7/05/2013

HTML5: debate, punto y seguido

Mucho se ha discutido sobre HTML5 como alternativa a las aplicaciones nativas. El debate sigue abierto, pero no habrá vencedor; para 2016, Gartner prevé que más de un 50% de las aplicaciones móviles se desarrollarán con un modelo híbrido, combinando esta tecnología con código nativo. Suele hacerse hincapié en la vertiente técnica con el objetivo de justificar la lentitud en su adopción, pero HTML5 sigue despertando pasiones y rechazo a partes iguales. Sus perspectivas están, en realidad, supeditadas a un tira y afloja entre los que se beneficiarían con una implantación más audaz – las operadoras, por ejemplo – y las compañías que se resisten por su propio interés.

La inspiración de HTML5 es simple: un lenguaje de programación web que posibilite la creación de aplicaciones, desde las básicas a los juegos complejos, para que funcionen en cualquier plataforma sin necesidad de hacer cada vez un nuevo desarrollo nativo. Y, sobre todo, sin necesidad de desplegar desde cero cada aplicación para cada hardware. En teoría, este sería el sueño del desarrollador: reducir costes, y estimular el talento sin servidumbres. Idealmente, podría marcar la diferencia entre la obsesión actual por la fama efímera de aparecer en el ranking del mes de una appstore – única manera de recuperar los costes y, no siempre, de ganar dinero con sus creaciones – o una alternativa quizá peor, perder visibilidad en un océano de aplicaciones. Para los desarrolladores menos dependientes del soporte de las appstores, HTML5 presenta ventajas, y lo pueden combinar con código nativo. Los otros, aceptan someterse.

El contexto económico es complejo. Las compañías operadoras han asistido impotentes a la transformación de su mercado desde la introducción de los smartphones. Y lo que prometía ser un precioso yacimiento, les ha creado un dolor de cabeza permanente. Los ingresos por mensajería se han reducido drásticamente por el uso de aplicaciones como WhatsApp. Y aún hay más: los ingresos por llamadas están amenazadas por los servicios VoIP, pese al veto más o menos discreto que ejercen sobre este tipo de tráfico. Mientras tanto, las compañías propietarias de los sistemas operativos, intermediarios ineludibles, generan ingresos jugando ese papel. Las operadoras han imaginado que HTML5 pudiera ser la solución a sus males, o a alguno de ellos; al menos, que podría ayudarles a romper el duopolio entre Apple y Google.

Estos se llevan un porcentaje por las aplicaciones que los clientes de las operadoras descargan; esto, se supone, podría paliarse con plataformas alternativas basadas en HTML5, como Firefox OS, en cuya promoción han participado Telefónica y otros operadores (y fabricantes) «para equilibrar nuestra actual dependencia con respecto a Android». Aparte de romper el modelo cerrado de las tiendas de aplicaciones, Firefox OS está preparando un método de pago que hará posible que las transacciones realizadas desde el móvil se carguen en la factura de las operadoras, una vieja reivindicación de estas.

Como no sería realista esperar que Apple y Google dejasen voluntariamente esos privilegios, muchos desarrolladores están atentos a la evolución del modelo híbrido: seleccionan las partes de HTML5 que pueden funcionar combinadas con las tecnologías nativas para buscar una solución provisional. Este es, de hecho, un sistema de programación que va ganando terreno.

Dicen los críticos de HTML5 que están preocupados por la transparencia del código fuente; así como el ordenador más básico puede mostrar el código de la página web por la que está navegando, y copiarla, en HTML5 – al fin y al cabo, es un lenguaje de programación web que corre en navegadores – la aplicación podría quedar expuesta. Es un argumento interesado, pero no falso. También lo mencionan, con una dosis de nostalgia, aquellos que echan de menos Flash, hundida por el veto de Apple, y que otros dejaron que se ahogara, en nombre de HTML5.

Parece primar la convicción de que HTML5 no se ahogará; que alcance antes o después su potencial dependerá de los recursos que se le dediquen. Si se puede tomar como un síntoma, Intel ha presentado un entorno de desarrollo gratuito que puede crear, probar y desplegar aplicaciones en múltiples sistemas operativos – iOS, Android, Windows 8 y Windows Phone 8 – tanto para smartphones y tabletas como para portátiles.

En la práctica, aunque los navegadores actuales soportan aplicaciones basadas en este estándar, habitualmente se desarrolla software nativo para cada plataforma. Es evidente que nadie quiere desaprovechar las ventajas promocionales de las tiendas oficiales. Sin embargo, aparte de las opciones técnicas, es evidente que quienes menos necesitan depender de los rankings son los más propensos a usar HTML5; es aquí donde entran en juego las empresas, que desarrollan software para que sus empleados puedan usarlo desde el móvil, y por tanto prefieren programar una sola vez.

Lo importante es que la brecha entre aplicaciones web y nativas se va cerrando. Con la esperanza de que, en un par de años, HTML5 llegue a ofrecer el mismo nivel de sofisticación y garantías. Entretanto, ha surgido una ola de plataformas que soportan HTML5. La más interesante, por venir de quien viene, es Chrome OS – se dice que Google le dará más protagonismo – acompañada de Firefox OS, Tizen – respaldada por Intel y Samsung pero todavía en barbecho – y BB10, con la que BlackBerry ha introducido un nuevo modelo de desarrollo de aplicaciones – su nuevo Z10 es probablemente el smartphone con más prestaciones HTML5 del mercado – y, por último, Windows 8, que pretende introducir un nuevo «estilo» de aplicaciones.

Las previsiones de mercado señalan que los terminales móviles seguirán creciendo más rápidamente que los ordenadores como puntos de acceso a Internet. Unido a esto, la proliferación de los set-top box de TV, las aplicaciones para coches y, quizá, el naciente fenómeno de wearable computing, plantean un escenario en el que una misma aplicación debería funcionar en múltiples entornos y, al mismo tiempo, que los ingresos que genere estén bajo control. Esta es la baza de los adalides de HTML5. Y el World Wide Web Consortium, guardián del estándar, ya ha tomado nota.

[basado en un informe de P.G-B]


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