17/01/2025

La MAGAnomics no traerá nada bueno

Cuenta The New York Times que una buena cantidad de economistas estadounidenses se sienten marginados por la pérdida de influencia de su profesión en la nueva administración Trump, que asumirá la semana que viene. En su lugar, el presidente electo se ha rodeado de millonarios duchos en inversiones y de aventureros ocurrentes. Por ejemplo, ha escrito Donald Trump que “aranceles es una de las palabras más bonitas del diccionario”, una opinión desacreditada por la ciencia económica desde Adam Smith. La crónica que sigue intentará demostrar que quien vea este giro copernicano ver el asunto como algo lejano (y ajeno) comete una temeridad intelectual en la que podrían caer, por comodidad, algunos directivos en España.

El regreso de Trump a la Casa Blanca no es una buena noticia para el sector, por mucho que algunos próceres de Silicon Valley lo reciban como auspicioso. Aplicar una tasa del 15% a 300.000 millones de dólares en mercancías chinas podría elevar los costes de todo lo que Estados Unidos importa desde el gigante asiático y que abarca una enorme gama de productos; naturalmente, las empresas traspasarán el impacto a sus clientes y así de seguido. Esto, sin contar con las represalias de la otra parte, que no carece de instrumentos.

En consecuencia, vuelve la inquietud por la inflación y las autoridades monetarias (también la europea) han frenado en seco las rebajas que anticipaban en el coste del dinero. Adicionalmente – y la experiencia reciente demuestra que no es asunto banal – se verán alteradas las cadenas de suministros, sobre todo las que no han tenido tiempo suficiente para acomodarse a las tensiones geopolíticas más recientes. Por si no hubiera ya suficientes, otra fuente de incertidumbre.

Los economistas de Bloomberg contemplan que China se verá castigada con tres olas de aumentos de aranceles a partir del próximo verano, hasta triplicarse a finales de 2026. Al comercio con el resto del mundo se le suponen incrementos menores, pero sería impensable que no se extendieran los mecanismos de transferencia de precios en una economía muy globalizada durante décadas, en la que no es infrecuente que un componente atraviese varias fronteras antes de convertirse en producto final. Previsiblemente, el efecto se centraría en los bienes de capital y productos intermedios, tratando (sic) de que no lleguen a los consumidores y excluyendo – en principio – los servicios. Al final del ciclo, la media de los aranceles de Estados Unidos pasaría del 2,6% al 7,8% en esa hipótesis.

De ser así, se estima que el peso de Estados Unidos en el comercio mundial bajaría del 21% al 18%, básicamente por el hundimiento de los intercambios con China. Por otra parte, a través de su propia red Truth Social, Donald Trump ha amenazado con un castigo arancelario del 25% a México y Canadá “desde el primer día en la Casa Blanca”, a menos que esos países cumplan sus exigencias en materia migratoria y la entrada de fentanilo a través de sus fronteras.

La impredecibilidad de la retórica trumpista se ve agravada por el ruido que meten ciertos nominados para el futuro gabinete así como  otros cortesanos. Una excepción discreta pudiera ser Scott Bessent, quien será nombrado secretario del Tesoro. Inversor respetado por Wall Street, ha dicho estar de acuerdo con el alza de aranceles siempre que cumpla dos objetivos: incrementar los ingresos para compensar las rebajas de impuestos que son prioritarias en su catecismo y, al mismo tiempo, recortar en lo posible el déficit comercial endémico. Aparentemente, Bessent sería menos belicoso que otros leales al presidente – e incluso menos que el secretario de Estado, Marco Rubio – todos ellos caracterizados por una inconmovible hostilidad hacia China. Se presume que el metomentodo Elon Musk no comparte esos sentimientos, habida cuenta de sus interesadas relaciones con altos cargos de Pekín.

Hay precedentes. Durante su primera presidencia, Trump aplicó las políticas proteccionistas más severas que se recuerdan desde los años 30, en una condiciones ni remotamente comparables. La mayor parte del comercio con China acabó su mandato con un 20% de aranceles, que  la administración Biden ha mantenido y en algún caso ha agravado con restricciones complementarias hasta los últimos días.

Resulta fantasiosa la proclama según la cual los aranceles van a dar un impulso a los ingresos fiscales al repatriar producción que desde hace décadas se había abandonado por falta de condiciones competitivas. No será con aranceles como volverán las fábricas – la experiencia de los semiconductores es manifiesta – ni tampoco se salvará así la industria de automoción, agobiada por la competencia de los coches chinos.  Este improbable reshoring, prometido al calor de la campaña, tendría la virtud de elevar la recaudación pese a la rebaja de los tipos nominales de imposición a las empresas. Falso.

En la práctica, los aranceles están emparentados con una devaluación de la moneda, como arma de ida y vuelta. Normalmente, son excepcionales y pueden estar motivados por a) la necesidad de corregir el déficit comercial, b) reunir fuerzas para una negociación no relacionada con el comercio, c) proteger a ciertos sectores vulnerables frente a la competencia de bajo coste, o d) apuntalar medidas de seguridad nacional. De todo hay en este caso. Las compañías han de estar atentas a la evolución de los aranceles pero también a los cambios posibles en los regímenes regulatorios, que se verían alterados con el cambio de signo político en las agencias federales. Será otro frente que se abrirá más pronto que tarde.

Según el supuesto teórico de Bessent, con los aranceles se buscaría eliminar el ajuste automático con el que la economía estadounidense se adapta a sus desequilibrios externos. El problema que tiene este razonamiento es que el retorno de Trump no pilla por sorpresa a nadie y menos al régimen chino, que ha tenido cuatro años para pensar su respuesta. La devaluación del yuan es un aviso, pero muchas compañías americanas – incluso las más acomodaticias – no ocultan que están reorganizando sus cadenas de suministro para no perder otros mercados exteriores que pudieran verse arrastrados por la escalada de aranceles. Que Estados Unidos haya decidido entregarse a un partidario del aislacionismo no quiere decir que el resto del mundo vaya a seguir por el mismo camino.

En cuanto al impacto que tendrán las medidas de Trump sobre los mercados de tecnología, habrá que esperar los detalles antes de calentarse la boca. De momento, es útil saber que, según la consultora Canalys, los despachos totales de PC crecerán un 2% en cada uno de los dos próximos años, en lugar del 6% estimado en 2024. En otras palabras, habría una desaceleración vinculada directamente a los precios finales.

Canalys reproduce otro estudio, que no es suyo sino de la CTA (Consumer Technology Association), según el cual los aranceles que se barajan van a representar un aumento de hasta el 46% en el precio de portátiles y tabletas. Parece mucho, pero ellos sabrán por qué lo dicen. Las consecuencias pueden no ser visibles en lo inmediato, porque los distribuidores se han anticipado acumulando inventarios preventivos.

Capitulo aparte merece la eventual aplicación de aranceles a las importaciones estadounidenses desde Europa. No ha habido mención explícita de este capítulo durante la campaña y las celebraciones posteriores, pero el presidente electo ha sostenido con su estilo habitual que – además de las victimas favoritas – el resto del mundo estará sujeto a unos aranceles genéricos del 10%. Seriamente, sólo se puede consignar aquí que el comercio entre Estados Unidos y el bloque de los 27 representa un valor de 1,5 billones de dólares en bienes y servicios (cifras de 2023). Algunos funcionarios de Bruselas han sugerido que podrían aumentarse sin mucho dolor las importaciones – por ejemplo, de gas – para aplacar la postura de Trump. El Banco Central Europeo, por boca de su directora general, Christine Lagarde, ha advertido contra cualquier opinión que defienda medidas de reciprocidad.


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