Muchos han olvidado que el Mercado Único Europeo, en vigencia desde 1993, nació incompleto. Su inspirador, Jacques Delors, no logró vencer las resistencias de quienes se negaban a incorporar tres componentes: energía, telecomunicaciones y las finanzas. De aquel pecado original datan muchos de los fallos de la construcción europeas [hay quienes opinan que el mercado lo arregla todo]. Hay conciencia de la necesidad de cambiar las reglas, pero no está claro cómo vencer la resistencia actual, los nacionalismos. El año pasado, los 27 miembros actuales encargaron a Enrico Letta, ex primer ministro italiano, la elaboración de un informe sobre las posibles vías de revitalización del mercado único.
Lo anterior intenta simplificar un dossier complejo per se, que las instituciones europeas necesitaban abrir antes de las elecciones de junio de las que saldrán un parlamento y una comisión que probablemente tendrán una composición diferente, en la que los euroescépticos podrían ganar posiciones.
Conviene recordar que la Unión Europea [que no es sinónimo de mercado único, al que adhieren países no comunitarios] es un gigante que empequeñece año tras año. Representa actualmente el 13,3% del PIB global, comparado con el 20% de 1993. Entretanto, sus 440 millones de consumidores son superados por la demografía de Estados Unidos y China, con India a poca distancia y creciendo.
El Informe Letta, presentado el jueves pasado a los 27 jefes de gobierno de la UE, consta de 147 páginas y parte del punto en el que Delors se resignó a aprobar los acuerdos alcanzados en lugar de prolongar la discusión con los defensores de las soberanías nacionales en los tres componentes mencionados. En un párrafo que ha trascendido, Letta exhorta a la actual generación de políticos europeos a completar la obra de Delors.
No todo el mundo ha recibido la noticia con simpatía. Ciertamente, los telecos, llevan años reclamando una reforma regulatoria que facilite su consolidación, están a favor de las tesis de Letta. La GSMA ha repetido su posición y, al alimón con ETNO, la ha actualizado para apoyar el informe Letta mientras su némesis, la comisaria Margrethe Vestager, poco ha tardado en disentir: “ninguna evidencia sugiere que una mayor concentración de los mercados nacionales conduzca a mejores resultados. Por el contrario, los haría menos competitivos y esto provocaría más fragmentación del mercado único tal como lo conocemos”.
También han expresado reservas los operadores que no poseen redes propias (ECTA), así como la asociación de reguladores (BEREC) y la que representa a los consumidores (BEUC). Las confederaciones sindicales han declarado su conformidad con los puntos centrales. Otros sectores concernidos han matizado sus posiciones, esperando que toque hablar de dinero.
Letta ha mantenido un perfil bajo, limitándose a señalar que no sería sensato reclamar que la UE invente “nuevas reglas que preserven los defectos actuales […] Lo más importante sería pasar de 27 mercados a uno solo y sólo luego correspondería crear campeones europeos, pero este no es mi trabajo”.
Los jefes de gobierno que acudieron a Bruselas no hicieron ruido con sus discrepancias en torno a dos asuntos enquistados: la armonización de la tributación empresarial y el reflotamiento de un viejo plan para integrar los mercados de capitales europeos. Charles Michel, presidente saliente del Consejo Europeo, resumió sus conclusiones: “necesitamos movilizar más dinero y necesitamos más herramientas para la inversión en sectores estratégicos […] Hemos comprendido que es muy importante escalar, ser más grandes y a la vez proteger a nuestras pymes, encontrando un sano equilibrio”.
Naturalmente, esa comprensión no es compartida por todos. De hecho, se reconoce la existencia de dos bloques en torno a las consecuencias presupuestarias de las reformas. Uno (Francia, Italia, España, Portugal y Bélgica) es partidario de un relanzamiento financiado por los 27, a la manera de la respuesta de 2020 a la pandemia. Otro grupo, Alemania, Países Bajos y los miembros nórdicos se oponen. Los balcánicos, a verlas venir.
Parte del desafío que el informe Letta deja sobre la mesa y que sería el legado de última hora a la comisión que nacerá de las elecciones de junio, será convencer a los ciudadanos de la necesidad de una integración más estrecha. Que, además, debería coincidir con la muy complicada ampliación [Ucrania, Moldavia y los estados balcánicos occidentales] prometida a los candidatos pero sin fecha.
Por separado, a mediados de 2023, el Consejo Europeo encomendó a Mario Draghi, ex presidente del Banco Central Europeo – y también ex primer ministro italiano – un análisis de la competitividad europea, que se conoció días antes del documento de su compatriota.
No sorprende que las posiciones de Draghi y Letta sean concurrentes, aunque sus ideologías no tengan la misma raíz: uno liberal, el otro socialdemócrata. “Europa debe atreverse a un cambio radical si aspira a mantener su capacidad de competir con China y Estados Unidos. Nuestra respuesta se ha visto constreñida por los mecanismos de decisión y por una financiación diseñada para el mundo de ayer, mientras que el mundo de hoy nos muestra el retorno de la rivalidad entre grandes potencias”, ha dicho Draghi en una entrevista al Financial Times.
