Es improbable que los cambios anunciados en Facebook tengan como propósito aumentar el número de usuarios: Mark Zuckerberg ya ha pescado en su red a 800 millones de individuos, y aunque nada cambiara, el crecimiento vegetativo continuaría. Puede incluso que ocurra lo contrario: los cambios han levantado protestas entre sus fieles, pero no habrá muchos desertores. Para al menos una parte de esos 800 millones en todo el mundo, Facebook es una adicción, y lo que pretende Zuckerberg es elevarla al grado de dependencia. ¿Es esta una interpretación simplista? Claro que lo es; en los párrafos siguiente se intentará proponer otras más complejas para explicar la nueva estrategia.
La semana pasada, en la conferencia de desarrolladores f8, se presentó una modificación radical del interfaz, una más, equivalente a transformar el mecanismo de interacción entre los usuarios y, sobre todo, entre ellos y la plataforma de esta red social. Hay que prestarle la debida atención porque, según ha revelado la compañía, esos 800 millones de usuarios pinchan cada día 2.000.000.000 de veces en el botón Like/Me Gusta, y suben 250 millones de fotos. Según fuentes externas, cada mes los usuarios colocan en Facebook 30.000.000.000 de piezas de contenido. Dicho esto, las novedades principales del anuncio son las siguientes:
Ticker, es una función que, a la manera de Twitter [incluso suena parecido], muestra en tiempo real la información que los amigos comparten en sus ´muros´. Pero, según se ha denunciado estos días, deja abierta una brecha que expone esa información al resto de la red, o a intrusos, a menos que el usuario la bloquee, lo que no parece sencillo de hacer [la simplicidad es un rasgo que Facebook ha perdido con el crecimiento.
Timeline es la novedad más llamativa, porque despliega retroactivamente la vida pasada del usuario, algo que podría ser fascinante si no fuera porque lo hace incluso sin que el usuario tenga esa intención. ¿Cómo? Pues rastreando los datos generados por cada aplicación que aquel usa, y transfiriéndola para su análisis a los servidores de Facebook.
OpenGraph, una función de la que lleva tiempo hablándose, es una API con la cual los desarrolladores externos pueden integrar sus aplicaciones en Facebook, sin que esta sea directamente responsable de lo que se haga con ellas. Una manera de evitarse acusaciones de monopolio.
Sobre las dos primeras se ha volcado el reproche ya clásico sobre Facebook: su menosprecio por la intimidad de los usuarios; la crítica parte del supuesto – que Zuckerberg refuta – de que a los usuarios les preocupa su intimidad. No le falta razón: nadie está en Facebook contra su voluntad. Ni es seguro que en todas las culturas donde ha penetrado existe la misma idea de intimidad. Facebook puede ser irritante para algunos, e indispensable para otros. En realidad, lo que hay que retener es que los cambios del interfaz están al servicio de OpenGraph, pieza maestra de la nueva estrategia. La existencia de Facebook – como la de Google – responde a un modelo publicitario, que facilita a terceros la promoción de sus productos y servicios apoyándose en sus plataformas; en un caso el eje original es el buscador, en el otro la red social. La diferencia con Google es que en este los algoritmos son, mientras no se demuestre lo contrario, “objetivos”, mientras que Facebook explota la lista de contactos de sus usuarios como una agenda que alquila, sin quebrar el anonimato, a quienes tengan algo que vender.
Hasta ahora, los vendedores podían recurrir a la función ´Me Gusta´ para crear lo que en la jerga de Facebook se llama “historias patrocinadas”. OpenGraph da un largo paso más allá, al ampliar la información sobre el comportamiento de los usuarios, y esto a partir de aquello que los ´amigos´ validan, incluso sin recomendarlo expresamente. Algunos analistas han dicho que Facebook se ha convertido en una plataforma social capaz de federar una multitud de sitios web.
La primera generación de aplicaciones de Facebook ha tenido un acceso limitado a la información de los usuarios, y se ha centrado fundamentalmente en aumentar su número y promover su expansión internacional. Estaban confinadas en ventanas en la pantalla, no integradas en Facebook. Este es un cambio mayúsculo se trata de conseguir que los usuarios pasen más tiempo dentro de Facebook, generen más información sobre sí mismos y sobre sus contactos, en una acepción distinta del crecimiento. Que no es un capricho juvenil, lo demuestra la lista de partners que Facebook ha reclutado para el lanzamiento de OpenGraph. Streaming de música con Spotify, películas con Netflix (sólo fuera de Estados Unidos), y los ya clásicos juegos de Zynga. Estas son empresas de la última hornada; en la lista aparece una que representa al establishment, el Washington Post. Su CEO, Don Graham ( a la vez consejero independiente de Facebook), lo explica así: “La dimensión social es importante para el futuro de las noticias. Básicamente, deja que los usuarios vean lo que leen sus amigos, y viceversa”. La aplicación del Washington Post en OpenGraph incluye otros medios ajenos al grupo editorial, y tal vez sea un preludio de lo que otros harán con el invento.
Las descripciones anteriores desembocan en algunas interpretaciones, no excluyentes entre sí, del por qué de estos cambios y del por qué ahora. La primera interpretación es ideológica: Zuckerberg sostiene desde hace años, con aires de mesías, que la razón por la que la gente usa Internet es porque desea compartir su vida con otros, y Facebook le sirve de instrumento idóneo, eso es todo. Este argumento puede resultar incomprensible para quienes no son “nativos digitales”, pero el aval de 800 millones impresiona. Como impresiona el hecho de que Facebook, la plataforma más consecuente con este postulado, ha derrotado a todos sus rivales.
Lo que lleva a marcar una diferencia. Por primera vez, Facebook tiene que enfrentarse a la competencia de Google a cara de perro. En diez días desde que la inscripción en Google+ pasó a régimen abierto, se adhirieron 40 millones de usuarios, un ritmo muy superior al de cualquier otra red social en sus comienzos. Esta sería la interpretación, digamos, competitiva: cada vez que Google quiere ponerse a su red, Facebook acelera.
Por orden, viene la interpretación económicas. Se trata de rentabilizar a marcha forzada la gigantesca masa de usuarios adheridos. Facebook no ha anunciado aún la fecha de su salida a bolsa, lo que en la práctica significa que la ha postergado hasta la segunda mitad de 2012. El anuncio implicaría empezar a publicar resultados reales, y no sólo estadísticas triunfalistas. Tal vez los cambios de la semana pasada sean sólo un epifenómeno del verdadero problema de Facebook: justificar con ingresos contantes y sonantes la valoración que le atribuyen los inversores recién llegados. De hecho, esa escalada insensata se ha detenido, o al menos ha dejado de hablarse de ella en los medios.