Hubo un tiempo en el que cualquier hijo de vecino ponía cara de autoridad al combinar dos palabras en inglés, big y data, pero pocos sabían de qué estaban hablando. Ante el creciente problema de almacenar, procesar, recuperar y luego analizar rápidamente grandes volúmenes de datos, un grupo de ingenieros – primero en las filas de Yahoo, luego en las de Google – concibieron una plataforma, que llamaron Hadoop que acabaría siendo una invalorable colección de herramientas escritas en código abierto. De aquella invención nacerían tres empresas, dos de las cuales, Cloudera y Hortonworks, tras una década de educada rivalidad, han anunciado una fusión “entre iguales” que no lo son tanto.
La verdad verdadera es que Cloudera adquiere Hortonworks y sus accionistas detentarán el 60% de la compañía resultante: la fórmula de cambio será de 1,305 acciones de Hortonworks por cada acción de Cloudera. Tom Reilly, CEO de Cloudera, seguirá al frente de la fusionada, cuyo nombre no se ha revelado pero probablemente llevará el de la compradora. No parece que haya sitio para Bob Bearden, todavía CEO de Hortonworks.
La transacción tiene clarísimo sentido económico: las dos empresas pierden dinero año tras año y la paciencia de los inversores no es eterna. Cloudera, con 420 millones de dólares de ingresos, registra pérdidas operativas de 186 millones, mientras Hortonworks pierde 173 de los 309 millones que factura [son cifras del último año]. La combinación sumaria una facturación de 729 millones y se espera obtener sinergias por unos 125 millones que reducirían significativamente las pérdidas desde el año próximo.
No obstante lo dicho, la transacción no está dictada por apremios financieros gracias a que tienen un flujo de caja positivo [pero, atención, su margen operativo es negativo]. La reacción inicial de los inversores ha validado el argumento estratégico de Reilly: “nuestros negocios son complementarios y, reunidos, nos permitirán ser la primera empresa de datos en la nube, desde el extremo hasta la inteligencia artificial”.
La fusión pudo haberse hecho antes, pero las dos partes optaron – en 2014 Hortonworks, en 2017 Cloudera – por el mercado bursátil para dar liquidez a sus inversores iniciales y retener a sus primeros empleados.
Cuando el autor de este blog entrevistó a Tom Reilly en 2014, el CEO de Cloudera negaba incluso la necesidad de recurrir a la bolsa, gracias a la holgura financiera que le daban los 720 millones invertidos por Intel en su compañía. De los que, por cierto, aún atesora más de la mitad.
La operación tiene mucho sentido operativo por cuanto asegura la continuidad de un negocio en el que, diez años después de formulado por primera vez, ambas compañías se han dejado algunos pelos en la gatera. Su mercado crece, es cierto, pero ahora se trata de ganar dinero.
El primero de los problemas que afrontan radica en la propia naturaleza del movimiento open source, al que ambas se adhieren con modelos de monetización dispares. El de Hortonworks es más purista, mientras que Cloudera ha sabido sacar partido de los servicios de valor añadido y está incorporando machine learning. A ambas les han servido de mucho los acuerdos con proveedores históricos de bases de datos (IBM, Oracle y Teradata) que licencian sus herramientas para integrarlas bajo sus marcas.
En el fondo, lo fundamental es que el concepto open source goza de mucha aceptación y se ha ganado una plaza central en el sector de las T.I, pero es extremadamente difícil construir sobre él un negocio rentable y a la vez respetar la ortodoxia del movimiento: se cuentan con los dedos de una mano las empresas de esta simpática galaxia que pueden presumir de rentabilidad.
Buena parte de la actividad de la nueva Cloudera gira en torno a lo que el mercado conoce como data warehouse, una práctica que, básicamente, agrega bases de datos y otras fuentes para que puedan ser analizadas a gran escala. En este campo tradicional, la innovación es perezosa y las empresas con un parque instalado de bases de datos son reticentes al cambio brusco. La economía del almacenamiento ha cambiado el panorama: hace 13 años, HDFS (Hadoop Distributed File System) era algo revolucionario; hoy hay soluciones más baratas.
Cuando Cloudera nació, en 2008, la visión de sus fundadores giraba en torno al advenimiento del cloud computing, pero en aquel momento pocas eran las empresas preparadas para dar ese salto, por lo que se optó por una plataforma dual. Paradójicamente, sus grandes competidores actuales son los gigantes de la nube: Amazon Web Services, Microsoft y Google ofrecen servicios alternativos también basados en Hadoop o en Spark. Todavía en ciernes, aparecen startups – como Snowflake, al parecer bien financiadas – que se añaden a la lista de opciones. En definitiva, las dos empresas dieron vida a un mercado que ya no controlan. Ahí está la clave de su fusión.
[publicado en La Vanguardia el 21/10]