19/04/2016

Larga Marcha de los chips chinos

Poco importa qué marca lleven los gadgets electrónicos: China es la pieza maestra en el tablero de esa industria de industrias que es la de semiconductores. El gigante asiático absorbe el 40% de los chips que se venden, para luego transformarlos en productos de exportación o para consumo propio. En contraste, su producción de circuitos integrados es reducida: 13.000 millones de dólares frente a un total mundial de 291.000 millones. Lo más significativo es el ritmo de crecimiento de la producción: desde el 2001, la media anual ha sido del 26,5%, y se espera acelerarla hasta conseguir en 2025 un 40% de autosuficiencia en la fabricación, y esto sí que importa. A los chinos y a la industria.

Muchos de los nombres que aparecerán en esta crónica son desconocidos para el lector occidental. Más vale acostumbrarse, y acaso retenerlos. Uno de ellos, el fabricante XMC, controlado por capital público, a finales de marzo puso la primera piedra de una planta en Wuhan en la que espera fabricar memorias DRAM y 3D NAND con obleas de 300 mm. La inversión prevista es de 24.000 millones de dólares, ahí es nada. Pero los analistas son escépticos, porque el objetivo equivaldría a situarse en el máximo nivel tecnológico partiendo casi desde cero.

Casualmente, el mismo día del mismo mes, el fabricante taiwanés TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing) firmaba un acuerdo con el gobierno municipal de Nanjing para construir su primera fábrica en China continental de obleas de silicio de 300 mm (el tamaño más grande). Se trata de una inversión de 3.000 millones de dólares, y se espera iniciar el proceso a escala industrial en la segunda mitad de 2018, con tecnología de 16 nanómetros.

En los dos últimos años, las autoridades chinas han creado un instrumento financiero, cuyo nombre en inglés es Sino IC National Fund, dotado con 32.000 millones de dólares, para estimular inversiones en la industria de semiconductores. Muchos hilos conducen a Tsinghua Unigroup, holding empresarial vinculado a la universidad del mismo nombre y, por tanto, estatal. Zhao Weiguo, presidente de Tsinghua Unigroup, declaró a Reuters que en los próximos años invertará masivamente para convertirse, nada menos, en el tercer fabricante mundial de chips de distintas categorías. Tsinghua ya ha invertido cerca de 10.000 millones de dólares en capacidad propia y en la compra de un porcentaje de Western Digital, la compañía estadounidense que no hace mucho intentó comprar SanDisk [la operación fue bloqueada con base en el argumento de la implicación china]. Antes, Weiguo flirteó con la idea de presentar una oferta por el fabricante de memorias Micron, que también fue objetada por considerarse que esta industria estratégica debería estar cerrada a capitales hostiles.

Cuando se trata de iniciativas chinas, es difícil separar los prejuicios de la realidad; más aún si se trata de un mercado tan variado y complejo como el de los semiconductores. Lo único evidente es que China, como potencia que es, se ha propuesto reducir su dependencia del extranjero en la tecnología de fabricación de chips, y está dispuesta a usar el volumen de su demanda para forjar alianzas con los líderes de la industria, de los que busca un trasvase de conocimientos.

Tampoco se privaría de absorber a cualquier competidor que, en posición de debilidad, se le ponga a tiro. Por ejemplo, Tsinghua acaba de hacer pública una muy modesta inversión, de 41 millones de dólares, equivalentes al 6% de la compañía Lattice, especializada en chips programables de bajo consumo; da la impresión de que este movimiento menor no tiene más propósito que probar hasta dónde llegan los recelos de quienes en Washington aprueban (o no) las inversiones foráneas.

Por su lado, los fabricantes estadounidenses, coreanos, taiwaneses y japoneses no ponen muchos reparos en colaborar con sus colegas chinos. Intel sorprendió a propios y extraños cuando anunció que invertiría 5.500 millones en ampliar y remodelar su factoría de Dalian (al este de Pekín), y reconvertirla a la fabricación de memorias 3D NAND, las más avanzadas del momento. En Dalian, Intel produce procesadores que abastecen a la mayoría de los contratistas asiáticos de fabricación de ordenadores. Por las mismas fechas se conoció otra inversión de Intel: 1.500 millones de dólares por el 20% de un consorcio encabezado por Spreadrum, controlada por el omnipresente grupo Singhua.

