Coche sin conductor, refrigeradores inteligentes, gadgets detectores de casi cualquier cosa… la fantasía es libre. Quienes se dicen condenados a pasar el día conectados no saben lo que viene. Internet de las cosas no tiene una definición única, por lo que lo mejor es volver a la original, de 1999: «un mundo en el que todo, tanto los seres humanos como los objetos inanimados que los rodean, tenga identidad digital propia, que permita a los ordenadores organizar su existencia; para esto hará falta que cada ente esté activamente conectado a través de un canal bidireccional (Kevin Ashton). El británico Ashton, inventor del RFID, sí sabía lo que vendría.
Esta semana ha sido convocada en Barcelona una conferencia internacional sobre el asunto, Internet of Things World Forum, y a ella acudirán cientos de especialistas cuyas discusiones girarán en torno a diagnósticos futuristas pero de ningún modo ficticios. Según la fundación francesa IDATE, en 2020 habrá en el mundo 80.000 millones de conexiones entre dispositivos de distinta naturaleza, que en su hipótesis corresponderían a tres categorías: 1) los de comunicación, desde los móviles hasta los aparatos de smart TV, 2) los descritos como máquina a máquina (M2M) y 3) los objetos en general, en los que cabría incluir casi cualquier cosa aunque carezca de electrónica en su seno, pero que esté vinculada al resto de la realidad a través de dispositivos intermediarios.
La primera categoría, que perturba a los que no quieren vivir ´enganchados`, representaría sólo el 11% del total del Internet de las cosas [IoT en su sigla inglesa], y el 85% correspondería a la tercera, de definición difusa. Lo que hay que retener es la cifra macro: 80.000 millones de dispositivos, máquinas y objetos. Hay otras hipótesis, pero todas son asombrosas.
El gran protagonista de la conferencia será John Chambers, presidente de Cisco. Su empresa ha publicado este año un estudio sobre lo que prefiere elevar a la categoría de Internet de ´todas` las cosas [Internet of Everything, IoE]. Su línea argumental la explica José Manuel Petisco, director general de Cisco en España: «en el espacio de una generación, el mundo ha pasado de 200 millones de dispositivos conectados a más de 10.000 millones en 2012, y la información que circula por ellos ha pasado de crecer 1,3 veces por año a multiplicarse anualmente por 25; la próxima ola nos elevará hasta 50.000 millones de dispositivos conectados, y la información se multiplicará por 3,3». Lo que ha pasado en 15 años es poco, al lado de lo que va a ocurrir, porque sólo el 1% de las cosas están conectadas. ¿Cuánto se tardará en conectar el 99% restante? Petisco se conformaría con vivir para ver el 20%.
Si a alguien estas cifras le parecen enormes, que pase a leer esta otra: 14.400 millones de dólares (10.500 millones de euros) es el valor económico que Cisco atribuye al negocio que puede generarse en el mundo. Esta cifra tan singular reflejaría no sólo las inversiones, sino la mejor utilización del capital y los recursos, la mejora de la productividad de los empleados y la transformación de la cadena logística. Todo ello, ¡10.500 millones de euros! gracias a la extensión de internet a ´todas las cosas`.
«Tenemos los sensores y tenemos la red, pero podríamos meter en la ecuación los procesos y contar con las herramientas analíticas de toda la información que se recoja», de ahí surge la cifra que a algunos les ha parecido ambiciosa. Si se toma, como ejemplo, que cada 1.000 objetos se conectan con otros en Internet, se llega a un total de 500 billones de conexiones hoy en día, que en 2020 alcanzarían la cifra de 13.300 billones.
Ambicioso, sí que lo es. Petisco se apoya en el ejemplo de una de los nueve sectores analizados en doce países para llegar a esa cifra, la industria eléctrica. «Entre los segmentos de generación, transporte y distribución de energía, encontramos 240 protocolos de información y comunicación diferentes […] si fuéramos capaces de replicar en esta industria lo que ha sido la historia de internet, y llevar esos 234 protocolos a plataformas inteligentes comunes y/o compatibles, se podrían tomar decisiones en tiempo real que darían un gran salto de eficiencia. El mismo análisis se podría hacer para el transporte, la sanidad, el hogar conectado… casi cualquier esfera que se nos ocurra». La base tecnológica existe, hay que desarrollarla para cada tipo de aplicación, para cada proceso y, en paralelo, repensar los modelos de negocio, concluye.
Un consultor que estará en Barcelona esta semana no quiere comentar la validez de las cifras, pero apunta su matiz personal. El mayor potencial – dice – está en los sectores menos digitalizados: «Internet ha transformado las industrias intensivas en información, pero no será tan fácil en las industrias del mundo físico; si se las convence para implantar una trama de sensores y dotarse de capacidad de análisis masivo de los datos recogidos, el impacto puede ser formidable. Sin olvidar el papel fundamental de las ciudades, que son en realidad sistemas de sistemas, esencialmente inconexos».
Mirando atrás, en la primera fase de internet, las direcciones IP fueron asignadas a los ordenadores: unos eran servidores y otros descritos como clientes que consumían (y/o creaban) contenidos almacenados en aquellos. Hasta que el número de direcciones posibles con el protocolo IPv4 estuvo al borde de agotarse en 2011, y hubo que recurrir al IPv6. ¿Cuál es la diferencia? Pasar de 4.294.967.296 direcciones a – agárrese el lector – 340.282.363.920.938.463.363.374.607.431.768.211.456. Ahora sí que es posible cumplir aquella predicción de Ashton de «un mundo en el que todo – desde los seres humanos hasta los objetos inanimados que lo rodean – tenga una identidad digital propia».
Internet de las cosas, en su variante más prosaica, Machine-to-Machine, va como un tiro. Después de todo, los microprocesadores están en todo tipo de cosas: electrodomésticos, coches, tarjetas de crédito, pasaportes, mascotas, cámaras de seguridad, ascensores, en fin… Si se añade el ingrediente de la conectividad, y la capacidad de procesar al instante la información, las aplicaciones imaginables estarán al alcance. O, como dice herméticamente Peter Sondergaard, del Gartner Group: «toda persona es potencialmente un ente tecnológico, e internet alcanzará una escala universal». ¿Hay alguien ahí fuera que tenga miedo?
[publicado en La Vanguardia el 27/10]