere sentido porque la compradora acaba de anunciar una línea de productos para automoción que se basa en diseños de Nuvia y, según Arm, no podría explotarlos a menos que su nuevo propietario renegocie la licencia.
En realidad, nadie espera seriamente que la sangre llegue al rio: estos litigios hacen daño, pero suelen arreglarse fuera de los tribunales tras alcanzar su climax mediático. Este puede ser el caso, porque a ninguna de las dos le conviene llegar a una ruptura. Los productos de Qualcomm incorporan la propiedad intelectual de Arm y se estima que casi un 10% de los ingresos de esta proceden de las licencias que paga su cliente y antagonista.
Una vía de escape con la que Qualcomm ha amagado – al menos de boquilla – sería migrar su futura arquitectura a un diseño de chips de código abierto, como RISC-V, en la que declara haber invertido 650 millones de dólares. Pero esto sería tan traumático como engorroso, además de arriesgar las posiciones adquiridas en el mercado.
Si se desglosan los resultados de Qualcomm en su actual año fiscal – cosa que sería excesiva en esta crónica – el gesto de Arm cobra una inquietante dimensión: sus ventas de chips para smartphones ascendieron a 6.100 millones en el pasado trimestre. Arm, en el período equivalente, facturó 844 millones de dólares, superando todas las previsiones y también pretende diversificar su negocio más allá de los teléfonos inteligentes hacia los servidores para cargas de inteligencia artificial.
La reacción bursátil ha penalizado a las dos compañías: algo más a las acciones de Arm que a las de Qualcomm. El CEO de la compañía de Cambridge, René Haas, ha estimado unos ingresos esperados de entre 920 y 970 millones, cuya media sería inferior al pronóstico de los analistas.
Si acaso hubiera un buen momento para la ruptura, sin duda no sería este. Arm pasaría a depender de otros clientes y estos sabrían cómo explotar su debilidad. Desde la óptica de Qualcomm, saldría beneficiado su rival MediaTek, que pasaría a convertirse en el mayor cliente de los diseños estándar de Arm. Por otra parte, con este escándalo, Nvidia se envalentonaría en sus presuntos planes de entrar en el negocio de los AI PC, que tendría calculados para mediados del año próximo.
Si se diera el caso, la prohibición de que Qualcomm siga usando las licencias de Arm, tendría un poderoso efecto en cadena: todos los fabricantes cuyos productos incorporan sus chips, tendrían que detener su producción. Con más motivo si el veto afectase a los equipos basados en la serie Snapdragon X y el todavía fresco 8 Elite.
Los segmentos en los que tendría más repercusiones serían, claro está, los smartphones, los automóviles y los dispositivos IoT. Qualcomm debería medir hasta dónde tensar la cuerda, porque su incursión en los nuevos AI PC – otra gran apuesta de su CEO, Cristiano Amon – está en el aire mientras no resuelva de modo concluyente la cuestión de la incompatibilidad del software. Hasta la fecha, ha ido salvando los muebles con sus procesadores Snapdragon frente a la arquitectura x86 de Intel y AMD, gracias a la emulación desarrollada por Microsoft, pero no parece suficiente.
En su día, Apple no escatimó a la hora de ofrecer incentivos a los desarrolladores de aplicaciones para que apostaran por la arquitectura Arm, pero no es el caso de Qualcomm ni tampoco de Microsoft. En consecuencia, lo que se conoce como Windows on Arm está lejos del rendimiento y la experiencia que proporciona el sistema operativo clásico sobre x86. En el mejor de los casos sería un complemento para tareas ligeras de navegación, streaming y productividad.
Así las cosas, sabiendo que los juicios sobre materias tecnológicas son a menudo imprevisibles si en ellos interviene un jurado de pocos conocimientos, la solución “ideal” sería llegar a un acuerdo entre ambas partes, pero este desenlace requeriría mucha mano izquierda de los abogados de las partes. Ya se verá. .