A Terry Gou, CEO de la compañía taiwanesa Foxconn, no le faltó desparpajo cuando anunció, al lado de Donald Trump y en la Casa Blanca, que invertirá 10.000 millones de dólares en Estados Unidos, como contribución a la creación de miles de empleos. No se ha vuelto a hablar del asunto, pero nadie privará a Gou de esos quince minutos de gloria. En la misma ocasión, recordó que Estados Unidos inventó la televisión pero el país no tiene una sola fábrica preparada para producir paneles de última generación [Foxconn sí, desde que se apoderó de la japonesa Sharp]. Las ínfulas de Gou serían un reflejo de que empieza a cansarse de vivir a la sombra de Apple y otras marcas para las que trabaja por encargo.
En realidad, Foxconn es la parte más visible de Hon Hai Precision, el mayor conglomerado taiwanés. Aunque es difícil distinguir dónde empieza un grupo y termina el otro, de lo que no hay duda es de que Foxconn es el mayor contratista mundial de fabricación de electrónica. Su ascenso vertiginoso ha ido en paralelo con el éxito del iPhone, que se fabrica en su factoría de Szhenzen, en China continental.
En 2016, la facturación de Hon Hai rondó los 136.000 millones de dólares. La compañía tiene unos 700.000 empleados solamente en China, aunque esta cifra es inferior al millón que tuvo años atrás: la automatización de sus fábricas avanza rápidamente para contrarrestar la subida de salarios de la mano de obra china. Este mastodonte industrial, con una logística perfeccionada, pretende identificar nuevas áreas de crecimiento que, sobre todo, le permitan mejorar sus márgenes. Porque de ese torrente de dinero que pasó por sus arcas el año pasado, le han quedado 4.910 millones de beneficios, que parece mucho dinero pero es sólo un 3,6%.
Lo anterior explica que Hon Hai haya empezado a moverse para fabricar sus propios productos. Gou está convencido de que Foxconn es un paraguas para una marca propia: su nombre aparece desde hace tiempo asociado al iPhone y qué mejor padrino que Apple para crecer, pero tal vez ha llegado la hora de pensar en sí misma. En esta estrategia encaja el supuesto plan industrial Gou de cara al mercado norteamericano para, de paso, reducir la confortable dependencia de Apple. Como ésta experimentó una caída de su facturación en 2016, su contratista chino corrió la misma suerte: este año espera un crecimiento nominal del 5%, condicionado por la acogida que tengan (o no) los nuevos iPhones.
Este es el contexto del anuncio de una inversión multimillonaria en Estados Unidos: uno de los objetivos sería allanar eventuales trabas a la importación de sus productos. El temor no es descabellado vistas las ideas proteccionistas de Trump y sus consejeros.
La propuesta que Guo expuso en la Casa Blanca contempla repartir los 10.000 millones de dólares de inversión a lo largo de cuatro años, para fabricar en Wisconsin paneles, siempre y cuando reciba incentivos fiscales por una tercera parte de esa cifra; que se sepa, tal condición no está comprometida (y tampoco la inversión). Para la opinión pública, se ha dicho que la fábrica generaría 3.000 puestos de trabajo directos y 6.000 indirectos, además de los que necesite la construcción del complejo.
Estas expectativas están hechas a la medida del discurso político de Trump. Este se sintió tan cómodo con el anuncio que, días después, contó en privado a un grupo de empresarios, que Guo podría llegar a invertir el triple de la cifra anunciada. Una actitud que no difiere de la que tuvo tras recibir a otro multillonario asiático, Masayoshi Son, fundador del grupo Softbank. Al trascender el comentario presidencial Foxcoon se vio en la necesidad de aclarar – Gou tiene que rendir cuentas a sus accionistas – que de momento sólo se ha hablado de 10.000 millones, pero bien que le gustaría montar más fábricas en suelo estadounidense.
Uno de los problemas que podría presentar el proyecto es que Foxconn no logra desprenderse de la etiqueta de ´tapado` de Apple. En un ambiente viciado por la verborrea trumpiana, Apple ha reculado en su plan original de mover parte de su producción a México. En uno de esos dias locuaces que le caracterizan, el presidente ha dicho que Cook le ha prometido que montará una planta en su propio país.
Es su palabra contra el silencio de Cook. Y resulta poco creíble: Apple cuenta, en parte gracias a Foxconn, con una maquinaria industrial impecable en China, más que suficiente para la demanda que está en situación de generar. No tendría sentido económico alterar ese esquema sólo por llevarse bien con Trump. Por cierto, Apple tiene dos factorías pequeñas en Texas y California – especializadas en producir el Macbook Pro – con problemas para cumplir los estándares de calidad de la compañía. El propio Cook ha reconocido sin rodeos que la mano de obra que puede contratar en Estados Unidos no tiene una formación equivalente a la de los empleados de Foxconn en China.
Desde la Casa Blanca han confirmado que el anuncio de Terry Gou no tiene relación con Apple sino con «otros proyectos». La estimación de empleos a crear suscita dudas: para que una fábrica sea tan rentable en Estados Unidos como en China, el esfuerzo de automatización debería ser muy intenso.
En el pasado, Foxconn ya anunció grandes inversiones que no llegaron a concretarse. Una de 1.000 millones de dólares, firmada con el gobierno de Indonesia, u otra de 30 millones en Pennsylvania (según Gou, parada por falta de voluntad del nuevo gobernador). Para 2017 la compañía había prometido inversiones milmillonarias en India y en China: si a ellas se suman los 10.000 millones en Wisconsin, el total sería superior al capex de Foxconn en los cinco últimos años.
¿Demasiado? Quizás. Es claro que Hon Hai-Foxconn está en expansión. Gou es partidario de entrar en Estados Unidos por la puerta grande. Y obtener el marchamo ‘Made in USA’ puede resultarle ventajoso para la próxima generación de televisores Sharp. O para cualquier producto que se le ocurra vender bajo su marca.
Otra motivación podría ser el compensible deseo de diversificación. Las autoridades chinas han abierto las puertas a los capitales taiwaneses a pesar del contencioso histórico: Foxconn es un exponente de esa política. Al mismo tiempo, en la ´isla rebelde`, la nueva presidenta, Tsai Ing-wen, presiona a las empresas de su país para que rebajen su presencia en el vecino continental.
Algo importante se está cocinando, de todos modos. En septiembre, Gou tenía previsto protagonizar la apertura de la feria IFA, en Berlín, pero la canceló en el último momento con el pretexto de que está ocupadísimo con sus planes de inversión globales. La organización alemana ha renovado la invitación para el año próximo; quizá para entonces tenga más sentido dar visibilidad a Foxconn investida de personalidad propia.
[nforme de Pablo G.Bejerano]