12/06/2025

Jony Ive y Sam Altman, el gusto de conocerse

Con cada paso que da, Sam Altman siembra titulares. El último, por la compra de una startup fundada por Jonathan (Jony) Ive, quien fuera el diseñador favorito de Steve Jobs, a un precio – 6.500 millones de dólares – que nada conocido parece justificar. Extrapolando los antecedentes de Ive en Apple, los medios han difundido la versión de que lleva en la cabeza el proyecto de un dispositivo revolucionario, digno de la era de la inteligencia artificial. Todo son conjeturas. Màs allá del simbolismo marquetinero de una alianza entre dos celebridades, se confirma que  Altman disfruta metiéndose en charcos y despertando expectativas. Algo ha cambiado: en Riad le han prometido un porrón de petrodólares.

Jony Ive y Sam Altman

El británico Ive – Sir Jonathan, para la prensa cortesana – dejó Apple en 2019 y cinco años más tarde reapareció como fundador del estudio creativo llamado LoveFrom y rebautizado .io. Esta es la empresa que vende a OpenAI, de la que pasará a ser una división orientada a desarrollar dispositivos sin pantalla, cuyo fundamento será la IA. No se ha mostrado un prototipo ni siquiera una servilleta con el garabato de la idea que Ive y Altman dicen compartir.

El marchamo de quien es probablemente el diseñador industrial más conocido de este siglo tiene un precio, nadie diría lo contrario. No se pagará en efectivo sino en participaciones de OpenAI, cuya valoración -no- bursátil se ha abultado hasta los 300.000 millones de dólares pese a que sigue declarando pérdidas Altman podrá presumir ante su catálogo de inversores ilustres. Desde este prisma, casi podría decirse que los 6.500 millones son una ganga.

A lo anterior, se suma otra imagen facilona. Altman puede identificarse como el nuevo Jobs, mientras su socio habría encontrado un segundo Steve con el que parece entenderse de maravilla. Por lo sugerido, la pareja se propone desarrollar el próximo dispositivo de tecnología personal, un producto destinado a cambiar la vida de todos (asociación subliminal con el impacto que desde 2007 ha tenido el iPhone). No hay mucho más que decir, en realidad, salvo que esperan vender de una tacada 100 millones de unidades. Más rápidamente que cualquier otro producto de cualquier compañía. La inferencia de este pronóstico es un regalo para los medios: OpenAI se postula como la nueva Apple.

Esta fantasía se puede apreciar en un vídeo de diez minutos de conversación entre los dos visionarios, de producción impecable. Ambos comentan ante la cámara los frutos que esperan de su alianza; abundan frases grandilocuentes como esta: “es la pieza de tecnología más molona que el mundo haya visto jamás”,  o esta otra: “es el inicio de la mayor revolución tecnológica de nuestras vidas” Sam y Jony prometen que OpenAI lanzará al mercado una familia de dispositivos cuyo primer ejemplar desvelarán en 2026.

De momento, OpenAI se apropia de una startup con 55 ingenieros y diseñadores, entre ellos algunos que en el pasado trabajaron a las órdenes de Ive en el desarrollo del iPhone y del Apple Watch. Este será el núcleo duro de especialistas encargados de crear un dispositivo del que los medios suponen que será “compacto a la vez que elegante” y que llevaría micrófonos y cámaras para detectar la información sobre el entorno. Se espera que sea capaz de percibir información sobre el sitio y las circunstancias en las que se encuentre el usuario, lo que le permitirá ayudar en sus consultas. Desde luego, no parece que se haya reflexionado mucho sobre la cuestión de la privacidad.

Provisionalmente, lo han denominado “el tercer dispositivo” porque va a convivir con el smartphone y el ordenador. Jony y Sam están convencidos de que los usuarios sienten fatiga provocada por las pantallas. El diseñador dice estar arrepentido de algunos efectos nocivos del iPhone, como la adicción adolescente, por lo que aborda su nuevo proyecto con un  cierto ánimo expiatorio.

La fórmula final no es previsible. La utilidad de los sistema de IA está muy vinculada a las aplicaciones, a su funcionalidad, más allá del hardware en el que se desplieguen. Desde este punto de vista, los antecedentes de dispositivos pensados por y para la IA han sido fracasos. El Rabbit R1, una medalla con pantalla mínima, tanto como el AI Pin, otro gadget estiloso en el que el propio Altman invirtió en el pasado, han sido machacados por la crítica y desahuciados por sus destinatarios.

