Puede que sea sólo una coincidencia, pero desde el estallido de una crisis a la que Google “no es inmune” según reconoce Eric Schmidt, se ha producido una serie de movimientos en el cuadro directivo de la compañía. Aparentemente, todo con la mayor suavidad y cortesía. La secuencia arranca con la salida de Tim Armstrong, quien dejó su envidiado puesto como máximo responsable de ventas en Estados Unidos para convertirse en consejero delegado de AOL, un encargo endiablado que incluye completar la dolorosa separación de Time Warner, quizás el mayor fracaso de la burbuja de Internet. Como Armstrong se llevó consigo a su mano derecha, esto ensanchó la brecha en el cuadro de mando de Google.
Extrañó mucho, en tales circunstancias, que el carismático director de ventas globales, Omid Kordestani, decidiera que era la ocasión apropiada para dar un paso al costado. No es que dejara Google, sino que le crearon un puesto ad hoc con la denominación “senior advisor de la oficina del CEO y los fundadores”.
Esto es lo que pasa cuando se mueve una ficha valiosa del tablero: no era sencillo ubrir la plaza dejada por Kordestani. Al final, la elección recayó en Nikesh Arora, quien durante más de cuatro años ha sido responsable de las operaciones europeas Según el comunicado oficial, su cargo será Presidente de Ventas y Operaciones Globales y Desarrollo de Negocio. Ahí es nada.
De inmediato, en los escalones siguientes se produjeron cambios en cascada. El más importante es el que protagoniza Henrique de Castro, que trabajaba con Arora en la central europea y pasa a ocupar el puesto que deja David Rosenblatt, anteriormente CEO de DoubleClick, desde el que tendrá a su cargo el desarrollo del negocio de publicidad más allá del buscador. Una misión delicada que, entre otras cosas, supone inventar la ignota fórmula de la rentabilidad de YouTube. Incidentalmente, estos movimientos han elevado la posición en el organigrama al español mejor situado, Bernardo Hernández, nuevo director mundial de marketing de consumo. Pero desde ya se puede asegurar que la partida no ha hecho más que empezar.