Más recientemente, Qualcomm se ha visto obligada a pagar una multa de 975 millones de dólares a la autoridad antitrust china, y a reducir los royalties que cobra de los fabricantes locales de móviles por incorporar sus chips Snapdragon. Para mayor escarnio, la compañía californiana tuvo que ceder una parte de la producción de su familia Snapdragon – aunque no la más avanzada – a SMIC, el fabricante chino en el que participa la taiwanesa TSMC. También Micron fabrica la mayor parte de sus memorias en suelo chino, y muchas otras estadounidenses hacen lo mismo aunque no presumen de ello en los medios.

Con esto, el lector ya puede imaginar la tela que va tejiendo la industria china con el transparente propósito de alcanzar la autosuficiencia mediante la cooperación con quienes un día podrían ser sus rivales directos. Así, por ejemplo, la coreana SK Hynix [antes Hyundai Electronics] produjo en China el año pasado memorias DRAM por valor de 4.100 millones de dólares, según estima IC Insights. Samsung tiene – también en Dalian, por cierto –una inmensa factoría de memorias flash cuya facturación fue de 2.370 millones de dólares en 2015, con previsiones de duplicar la cifra en 2020.

Taiwan es un caso peculiar, más de complicidad o coexistencia que de cooperación. Las grandes fábricas de TSMC están en la isla, pero la compañía tiene activos fabriles en el continente desde antes de acometer su proyecto de Nanjing.

Volviendo a las empresas nativas, la trama se hace más y más densa: años antes de decidir la construcción de su planta en Wuhan, XMC habia formado una joint venture con Spansion [producto de la fusión de activos de AMD y Fujitsu en la fabricación de memorias], que posteriormente compró Cypress. Ahora, XMC no oculta su intención de apoyarse en el know how de Spansion y Cypress para dar el salto a la fabricación en su país de memorias flash 3D NAND, pasando luego a DRAM y así continuar, siempre adelante.

Pero una cosa es la intención de XMC y otra su capacidad de concretarla. Samsung, Intel y Micron persiguen desde hace años el mismo objetivo, y ahora empiezan a ver los primeros frutos. Las memorias de Spansion son del tipo NOR, y Cypress está especializada en memorias estáticas, ambas diferentes de las flash NAND, mucho más si se quiere que sean tridimensionales. Pero 24.000 millones darían para mucho.

La fabricación de circuitos integrados es la punta de lanza del capítulo más genérico, y con menos valor añadido, de la industria de semiconductores. Pero China ya es actualmente una potencia mundial en la verificación y prueba, gracias a que la mayor parte de esos procesos se hacen en su territorio, a cargo de empresas autóctonas. También está haciendo progresos importantes en el diseño; aunque el valor añadido de esta fase es reducido, crecerá. Para los estrategas chinos, dominar el diseño de los chips es esencial para adquirir tecnología.

TSMC es el ejemplo más claro de fabricante para terceros. Prácticamente no diseña, mientras Qualcomm y Apple – dos de sus grandes clientes – diseñan pero no fabrican. La frontera entre una y otra actividad está protegida por patentes y acuerdos de confidencialidad, pero siempre hay un trasvase de conocimientos. Y, por cierto, la fabricación de alto nivel – aunque no se tenga la propiedad – permite conocer las plantas y tratar a sus empleados. Es sabido que Taiwan y Japón han empleado la táctica de retener los pasaportes de ciertos empleados como medio de evitar fugas, pero cada vez más esas políticas coercitivas son insostenibles.

Un problema que tienen los proteccionistas a ultranza, horrorizados ante la posibilidad de que China llegue a ser una potencia en esta industria, es que las inversiones de capital son cada vez mayores y la rentabilidad cada vez menor. El congreso de Estados Unidos tiene la facultad de vetar operaciones de compraventa, pero correría el riesgo de hundir a empresas estadounidenses porque ¿quién que no sea chino invertiría en ellas?

Así se llega a la madre del cordero, la consolidación y formación de alianzas, incluso con los rivales. Por un lado, son inevitables si se quiere lograr economías de escala. Una prueba reciente ha sido el intento fallido del gobierno japonés por evitar que Sharp cayera en manos de Foxconn. Si, por poner un ejemplo extremo, China pusiera suficiente dinero para adquirir una parte de GlobalFoundries o, más fácil, ciertos activos de Toshiba, todas las partes saldrían beneficiadas, pero el rechazo político está servido. La pregunta clave es: ¿está Occidente – es decir, Estados Unidos – preparado para aceptar que China sea una potencia mundial en esta industria dentro de sólo diez años? Por no saber, no se sabe quién tiene la respuesta a la pregunta.

[informe de Lluís Alonso]


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