Para suceder al secretario general saliente de la Unión Internacional de Telecomunicaiones (UIT), de nacionalidad china, los 193 países han tenido que escoger entre un ruso y una estadounidense, será difícil seguir afirmando el carácter técnico de esta organización del sistema de Naciones Unidas. Ganó Doreen Bogdan-Martin, candidata de Estados Unidos, por 139 votos frente a los 25 en favor de Rashid Ismailov. La prensa ha subrayado que es la primera mujer que dirigirá la UIT en sus 157 años de historia, un latiguillo facilón que enmascara otras cuestiones: políticamente, la votación pone en evidencia hasta dónde puede llegar la polarización estimulada por la invasión rusa de Ucrania.
Joe Biden y Doreen Bogdan-Martin
La victoria de Bogdan-Martin sugiere que la guerra en Ucrania ha provocado un vuelco de posiciones entre muchos países que durante años habían apoyado la tesis que vertebraba el programa electoral de su adversario. La relación de fuerzas se ha alterado y lo muestra la diferencia en la votación, muy superior a aquella con la que Zhao recibió su segundo mandato de cuatro años. Gobiernos que entonces mostraban simpatía hacia las críticas al exceso de poder acumulado por Estados Unidos en la gestión de Internet, se han desplazado a favor de un rechazo a la alianza entre Rusia y China que amenazaba abrir una brecha insalvable en la organización.
Mientras Bogdan-Martin conoce bien los entresijos de una organización en la que ha trabajado décadas, la candidatura de Ismailov cargaba con la mochila de haber sido viceministro en Rusia, país que ahora mismo no goza de simpatías. Más aún: se utilizaba en su contra como estigma el haber trabajado hace años como directivo de Huawei en su país. Estas eran las (malas) formas de la campaña, los contenidos son más serios.
En el seno de la UIT se enfrentan desde hace tiempo dos modos opuestos de entender Internet: uno relativamente descentralizado y abierto y otro que confía en su gobernanza por los estados-nación. El hasta ahora secretario general, Houlin Zhao, reelegido en noviembre de 2018, había provocado resistencias con su indisimulado apoyo a la propuesta New IP presentada por Huawei e interpretada como un intento de reforzar el control estatal de Internet.
Se esperaba que fuera el núcleo argumental de la votación. Como en su día se apuntó en este blog la propuesta se remonta a 2018, cuando la UIT creó un grupo de trabajo denominado Network-2030. El documento presentado por Huawei junto con los operadores China Unicom y China Telecom, venía acompañado de promesas sobre un mejor funcionamiento de las redes al transferir su control de las corporaciones privadas a los estados. Obviamente, asignaba un papel más importante a la UIT, a la que muchos ven como irrelevante desde que en la década de los 70 se impuso la corriente de liberalización de las telecomunicaciones.
Los autores de New IP – luego rebautizado IPv6+ – sostenían como discurso que un mejor funcionamiento de Internet exigía brindar a todos los estados los mismos derechos a la hora de participar en la gobernanza de la red global. En 2020 un informe de la ICANN, entidad de derecho privado (estadounidense) encargada de asignar los dominios en Internet definía la propuesta como tecnológicamente retrógrada y potencialmente dañina para la estabilidad e interoperabilidad, dibujando una perspectiva en la que en lugar de una sola red habría un mosaico de redes pobremente interconectadas a través de las puertas de enlace. Este escenario hubiera sido deseable para países partidarios de una “internet soberana” al estilo chino, en el que la censura y la vigilancia son la norma.
Partiendo de aproximaciones políticas tan dispares, la votación se convirtió casi en un plebiscito con reminiscencias de guerra fría entre las grandes potencias. Tom Wheeler, quien presidió la Federal Communications Commission (FCC) en tiempos de Barack Obama, planteó en estos crudos términos la cuestión. La disyuntiva, según él, consistía en elegir entre una Internet libre e interoperable o múltiples internets bajo control estatal.
El actual responsable de ICANN (Internet Corporation for Assigned Names and Numbers), Göran Marby – ex directivo de Cisco, por cierto – machacó en el mismo clavo al advertir que, en función de quien ganase la votación, estaría en juego que las personas de todo el mundo pudieran o no conectarse a una única Internet interoperables.
La campaña alcanzó su punto máximo de polarización cuando el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, respaldó públicamente la candidatura de Bogdan-Martin, quien ha sido funcionaria de la UIT desde 1994.
