7/04/2016

IBM tiene ideas propias sobre IoT

Está muy bien que además de acuñar consignas recurrentes, las empresas tecnológicas promuevan de vez en cuando la reflexión intelectual. En esta categoría se inscribe el informe «Device democracy: saving the future of the Internet of Things» elaborado por el IBM Institute for Business Value. Su conclusión genérica desarmará algún discurso: la versión actual de IoT está mal concebida y peor gestionada, no cumple los objetivos para los que se supone fue ideada y, por tanto, necesita un ´reinicio` estratégico. El inicio suena contundente, pero el desarrollo lo ablandará al pasar las páginas. La reflexión no pretende ser iconoclasta, sólo corregir ciertos excesos de entusiasmo prematuro.

De la lectura del documento queda claro que deberán producirse cambios significativos antes de llegar a la meta de 100.000 millones de dispositivos conectados a Internet. ¿100.000 millones? ¿No eran 50.000? «Todo parece indicar» (sic) – dice el IIBV – que el número de los dispositivos conectados en 2009 era de 2.500 millones, y que en 2014 cruzaron la línea de los 10.000 millones. Para 2020 – en esto coincide con la última estimación de Ericsson – serán 25.000 millones. Súmense tres décadas y apúntense 100.000 millones en la agenda de 2050.

Entre los factores que empujan estos incrementos siderales, el IIBV incluye el gradual abaratamiento de los sensores (al extremo de llegar a ser desechables), el auge de cloud computing – que entre cirros y cumulos almacena y analiza incalculables cantidades de datos generados por aquellos – el inexorable aumento de la conectividad (que facilita la ubicuidad) y la emergente impresión en 3D, que permite fabricarlos en series pequeñas, prácticamente bajo demanda. A lo que habrá que añadir que algunas industrias que no han sido intensivas en TI (agricultura, transporte, logística, entre otras) ya han alcanzado un grado de madurez como para subirse al carro de la revolución de IoT.

El camino recorrido, y con más razón el por recorrer, no está tapizado de pétalos. El informe propone cautela. El coste de la conectividad es una de las razones: muchas de las soluciones IoT actuales son onerosas, por los costes de infraestructura y mantenimiento asociados a la gestión de nubes centralizadas y las grandes granjas de servidores, más otros pluses adicionales. También hay un desajuste entre las expectativas de suministradores y consumidores: es improbable que el margen de rentabilidad sea suficiente como para que las compañías cubran varios años, quizá décadas, de soporte de estos dispositivos.

Otro problema es la pérdida de credibilidad de Internet. Confiar en sistemas centralizados y controlados por «socios garantes» [empresas tecnológicas, gobiernos] no es viable en la era post-Snowden. No es noticia que los metomentodo no autorizados campan a sus anchas. Por esto… «es esencial que la privacidad y el anonimato sean parte integral de la IoT, aunque conseguirlo [en la escala requerida] sea tan imposible como caro».

Otra china en el zapato es el ciclo de vida de los dispositivos. Un coche permanece en activo diez años en promedio, un hogar cincuenta años o más, y la duración de una carretera o una línea ferroviaria es incluso mayor. Esta longevidad es la misma de la que disfrutan dispositivos conectados que no se inventaron la semana pasada: un LED o un contador de agua, por ejemplo. En el universo IoT, el coste de las actualizaciones de software y la reparación de los productos con tan larga esperanza de vida pesaría como una losa sobre los balances de las empresas.

Por supuesto, muchas aplicaciones de estos dispositivos tienen lagunas en lo tocante a su valor funcional. Asegura el informe que «muchas de las soluciones IoT [que se proponen] carecen de valor, y buena parte de la culpa está en su comercialización como simples dispositivos conectados, cuando la conectividad y la inteligencia deberían ser únicamente medios para mejorar el producto y la experiencia de usuario». No un fin en sí mismo. En muchos casos, el mercado «ha centrado el valor en aspectos nimios, cuando no fantasiosos», en lugar de centrarse en la funcionalidad y la experiencia de uso. Como consecuencia, algunas de las garantías que valoran los fabricantes son percibidas como un coste extra por el usuario: un tostador conectado e inteligente no añade valor, a menos que haga las mejores tostadas.

Todo lo anterior lleva a una conclusión: el modelo de negocio imaginado para IoT hay que replantearlo. En este punto, el informe se bifurca. La mayor parte de los modelos de negocio IoT pivotan sobre el uso de análisis para vender datos de usuarios o publicidad, unas expectativas poco realistas si se piensa en rentabilidad. Otro obstáculo es que, mientras los consumidores están abiertos a compartir datos, las empresas no están por la labor.