La competencia del futuro dispositivo probablemente sean los mismos que hoy ocupan ese espacio, sólo que aderezados con dosis altas de inteligencia artificial. Otras aventuras extravagantes, como las “gafas IA” de Meta, no dejan de ser un capricho para los muy cafeteros. En el vídeo de presentación, los dos visionarios se muestran de acuerdo en que los agentes de IA – un concepto al que atribuyen mucha vida por delante – necesitan algo menos aparatoso que un portátil, pero no mencionar al smartphone y se puede entender que Ive no tenga ganas de abundar en sus limitaciones, que las tiene.

Quien sí tiene al smartphone en el centro de su estrategia es Google, que ha integrado Gemini en Android con la finalidad de darle un papel vertebrador . Mientras Apple se esfuerza por no deslucir en un ambiente dominado por la IA [véase en los próximos días la crónica sobre el WWDC de San Diego], Google ha quedado en posición privilegiada para expandir su IA en decenas de  marcas de dispositivos móviles afines a su sistema operativo En el fondo, todo lo que dice (y lo que calla) Altman suscita la misma pregunta: ¿cuánto aguantará el vínculo contractual entre OpenAI y Microsoft? El principal negocio de esta es vender software para ordenadores, de modo que los planes de Ive y Altnan parecen ir hacia una colisión con una personalidad muy distinta, Satya Nadella.

Conviene no olvidar que no es cómodo ni sencillo poner en marcha un proyecto de hardware en un mundo convencido – falsamente – de que este ha perdido importancia. Eso sí, transformar la industria desde el hardware, parece más propio de tozudos que de innovadores. Por cierto, los innovadores diseños de Ive para Apple no cayeron del cielo: supusieron enormes inversiones de la compañía en tecnología y componentes, en técnicas nuevas de producción y en un valioso inventario de patentes. El iPhone, que en esto piensan todos cuando nombran a Ive, no se resume en una idea y un tablero de diseño: ha necesitado que concurrieran una serie de resortes económicos e industriales que han sido el importantísimo papel de Tim Cook, sentado con Jony Ive a la vera de Steve Jobs.

No es extemporáneo que las empresas nacidas del software intenten dar el salto a los dispositivos, normalmente con pobres resultados. Que pregunten a Meta, que alguna vez soñó tener un smartphone propio y sigue invirtiendo en provocar una demanda para sus gafas de realidad virtual.

A diferencia del desarrollo de software, e incluso de los modelos de IA, construir hardware empieza por costes altos, vinculados al diseño y al encargo de componentes, una lenta fase de pruebas y la necesidad de evitar fiascos. Una vez en el mercado, las meteduras de pata en el software son siempre una mella de reputación que puede ajustarse, mientras que un fallo en el hardware dejan poco margen de enmienda.

Sorprende que el momento actual sea tan poco propenso a que surjan ideas sobre nuevos terminales, puesto que una aspiración declarada de la industria es que la IA sea idónea para todos los dispositivos con tendencia a la unificación. Con la aparición de los smartphones – antes del iPhone – se trasladaron al bolsillo capacidades que estaban disponibles en una pantalla, pero el principal motor de su adopción no fue el “factor forma” sino los mensajes gratuitos. De no ser así, su crecimiento habría sido más pausado.

Algo que puede darse por sabido es que Altman abre cada puerta que tiene ve. No es este un chascarrillo: OpenAI acaba de asociarse para la creación de centros de datos, aspira a desarrollar sus propios chips, lucha en todas las arenas posibles de la IA y hasta ha rehabilitado un antiguo laboratorio especializado en robots humanoides. Incluso circuló el rumor de que la compañía fundada por él tenía la intención de lanzar un embrión de red social ligada a un servicio de generación de imágenes de ChatGPT, con el fin de competir en una parcela que parecía estar repartida. Con este historial, la idea de una familia de dispositivos de tecnología personal puede considerarse como otra expresión de su incansable creatividad, vista por sus admiradores. O pura egolatría, según sus críticos.

Mucho menos se ha escrito sobre otro elemento: Jony Ive trabajará en el diseño de los interfaces de los servicios de OpenAI, que a día de hoy tienen un aspecto espartano. Su papel incluiría la supervisión de iniciativas de diseño tanto en software como en hardware [combinación que explica su éxito en Apple]. Desde luego, la operación no carece de un cariz especulativo: Altman no se ha cortado un pelo al sugerir que la compra serviría para elevar el valor teórico de OpenAI en un billón (en español) de dólares. Para una compañía que sigue sufriendo una hemorragia monetaria, pese a facturar 10.000 millones de dólares este año y no espera beneficios hasta el 2029, no está nada mal.

[informe de Pablo G. Bejerano]


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