Ya hay vacunas. En plural. Con una dosis de oportunismo, se ha buscado que la primera inoculación fuera británica, pero queda mucho por andar. La proeza ha sido de los científicos y la industria farmacéutica que las han diseñado y producido con inusual rapidez, aunque todavía subsisten dudas sobre cuánto durará la protección que prometen. Esta puede ser una explicación del alto porcentaje de ciudadanos son reacios a ser de los primeros. Pesa también – dejando a un lado arraigados prejuicios anticientíficos infundados – el descrédito que durante años se ha ganado la industria farmacéutica, del que tal vez llegará a rehabilitarse gracias a su eficacia en la lucha contra el coronavirus.
Vaya por delante que esta crónica no trata de tecnología sino de un fenómeno que The Economist solemniza como “redención” de la industria farmacéutica. Al mismo tiempo que los científicos se afanaban en sus laboratorios – y algunos se hacían hueco en la televisión – la maquinaria del marketing se ponía en marcha para disipar la mala fama de la industria, ora criticada como depredadora ora como mercantilista. Los grandes grupos farmacéuticos han sabido apreciar antes que nadie la oportunidad de purgar sus culpas.
La raíz del problema es una sucesión de escándalos que ha puesto de los nervios a muchos inversores: según una encuesta de Gallup, en 2019 el sector farmacéutico ha sido de lejos el que peor reputación mereció en Estados Unidos, peor incluso que otro sospechoso habitual, el petrolero.
La pandemia del 2020 ha puesto sobre la mesa una ocasión inesperada de sanear esa imagen colectiva. La agencia Kantar, que entre otras especialidades se ocupa del seguimiento de campañas publicitarias, ha observado que en el primer semestre de este año la inversión en medios de la industria farmacéutica se disparó por encima de cualquier precedente. Es fácil interpretar que la Covid-19 le ha proporcionado argumentos de peso para mejorar su reputación. Una prueba es que la inversión ha sido más voluminosa en la promoción de imagen de las compañías que a anunciar sus productos.
Pfizer, ahora en la cresta de la ola, no dudó en reutilizar una batería de anuncios producidos con anterioridad con el mensaje ´Science Will Win`, muy oportuno este año. La compañía ha sido la que más dinero ha destinado a publicidad durante la primera mitad de 2020 y todo indica que ha recogido frutos: 1) su acción, que en marzo cotizaba a 27 dólares, subía esta semana a 42 dòlares; 2) por primera vez en mucho tiempo, las encuestas indican que el número de personas que tienen una opinión favorable sobre Pfizer supera al de quienes dicen opinar lo contrario. Mejor aún le ha ido a su compañera de viaje alemana BioNTech, compañera de Pfizer en este viaje. En el mismo lapso su cotización ha pasado de 46,50 a 128 dólares.
Aunque la estrella indiscutida ha sido Moderna, de la que pocos habían oído hablar antes del coronavirus. Su vacuna ha sido anunciada con un 94,5% de eficacia y la cotización en bolsa ha repuntado desde los 28 dólares de marzo a los 166 de ayer. En cambio, la marcha ascendente de la anglosueca AstraZeneca, que comercializará la vacuna desarrollada por la universidad de Oxford, se detuvo a finales de noviembre tras revelarse que los informes sobre el porcentaje de eficacia eran prematuros.
Otro grupo farmacéutico, Gilead ha vivido una experiencia que ilustra bien el cambio de ambiente. Hace cinco años, se hundió en la consideración pública tras sus maniobras con el lanzamiento (y el precio) de su fármaco Sovaldi contra la hepatitis C. Pues bien, este año su cotización ha rozado máximos gracias a su antiviral Remdesivir, utilizado como paliativo de los efectos del coronavirus (algo habrá ayudado el ser promovido desde el Despacho Oval).
Hasta ayer, la Organización Mundial de la Salud (OMS) contabilizaban 145 intentos de desarrollar una vacuna contra el coronavirus, incluidas la rusa y la china, que según se dice llevarían ventaja en la carrera. En Europa hay 22 candidatas registradas por la Agencia Europea del Medicamento y la más prometedora parece ser la desarrollada en común por Sanofi y GSK, cuyos ensayos continúan. En todo caso, ha de quedar claro que esta proliferación será útil como base para cuando haya que abordar la siguiente batalla contra una futura cepa de la familia SARS.