Sin duda, se plantean previsiones demasiado optimistas acerca de los ingresos provenientes de las apps. Muchos fabricantes de dispositivos ´inteligentes` dan crédito a expectativas poco probables: proponer la interacción entre una smart TV y una tostadora [decididamente, los autores la tienen tomada con la humilde tostadora] es tan engorroso como carente de valor. Así dicho, el lector queda convencido de que pocos en la industria están siendo capaces de controlar y monetizar el ecosistema IoT.

La tesis puede resumirse así: mientras la tecnología impulsa la IoT hacia adelante, la falta de modelos sostenibles y rentables tira en dirección contraria. Nadie se atreve a cuestionarlos abiertamente, pero ralentizan los proyectos. ¿Hacia dónde deberían tender los futuros modelos de negocio? El estudio deja algunas ideas para meditar, y hasta sorprende llevando las cosas hacia la exploración de una tecnología mal comprendida, el blockchain.

«El fundamento de la informática moderna es el humilde trabajo de procesar transacciones», afirman los autores. Una frase que debería bastar para bajar los humos a más de uno. Cada cosa que se hace en Internet es realmente una transacción procesada, registrada y almacenada. El arco es mucho más amplio: de hecho, cada interacción digital es una transacción; cada uno de los 5.000 millones de movimientos diarios en las redes sociales es, en realidad, una transacción.

Lo anterior lleva a pensar qué podría pasar cuando la IoT explote, si es que explota. Conforme la capacidad de proceso crece geométricamente, la que es intrínseca a los dispositivos conectados a la IoT debería aprovecharse. El uso de la conectividad peer-to-peer (nodo a nodo) daría lugar a cuantiosos ahorros en la infraestructura de computación, ahora bajo la hegemonía de procesos centralizados.

Por supuesto, la computación peer-to-peer no proporcionaría por sí misma la respuesta al crecimiento de las transacciones de IoT. El sistema deberá gozar de confianza plena y, por consiguiente, sin dependencias de terceros. En este peldaño de su exposición, los autores – que, por cierto, se llaman Veena Pureswaran y Paul Brody – sugieren: «necesitamos protocolos de mensajería peer-to-peer altamente cifrados y diseñados para asegurar la privacidad, con una capacidad muy fiable; compartición segura de datos distibuídos; reemplazar el almacenamiento de ficheros en la nube por la compartición directa (a la manera de Big Torrent) y una nueva manera de coordinar todos los dispositivos, que permita validar por sí mismos las transacciones y alcanzar el consenso de los usuarios».

Ahí está. IBM – o al menos su think tank – se decanta por blockchain. Es IBM, que quede claro, quien le da legitimidad. En las últimas semanas, la compañía ha anunciado que próximamente empezará a testear su propia variante de este software transaccional, y se plantea contribuir con el código al proyecto open source denominado Hyperledger. Asimismo, está previsto apoyar a los desarrolladores interesados en construir servicios basados en blockchain, y establecerá unos centros llamados IBM Garages – en Londres, Nueva York, Singapur y Tokio – en el que sus clientes puedan experimentar con este software, que trata de disociarse de las malandanzas del bitcoin. Dos de sus grandes clientes, las empresas que gestionan las bolsas de Londres y Tokio, participan de la iniciativa.

¿Cuál seria el papel de blockchain en relación con IoT? Registrar cada transacción en un entorno peer-to-peer, verificándolas criptográficamente. Dado que una gran cantidad de participantes confirman la transacción (procedimiento conocido como consenso descentralizado), blockchain eliminaría la necesidad de una tercera parte que se ocupe de la función de control.

El beneficio – según el informe del IIBV – sería sencillamente que blockchain garantizaría la seguridad de las transacciones y la coordinación entre dispositivos. Por ejemplo, los usuarios podrían establecer permisos sobre determinados dispositivos, para que actúen en respuesta a sus localizaciones o conforme a distintas actividades que se les asignen. Las reglas podrían delegarse para que la red de usuarios decida qué acciones pueden llevar a cabo autónomamente los dispositivos: por ejemplo, la descarga de software actualizado, siempre que al menos el 50% de los participantes estuviera de acuerdo.

Lo mejor de la propuesta está en que los usuarios controlarían su propia privacidad. «En la nueva democracia horizontal, el poder de la red se desplaza del centro a la periferia», señala el estudio haciendo honor a su título de Device democracy. Otra cosa será que el mercado vaya por esos caminos teóricos. Esto no ha hecho más que empezar.

[informe de Lola Sánchez]


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