Evidentemente, Huawei no se hace ilusiones sobre la posibilidad de que las relaciones entre Estados Unidos y China mejoren y así pueda recuperar predicamento en los mercados occidentales. Tras unos meses de ostracismo, la compañía china ha vuelto a acaparar los focos al anunciar la segunda versión de un sistema operativo propio, Harmony OS, junto con una batería de dispositivos con los que construir una nueva familia. En la táctica subyace la voluntad de poner el acento en el software, que no deja de ser una novedad para una marca que ha basado su imagen ante los consumidores en la excelencia de sus smartphones. En esta categoría clave, su cuota del mercado mundial ha caído hasta el 4,2% en el primer trimestre del año. No lo tiene fácil, pero sabe bracear contra la corriente.
Cualquier otra compañía, ante un bloqueo como el impuesto por la administración de Donald Trump – ratificado por la de Joe Biden – habría colapsado. Huawei ha resistido y resiste, trazando un rumbo alternativo para mitigar la caída del negocio de su unidad de consumo, que en 2020 aportó el 54% de los ingresos y creció un 3,3% (a diferencia del 34% de 2019). Un par de datos corporativos ilustrarán el problema: el año pasado, Huawei facturó 891.400 millones de yuanes (136.000 millones de dólares), el menor crecimiento de los últimos años. Una lectura más concienzuda revela que en la división de consumo crecieron las ventas de portátiles, smartwatches y televisores conectados, mientras los móviles decaen. La compañía se mantiene a flote, pero necesita cambiar de fase.
Un objetivo que escapa a su voluntad es dejar de ser el chivo expiatorio de las disputas entre China y Estados Unidos, que cada vez tienen menos que ver con el comercio y más con el lenguaje de la guerra fría. En origen, el problema de Huawei en el mercado de smartphones se encuentra en la imposibilidad de usar los servicios móviles de Google. Esta es una situación perversa: teóricamente, nada impediría que sus móviles siguieran albergando Android, genéricamente abierto, pero sin los servicios de Google y sin aplicaciones: los usuarios no podrían descargarlas de la tienda Google Play.
Como agravante, las restricciones en vigor prohíben suministrar a Huawei componentes que contengan directa o indirectamente alguna tecnología estadounidense, por lo que su única opción es una tarea hercúlea con el fin último de gozar de autonomía tecnológica. Puede participar – y lo hace de buena gana – del esfuerzo de la industria china para fabricar chips al margen de la prohibición, pero necesariamente llevará tiempo. Ha acumulado stocks de semiconductores, pero si le van bien las ventas, bajarán de nivel. Sortear la carencia de aplicaciones sólo tiene una salida posible: congelar el recurso a Android y en su lugar ofrecer a los usuarios un sistema operativo propio, Harmony [llamado HongMeng en la nomenclatura china]
El lanzamiento del 2 de junio no ha pretendido presumir de “disrupción” sino poner de manifiesto que sus productos conforman un “ecosistema” de gadgets articulado por un sistema operativo común: mismo software sobre una colección de dispositivos. Mientras Apple y Google ofrecen variantes de sus sistemas operativos, Huawei ha encontrado el modo de que el suyo permita a los desarrolladores diseñar aplicaciones para trabajar en distintas plataformas de hardware.
La mayoría de los sistemas operativos tienen un kernel monolítico ad hoc para la clase de dispositivo en el que va a trabajar. Harmony OS ha sido diseñado para que pueda trabajar con distintos tipos de dispositivo: la noción de microkernel modular, una suerte de Lego, adoptada por Huawei, puede desagregarse en diferentes componentes y reagruparlos en función del dispositivo en el que va a instalarse.
Según la documentación sobre Harmony OS, el sistema usa “un diseño multikernel” que incluye el kernel básico de Linux y un microkernel que Huawei ha construido a partir de LiteOS – creado a medida para los smartwaches de la marca – para que sea adaptable a otros dispositivos IoS, a diferencia de la versión para smartphones y tabletas, lógicamente más pesada y más cercana a Android.
En 2019, con la primera versión de Harmony OS, Huawei prometió que este sería open source, pero aún no ha liberado el código fuente. Lo que sí ha hecho ha sido ceder la estructura del sistema a una fundación, gesto que se quiere interpretar como disposición a atraer otros fabricantes. De momento, ninguna otra marca china ha hecho amago de sumarse al movimiento.
El verdadero problema de Harmony OS es dual: atraer a los usuarios fuera de China es la clave para captar desarrolladores. Este segundo aspecto es el que explica la fidelidad al kernel de Linux, bien conocido para aquellos.
Las experiencias ajenas obligan a la cautela. Microsoft se desvivió – y tiró millones – para conseguir que Windows Phone OS fuera aceptado por los desarrolladores, hasta que renunció a ello en 2017 para comenzar una lenta aproximación a Android para el día en que decida – si lo decide – reentrar en el mercado de smartphones. Distinto fue el caso de Samsung, que creyó posible reemplazar a Android en sus smartphones con Tizen OS, finalmente relegado a sus smartwatches y televisores. Tampoco le funcionó, por lo que la marca coreana buscó una salida airosa a través de un acuerdo con Google por el que esta ha incorporado ciertos rasgos de Tizen en su sistema operativo para wearables, basado en Android.
La apuesta de Huawei tiene sentido porque el objetivo es preservar la marca para cuando el mal tiempo escampe. Según ha dicho la compañía, espera a finales de año un parque de 300 millones de dispositivos bajo Harmony OS – 200 millones serían smartphones – y para alcanzar esa cifra facilitará la actualización de sus series recientes a la nueva plataforma.
Otra novedad es que la compañía no cobrará – o cobrará una suma ridícula – a los desarrolladores, a los que crear una aplicación para Harmony OS saldrá mucho más barato que sobre cualquier otra plataforma. De momento, tratará de asentar el nuevo sistema operativo en China, donde no hay acceso a los servicios de Google, por lo que nadie los echa de menos. No así en el resto del mundo.
En teoría, las posibilidades de reconquista de mercados occidentales pasan por la adopción de Harmony OS por parte de sus competidores chinos, que copan una cuota significativa del mercado global. Pero a ninguno le interesa ese juego de su competidor. Ni siquiera Honor, que fuera la segunda marca propiedad de Huawei antes de ser vendida a un consorcio basado también en Shenzhen. Todos ellos, mientras les dejen, seguirán siendo fieles a Android.