Es muy probable que el ranking del sector se mueva en consecuencia. De esto hablan los analistas bursátiles. AstraZeneca, habitual especialista en tratamientos oncológicos, podría superar a su rival británico GSK, hasta ahora líder en ingresos por ventas de vacunas. Un imponderable que no se puede descartar es otra ronda de fusiones que durante años han sido el modelo de crecimiento en esta industria.
Lo dicho: Moderna está relativamente al margen de la batalla entre los grandes grupos: su valor en bolsa ha subido hasta 65.000 millones, mientras Pfizer vale 237.000 millones y AstraZeneca se ha plantado en 143.000 millones. Mientras llega la estación propicia para el cortejo, otros mecanismos ocupan titulares. Los gobiernos de medio mundo han pagado por adelantado el derecho a recibir millones de dosis de cada vacuna. La originalidad de Moderna ha sido recibir apoyo financiero de una alianza de gobiernos y organizaciones benéficas (CEPI, Coalition for Epidemic Preparedness Innovations) creada hace tres años. Para Wall Street equivale a reducir el riesgo de los inversores.
Atendiendo a los resultados, la vacuna de Oxford-AstraZeneca se perfila como la más versátil, pero su presentación no ha sido concluyente. Pero, si despejara las dudas, tendría una ventaja: es la vacuna más barata, más fácil de producir, almacenar (dura seis meses) y distribuir. Mientras, la de Moderna caduca al mes de fabricación y la de Pfizer-BioNTech requiere ultrafrío (70o bajo cero) lo que complica su distribución. Provisionalmente, un balance indicaría que AstraZeneca podría producir cerca de 3.000 millones de dosis en 2021 y Pfizer-BioNTech ronda los 1.300 millones; la horquilla de Moderna es demasiado amplia: entre 500 y 1.000 millones de dosis el año que viene.
Estas magnitudes, obviamente bien recibidas, no cambiarán la desconfianza de fondo del público. La encuesta de Gallup citada revela que a nueve de cada diez estadounidenses les preocupa la posibilidad de que las farmacéuticas aprovechen la coyuntura para aumentar el precio de la vacuna [de momento no parece que sea el caso] y de otros fármacos con el conocido argumento de sus costes de I+D .
Tratando de apaciguar temores, Janssen-Johnson&Johnson, una de las compañías estigmatizadas por la crisis de los opioides en 2015, asegura que su vacuna – cuando la presente – será distribuida a través de organizaciones filantrópicas en los países pobres. Los demás grupos no han dicho nada parecido.
A pesar de la buena marcha aparente de la industria farmacéutica al calor de la Covid-19, no todos los segmentos del sector respiran el mismo aire. En los meses más duros, algunas compañías han podido perder un trozo del pastel como consecuencia del cierre de fronteras y de la ruptura de cadenas de suministro; en algunas economías avanzadas se ha descuidado el tratamiento de otras patologías y las intervenciones quirúrgicas se han limitado a la prioridad de la hora.
Otro rasgo de 2020, que probablemente se prolongará, ha sido la decisiva involucración gubernamental. Tanto financiera – adelantando dinero a cambio de compromisos de suministro – como a través de la simplificación de procesos burocráticos para aprobar cuanto antes las vacunas.
De modo que, salvando muy contadas excepciones, el futuro económico de la industria farmacéutica parece prometedor, incluso para aquellos que ahora presumen de rechazar el lucro. A diferencia de otras pandemias, en las que tras invertir millones en posibles vacunas luego se retacearon los recursos, esta vez hay quienes teme que la Covid-19 (y familia) se convierta en endémica. La segunda ola, peor que la primera, sigue activa; empieza a hablarse de una tercera porque, mientras la vacunación no llega a un porcentaje alto de la población (¿60%?) no podrá hablarse con seriedad de la discutida “inmunidad de rebaño”.
Incluso quienes han prometido no obtener beneficios con sus vacunas, la continuidad podría representar un mercado estable después de mediados del año próximo. Porque la inoculación masiva contra el coronavirus podría representar unos ingresos anuales similares a los que reporta la de la gripe, entre 4.000 y 5.000 millones de dólares repartidos entre las nombradas y alguna más.
Con la volatilidad epidemiológica a la vista, es aventurado hacer estimaciones monetarias. Pero los analistas del banco de inversión SVB Leering, especializados en el sector farmacéutico, suben el listón hasta una cifra de negocio de 9.500 millones de dólares en ventas globales de vacunas contra la Covid-19 seguido de un descenso gradual hasta los 6.800 millones en 2023.
[informe de David Bollero]