Hay un amplio consenso entre los economistas en que el Mercado Único funciona relativamente bien para el intercambio de mercancías, y no tan bien para los intangibles. Letta predica la conveniencia de derribar barreras para despejar las trabas que sufre el intercambio de servicios.
El capítulo de las telecomunicaciones – interés principal pero no único para este blog – ocupa 9 de las 147 páginas del informe y será, con probabilidad, el primero en aparecer en un debate público redivivo. Una síntesis podría ser esta: la fragmentación de las reglas en vigor hace más necesaria la máxima amonización. La regulación actual ha sido útil para incrementar el uso de los consumidores, pero no refleja las necesidades del futuro inmediato”.
No por conocida deja de ser interesante una estadística recogida por el informe: el número medio de clientes de un operador chino es de 420 millones, el de uno estadounidense, 110 millones y el de uno europeo… 5 millones. Patético.
El autor del informe deja algunas sugerencias de reformas no cosméticas del mercado de las telecos:
- seguir el ejemplo de legislaciones recientes, promovidas colectivamente, como la DMA y la DSA y de la llamada AI Act sobre inteligencia artificial, todavía en barbecho.
- Aprobar, a más tardar en 2025, un nuevo modelo de gobernanza, que introduzca un marco regulatorio unificado, para ulteriormente dar pie a la instauración de una autoridad única, sin que por ello desaparezcan completamente las competencias (achicadas) de los gobiernos.
- En 2027 debería completarse la unificación – hoy inexistente – de las políticas relativas al espectro radioeléctrico, que dos años más tarde se completaría con un régimen común de asignación del ancho de banda y las subastas de las superiores a 6 GHz de frecuencia para destinarlas a la futura generación de WiFi.
De su lado, la Comisión ha estimado que será necesario invertir 174.000 millones de euros para cumplir los objetivos de conectividad marcados para 2030. Esta es una parte menor de los desembolsos que propone Letta. La cuestión es sicon los mercados de capital tal como son se podrán movilizar esas cantidades de dinero.
Otro capítulo, cuya reforma requerirá financiación importante, es el energético. Letta propone llanamente una integración de mercados, empezando por acuerdos transfronterizos, acompasados con la emisión de “bonos verdes” y compras colectivas de minerales críticos. El objetivo es transparente: ganar peso en la escena mundial para tener asegurado el suministro al margen de contingencias como la crisis derivada de la guerra en Ucrania.
Hay otras derivadas del eje principal, como la debilidad de la industria europea de defensa [la prueba: un 80% de los equipos entregados por la UE a Europa han sido adquiridos a terceros países] y la demediada capacidad de la industria espacial en un mercado que está dando una vuelta sobre sí mismo. En ambos capítulos – aparentemente incluidos porque su omisión habría sido muy criticada – el señalamiento no viene acompañado de soluciones financieras.
Este es el hueso más duro de roer, la ausencia de un verdadero mercado único en las finanzas; se debe a que en su día poderosas fuerzas se opusieron. Integrarlo hoy, supondría superar una barrera tras otra: 27 idiomas, 27 regímenes legales aplicables, 27 sistemas impositivos, no es nada sencillo llegar a ser una transnacional europea.
Una consecuencia: unos 300.000 millones de euros ahorrados cada año por los ciudadanos europeos se invierten mayoritariamente en empresas estadounidenses que luego vienen a Europa a comprar empresas, apunta Letta. Esto hace, literalmente, “que el mercado de capitales esté fragmentado y sea poco atractivo en su rentabilidad”. Formalmente, ya existe un ente llamado Capital Markets Union (CMU) pero su ineficacia queda patente en esta cifra: “hay 33 billones de euros en ahorro privado colocados en divisas y depósitos, una riqueza que aún no se ha explotado para atender las necesidades de la UE”, Letta dixit.
Por un lado, el informe supone espera que una vuelta de campana permitiría (con exquisito cuidado) canalizar productivamente el ahorro europeo y, por otro, sirva para unificar los sistemas tributarios. Letta dice haber acudido a Estados Unidos para conocer por dentro la arquitectura de la Inflation Reduction Act (IRA) aprobada en 2022, una suerte de “ley ómnibus” que establece un sistema de créditos fiscales para promover ciertas prioridades industriales y de I+D, por si pudiera aplicarse.
Más cifras que hacen reflexionar sobre la vocación global de las empresas europeas: 1) sólo un 17% de las pymes operan fuera de su país de origen y 2) sólo 3 millones de europeos trabajan en un país distinto a aquel en que nacieron.
Por último, financiar las transiciones verde y digital mediante mecanismos que se apoyen en el ahorro de los europeos choca con la pluralidad bursátil: por definición, cada país miembro (y Reino Unido, desde luego) tiene al menos una bolsa de valores atrincherada en su espacio natural. EEUU tiene dos que controlan casi todo y una de ellas se especializa en compañías tecnológicas (Nasdaq). En China, además de Shanghai, ha crecido la de Shenzhen, meca de las TI y sus empresas. Todos estos factores debilitan la posibilidad de todo presupuesto que deba ser gestionado en común por los 27. Y sin presupuesto común cuesta imaginar que funcione un mercado único.