Se da por descontado que Apple presentará su nuevo iPhone a mediados de septiembre, como es costumbre. Para festejar el décimo aniversario de su producto estrella, los medios afines propagan la idea de que este iPhone será el inicio de un «superciclo». Pero incluso entre ellos crece el temor a una eventual demora en la comercialización si no se resuelven a tiempo ciertos problemas de suministro de componentes. Es curioso que esto ocurra, porque si algo explica el éxito de Apple es la eficacia de su cadena de suministro. Además de reducir el tiempo de entrega y ajustar los costes, es esencial que el conjunto sea lo bastante innovador como para que los usuarios renueven su confianza en la marca.
La hipótesis puede parecer prematura, lo es, pero forma parte del ritual de preparación del ambiente al que Apple se presta con cada generación de su producto estrella. Este año, ni siquiera se puede dar por seguro que se llama iPhone 8. Llámese como se llame, más importantes son las versiones – y globos sonda – acerca de sus especificaciones: todas apuntan un salto adelante en las características físicas del smartphone.
Aun haciendo caso omiso de rumores que, a diferencia de otros años, en los que creaban expectativas, esta vez vienen cargados de preocupación porque – presuntamente – no está bien resuelto algún elemento tecnológico. Un problema podría ser el sensor de huella dactilar, destinado a asegurar la privacidad del sistema de pago Apple Pay.
Lo que sí parece definido, y contratado, es que la «pantalla infinita» del nuevo iPhone ocupará todo el frontal y será fabricada con la tecnología Amoled, pero no hay manera de saber quién la fabricará. Samsung es el principal especialista, ya la incorpora en su Galaxy S8 y aparentemente es el único fabricante capaz de producir el volumen que Apple necesitaría, lo que no impide que otras compañías – concretamente LG Display – reciban una parte del encargo.
Al ocupar la pantalla todo el frontal, el botón de inicio o el sensor de huella digital tendrán que cambiar su ubicación habitual. En el caso del primero, el problema es menor, porque la precisión requerida no es la misma que para el reconocimiento de la huella. Se podría poner en la parte trasera, como ha hecho Samsung en su último modelo, pero los diseñadores de Apple consideran que no sería ergonómico.
Si no se encuentra una solución a tiempo para iniciar la fabricación, sólo habría dos alternativas, a cual peor: retrasar la comercialización o inventar otra identificación segura para Apple Pay. Samsung, en el Galaxy 8, propone tres opciones: reconocimiento del iris, reconocimiento facial o lector de huella (este último en la trasera de la carcasa).
El tiempo apremia. Cada año el nuevo modelo de iPhone se presenta en septiembre para que su venta se inicie varias semanas después, las tiendas estén abastecidas en octubre y así afrontar la campaña navideña, que en Estados Unidos empieza antes que en Europa. Aunque, como gran parte de la comercialización se hace a través de las tiendas de Apple, no hay un canal ansioso por esos plazos.
A esa circunstancia se suma el nerviosismo de algunos suministradores: un cambio de características puede cancelar pedidos en beneficio de otros. Un ejemplo de las últimas semanas – que ha tenido su reflejo bursátil – es el de Lumentum y Finisair, que han trabajado con Apple en el desarrollo de sensores para el próximo iPhone, pero aún no tienen confirmadas sus órdenes de pedido.
El detalle no es menor. Tim Cook, CEO de Apple, se ganó a Steve Jobs, y luego su sucesión, gracias a su habilidad para montar y gestionar lo que tal vez sea la mejor cadena de suministro de la industria.
Se estima en 120 millones de unidades la cantidad de iPhone 8 que Apple podría despachar en los primeros doce meses, frente a los 88 millones que sumaron los modelos 7/7S en 2016. Ningún otro producto vende tanto: sólo los Galaxy S7 se han acercado. Por lo tanto, ser suministrador de Apple es una oportunidad para hincar el diente en otros mercados, como el de automoción.
No sólo Lumentum y Finisair están sobre ascuas por conocer el diseño definitivo. Qualcomm vive un encarnizado conflicto con Apple sobre royalties que, como poco, le hará perder una parte de los 1.800 millones que factura en chips de banda base para el iPhone. InvenSense ha sufrido un batacazo en bolsa al trascender – sin confirmación hasta hoy – que Apple podría no escoger sus sensores de movimiento, que representan el 40% de sus ventas. La compañía británica Imagination Technologies – en la que Apple posee un 9,5% de participación – ha recibido dos noticias desagradables: esta fabricará sus propias GPU y para ello ha fichado a varios de sus ingenieros. Un tratamiento parecido se ha aplicado a Dialog Semiconductor, que perderá el contrato para fabricar los chips que optimizan el consumo de energía de los circuitos del iPhone: Apple los sustituirá por un desarrollo propio.
La analista Katy Huberthy, de Morgan Stanley, ha escrito un informe en el que atribuye estas maniobras a una política de «exprimir a los fabricantes de componentes para mitigar su BOM (bill of materials)». Para algunos de ellos, Apple representa hasta el 70% de sus ingresos.
Hoy por hoy, ningún asunto es más crítico que el lector de huellas dactilares. De él se espera que sea fiable y cómodo para incentivar el uso de Apple Pay, pero eso tampoco está garantizado. Según Loup Ventures, nueva consultora fundada por el analista Gene Munster, que durante años siguió la marcha de los negocios de Apple, «sólo el 13% de los usuarios de un iPhone han utilizado Apple Pay», cifra claramente decepcionante [o, si se quiere, tranquilizadora para sus rivales, a los que tampoco les ha ido muy bien]. Cuando Munster trabajaba en Piper Jaffray, había previsto en 200 millones de dólares las transacciones que se harían con Apple Pay el año pasado; ya en Loup Venture, las calcula en 36 millones. Por otro lado, pese al esfuerzo mediático por promover el pago móvil, según eMarketer, sólo el 0,6% de las ventas en Estados Unidos se han pagado a través de un smartphone en 2016.
Otro informe, este de 451 Research, afirma que el 40% de los propietarios de smartphones consideran que usarlo como medio de pago es poco seguro. Por si fuera poco, las grandes cadenas de tiendas promocionan sus propias tarjetas de fidelización con fuertes descuentos, lo que resta parte de su atractivo a Apple Pay. Este sistema tampoco ha generado beneficios interesantes a Apple: la comisión del 0,15% que se queda la compañía sobre cada transacción alcanzaría los 30 millones de dólares en 2016, según la firma de bolsa Sanford Bernstein.
En consecuencia, Apple Pay no sería ese fantástico factor de crecimiento que se espera, pero será bienvenido. A condición de inspirar confianza en los consumidores. Tampoco está Apple – como ningún otro fabricante – sobrado de nuevas características que añadir para sorprenderlos y animarle a renovar el que usan actualmente. Por si fuera poco, toda novedad eleva el coste de los componentes: se calcula que el Galaxy S8 la cuesta a Samsung, sólo en materiales, 50 dólares más que el S7. Sobre todo, porque las memorias flash se han encarecido y una pantalla Amoled costaría casi el doble que las que actualmente lleva un iPhone.
Los mismos que predican alegremente el ´superciclo` se han dejado comer el seso con la tesis de que el iPhone del décimo aniversario podría tener un precio de 1.000 dólares. Tampoco sería exactamente una sorpresa, si se tiene en cuenta que la versión de 256 GB del iPhone 7 Plis se vende a 969 dólares.
No está tan claro que Apple pueda seguir confiando su suerte a la capacidad de seducción de su marca. Los rivales, en especial Samsung y últimamente Huawei, ofrecen un hardware comparable.
[informe de Lluís Alonso]