25/01/2011

El pago móvil (un poco) más cerca

Finalmente, operadores móviles y fabricantes parecen dispuestos a tirar juntos de una tecnología que, aunque está internacionalmente normalizada desde 2003, hasta ahora no ha llegado a los usuarios, y esto a pesar del presunto atractivo de usar el móvil como billetera electrónica, su aplicación más notoria aunque no la única. Algunas de las barreras previsibles a la explotación comercial de NFC (Near Field Communication) se van despejando, pero al mismo tiempo afloran los conflictos potenciales en torno al futuro modelo de negocio, entre las distintas partes que deben conjugarse. Por esto, pasar de las pruebas piloto al despliegue real llevará tiempo.

Los consumidores conocen desde hace años esta práctica en Japón y Corea, pero los países occidentales son harina de otro costal Abundan las experiencias, como el sistema PayWave, que Visa ha implantado provisionalmente en los sistemas de transporte público de Nueva York y Nueva Jersey. Y hay numerosos ejemplos en Europa: el sistema de  abono Oyster en el metro de Londres, el plan francés para extender a escala nacional la experiencia de Niza, el de los ferrocarriles alemanes para la compra de billetes en varias ciudades– en ambos casos, con la colaboración conjunta de tres operadores móviles – o, sin ir tan lejos, la prueba piloto de seis meses en Sitges, recientemente finalizada, con Telefónica, La Caixa y Visa.

NFC es un esquema de comunicación bidireccional para conectar dos dispositivos compatibles a distancia de pocos centímetros. Puede tratarse de dos móviles, de un móvil y un datáfono o un terminal punto de venta, de un móvil y un poster con etiqueta electrónica, etc. Normalmente, el propósito es completar una transacción o, en su caso, transferir información entre ellos, con un protocolo de seguridad. Quién controle la seguridad de la transacción, es la cuestión decisiva. Los bancos y las entidades gestoras dirán que en sus sistemas de tarjetas, los operadores quieren que sea en la SIM (y que la SIM sea suya), mientras los fabricantes se inclinan, con matices, por embeberla en el hardware. ¿O ha de ser una aplicación basada en una API, como parecen preferir Google y PayPal?

Ansiosos de contar con nuevos servicios y fuentes de ingresos, los operadores quisieran que los smartphones sean el punto focal de esas relaciones entre el consumidor y su entorno físico. Pero esta aspiración choca con una realidad: sólo hay en todo el mundo 960.000 móviles dotados de un chip NFC, sobre los 1.000 millones despachados en 2010. La consultora ABI Research estima que serán 247 millones en 2015, una cifra menos impresionante de lo que puede parecer: para entonces, sería menos del 20% de los dispositivos que se vendan. Suponiendo que el pronóstico se cumpla, claro.

Para que se cumpla, deberían combinarse varios factores. Según los operadores, la inversión sólo se justifica si hay en el mercado un surtido de marcas y modelos idóneos; y según los fabricantes, lo harían con gusto si recibieran órdenes de pedido. Este empate ha empezado a romperse con el anuncio de Nokia, que durante este año incorporará la función NFC a sus móviles con el sistema operativo Symbian. El mes próximo, en el Mobile World Congress de Barcelona, Samsung presentará su nuevo Galaxy S2, con ese chip en las entrañas. Por su lado, Google acaba de lanzar el Nexus S (diseñado por Samsung), que también lo lleva, y esto podría animar a otros fabricantes que siguen su estela. Según parece, Apple tiene la misma intención con la quinta generación del iPhone.

¿A quién benefician estas iniciativas? La respuesta ritual sería, por supuesto, “a los consumidores”. Pero la verdad es que estos no tendrán mayor interés en el invento mientras no haya un buen número de comerciantes involucrados y los comerciantes no darán ese paso hasta no tener pruebas de la disposición de los consumidores. Según Jupiter Research, uno de cada seis abonados europeos tendrá a finales del 2012 un móvil con NFC, pero ya se sabe que no es lo mismo tener que usar.

Por esto resultan significativas las conclusiones de la prueba piloto de Sitges, en la que participaron 1.500 usuarios y 500 comercios: “los clientes han incrementado un 30% sus transacciones y han aumentado un 23% las compras medias por usuario con su tarjeta”. Sin embargo, no hay todavía proyecto ni plazo para generalizar la experiencia, ni se sabe en qué ha quedado la intención original de extender la prueba a Barcelona.

A medida que los actores toman posiciones, se insinúan los conflictos subyacentes entre ellos. GSMA, la entidad que agrupa a 750 operadores, insiste en que hay que pasar de los pilotos al despliegue real, y propugna una de las dos soluciones posibles: la integración de NFC en las tarjetas SIM, lo que facilitaría la transferencia entre móviles de distinto origen, con un estándar de encriptación común. Para los operadores, esto garantizaría que – a través de la SIM de cada uno – mantendrán el control sobre la base de abonados. La otra posibilidad es la tecnología embebida en el dispositivo; no tendría aquellas ventajas y, sobre todo, podría abrir la puerta a prestatarios de servicio al margen del vínculo establecido entre abonado y operador. Los bancos y entidades como VISA y Mastercard podrían estar en condiciones de inclinar la balanza hacia la fórmula que preserve su papel como medios de pago. Por consiguiente, todo puede resumirse en la pregunta ¿de quién es el cliente? Y si no hay acuerdo, no será de nadie.

El líder mundial en el diseño y producción de tarjetas SIM es la empresa francesa Gemalto, que también es el principal especialista en NFC. Los móviles representan el 50% de su negocio, pero la empresa francesa necesita diversificarse, explicaba recientemente su vicepresidente, Philippe Vallée: hacia las tarjetas (con o sin contacto), los pasaportes biométricos y otras tecnologías afines contra el fraude y la sustracción de identidad en las transacciones.

Por su no desmentida vocación hegemónica, para Apple y Google este sería el negocio perfecto. Pero tropiezan con la desconfianza que generan entre los operadores europeos, que las ven como competidores en potencia: el pago móvil es un terreno resbaladizo. El año pasado, Apple fichó al francés Benjamin Vigier como director de desarrollo del área de comercio móvil, y en los últimos meses Google ha convocado una plaza con casi idéntica definición. Hay más indicios: Apple acumula una cartera de patentes relacionadas con aplicaciones de la tecnología NFC. La principal diferencia entre ambos es que Apple tiene, además del iPhone como soporte, un eficaz sistema de micropagos en sus tiendas on line, por lo que tener una solución transaccional móvil es un paso lógico. Sería, incluso, una oportunidad de llevar a la práctica su proyecto de SIM remota – de momento congelado pero al que no renunciará – que eventualmente permitiría a sus clientes cambiar de operador a voluntad.

A juzgar por el Nexus S, Google no va tan lejos. Su chip NFC funciona en “modo lector”, mientras que para una transacción haría falta programar hardware y software en “modo emulación de tarjeta”. De lo que puede deducirse que Google se limita a explorar la opción de que su móvil (y por extensión, todos los Android) sirvan como plataformas de marketing y publicidad, lo que mejor sabe hacer.


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