Corren tiempos políticos, que suelen prescindir de sutilezas. Aunque es cierto que IP6+ surgió a partir de un grupo de un grupo de trabajo de la UIT, no es competencia de esta organización regular la IP. Es una tarea para la que existe otra organización, la IETF (Internet Engineering Task Force), que se compone de múltiples partes interesadas pero que no está adscrita a la ONU como la UIT. Entre sus trabajos se encuentra el protocolo QUIC, propuesto por Google y desarrollado como un estándar que podría llegar a reemplazar al TCP. Antes de conocer el resultado de la votación, el propio presidente de la IEFT, Lars Eggert, se pronunció a favor de una UIT que fuera capaz de concitar a múltiples partes que favorecieran el desarrollo de estándares abiertos.
Desde luego, la UIT no tiene el peso que tuvo en tiempo de operadores monopólicos de naturaleza pública. Aquella ola de liberalización nacida en Occidente fue imitada en el resto del mundo, pero no se prestó mucha atención al avance de los intereses chinos dentro de grupos de trabajo y estandarización, descuidados por otros países y sus empresas. Vaya como ejemplo de esa influencia el hecho de que Huawei, ahora denostada, tuvo espacio para presentar más de 2.000 propuestas de nuevos estándares en comités técnicos de la UIT dirigida por Zhao.
La última vez que Estados Unidos y Rusia colisionaron por ganar influencia dentro de la UIT fue en 2012, en la conferencia de Dubai, en la que los países miembros negociaron un tratado que – por así decir – debería regular las regulaciones. El punto crucial fue la cuestión de dar mayor responsabilidad a la UIT en la gobernanza de Internet. Rusia y China proponían un papel ampliado de la organización, que desplazara a los actores privados, lo que entre otras expresiones significaría sustituir a ICANN [para entonces, el gobierno de Estados Unidos había renunciado a controlarla] por un cómite asesor global compuesto por delegaciones gubernamentales.
No es ninguna sorpresa leer que nada más ser elegida que Bogdan-Martin, quien goza de una red de relaciones personales con reguladores de todo el mundo, declarase que la UIT deberá reenfocar sus trabajos, centrarse en la cooperación internacional y dejar a organismos especializados el desarrollo de estándares y tecnologías de red. En su opinión, los países miembros, las empresas y el ´ecosistema` de organizaciones no gubernamentales que la rodean, deberían enfocarse en garantizar la interoperabilidad global de las telecomunicaciones, potenciando uno de los roles que conserva, la asignación genérica de radiofrecuencias terrestres y espacios orbitales para satélites de comunicaciones.
No es una tarea baladí para un organismo del que el público apenas ha oído hablar porque el paisaje de las telecomunicaciones parece estar ocupado por completo por las grandes corporaciones y sus influencias. Decisiones como la adoptada bajo el mandato de Zhao de ampliar el acceso a internet en en África a través de la iniciativa Global South pueden ser un caramelo envenenado: tras ser descrita como altruista, está siendo muy criticada como una política afín al expansionismo chino [véase la estrategia Belt and Road] que hipotecaria a los países receptores con préstamos vinculados a la elección de determinados suministradores. No obstante, la secretaria general entrante ha dicho que esa iniciativa es consecuente con su programa de actuación.
Bogdan-Martin se declara comprometida con la tarea de cerrar la brecha de conectividad, enarbolando la bandera de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU y anhelando la conectividad universal. Con este propósito, una de las primeras medidas bajo su mandato será el impulso a la adopción de teléfonos inteligentes a través de financiación flexible por parte de las operadoras, una reducción de los aranceles que gravan los terminales y una mejora de las infraestructuras locales de comunicaciones. Este programa se ha alumbrado en el seno de la Broadband Commission for Sustainable Development de la UIT y la UNESCO, con la colaboración de un grupo de trabajo que preside Vodafone y se propone como objetivo el ampliar la conectividad a 3.000 millones de personas antes de 2030.
Más allá de medidas como ésta, no se debe perder de vista que la llegada de Bogdan-Martin se sustenta en un marco general: contrarrestar los esfuerzos de China y Rusia por tomar posiciones en los organismos multilaterales como plataformas para cambiar las reglas de juego. Es, nadie lo discute, una batalla geopolítica en la que las telecomunicaciones son pieza vital.
[informe de David Bollero]