Se veía venir, pero lo previsible no quita importancia a la noticia de la salida a bolsa del Ant Group, instrumento financiero engordado al amparo de Alibaba, gigante chino del comercio electrónico y de la nube. Cotizar a la vez en Shanghai y Hong Kong es un gesto de indudable relieve político. El objetivo de recaudar al menos 35.000 millones de dólares convierte esta OPV en la más voluminosa históricamente, deliberadamente por encima de la petrolera Saudi Aramco, que en diciembre colocó acciones por 29.400 millones. Tanto o más interesante en estos tiempos es el forzado equilibrio de su fundador Jack Ma [nacido Ma Yun] para no mostrarse demasiado solícito con el gobierno de Pekín.
Vista la tensión geopolítica entre China y Estados Unidos, no sorprende que Ma haya descartado cotizar en Nueva York, donde Alibaba salió a bolsa en 2014 como la mayor oferta pública hasta entonces (25.000 millones de dólares). Desde entonces, su capitalización bursátil ha alcanzado los 734.000 millones. Pero no ha querido decantarse en exclusiva por el rutilante mercado STAR, de Shanghai, propulsado por su gobierno como futura alternativa al Nasdaq (y a la vez rival de Hong Kong) que acoge los capitales invertidos en empresas tecnológicas chinas.
A falta de conocer el precio de salida y el número de acciones que se pondrá a la venta – aproximadamente el 6% de los 27.000 millones emitidas – los analistas ya estiman el valor resultante de la compañía entre 230.000 y 250.000 millones de dólares. Una enormidad para una fintech, que viene a ser el doble del valor de Citigroup, por dar un ejemplo significativo. Pero Ant no es una fintech como tantas destinadas a desaparecer: en la primera mitad de este año ha generado ingresos por 72.500 millones de yuan (unos 10.600 millones de dólares) y un beneficio neto de 21.100 millones (3.100 millones de dólares).
El contexto es tanto o más importante que las magnitudes. Alibaba se retiró voluntariamente hace meses de la bolsa de Hong Kong, porque la gravedad de los disturbios locales influía negativamente en su cotización en el NYSX. Dicen que a Ma le gusta hacer las cosas a lo grande, pero mide cuidadosamente cada paso. Retiene para sí el 50% de Ant, al tiempo que evita exponerse al riesgo que para esta rama de su imperio podría acarrear el atrevimiento de salir a bolsa en Nueva York, capital financiera del mundo. No se puede pasar por alto el hecho de que un 10% de Ant es de capital estatal, que coexiste amablemente con fondos soberanos de Malasia, Arabia Saudi y Abu Dhabi, con el conglomerado hongkonés CK Hutchinson y también con fondos de capital riesgo estadounidenses (Silver Lake y General Atlantic).
El brazo más conocido del grupo es Alipay, sistema de pagos creado por Alibaba en 2004 para sí pero que evolucionó como plataforma para las transacciones online de otros grupos y actualmente es un instrumento ampliamente utilizado como una suerte de cámara de compensación por comerciantes y proveedores en China, con la pretensión de extenderse geográficamente.
En 2011, Alipay se escindió de Alibaba y tres años después pasó a llamarse Ant Group, por lo que hay cierta tendencia a confundir el todo con su parte más grande. La nomenclatura del grupo refleja la diversificación de sus negocios. Hay que distinguir cuatro grandes actividades, a saber: pagos online (que procesa 17 billones de dólares por año bajo la marca Alipay); crédito de consumo (Goldman Sachs estima un volumen de 290.000 millones); gestión de activos (el más grande mercado monetario privado de China, por valor de 173.000 millones) y por último el ascendente negocio de seguros de salud, que cubre a más de 105 millones de personas).
En 2018, los pagos online representaban el 51% de los ingresos del grupo, pero en la primera mitad de este año han bajado al 36%. Lo esencial de la facturación (el 63,4%) procede de las comisiones por conectar a sus usuarios con los bancos para los cuatro tipos de transacción mencionados.
Ant también permite a sus 711 millones de usuarios activos mensuales – sin contar los 80 millones de comerciantes que usan su plataforma – comprar a crédito e invertir en fondos mutualistas. Este negocio de intermediación – un rasgo del capitalismo chino – es especialmente boyante, con un 87% de crecimiento en los últimos doce meses: alrededor de 500 millones de ciudadanos contrataron préstamos exprés a través de este coloso financiero. Sin esta facilidad de crédito, no se venderían tantos iPhones ni tantos chinos saldrían por primera vez fuera del país.
Al mismo tiempo, Ant inquieta a los bancos, que temen perder su relación directa con la clientela al mediatizarse los servicios a través de esta y otras plataformas que no controlan. Para evitar (o retrasar lo inevitable) el gobierno ha aprobado nuevas regulaciones que obligan a las compañías no financieras involucradas en el negocio financiero a obtener una licencia gubernamental y aumentar su capital propio.
La autoridad que regula la bolsa de Shanghai ha puesto condiciones a la OPV, con las que quiere establecer pautas de conducta al ascendente negocio de las finanzas online. En especial, para embridar los préstamos de baja cuantía, los tipos de interés y los requisitos de las licencias para operar como banco virtual.
El modelo de relación con las autoridades reguladoras es una de las claves del futuro del grupo, indisolublemente ligado a factores políticos. La salida a bolsa de Ant se producirá – la fecha exacta no está decidida – con el telón de fondo de una ley de seguridad en Hong Kong. Algunas voces apuntan que la limitación de los derechos políticos en este territorio [que debería integrarse plenamente en China en 2047] no tiene por qué implicar su decadencia como centro económico y financiero regional.
En la práctica, la nueva legislación somete a la prensa [por cierto: el South China Morning Post es propiedad de Jack Ma] a limitaciones para informar y, a la postre, podría dañar la transparencia de las transacciones financieras. No parece que sea el propósito de Pekín, que sigue viendo a Hong Kong como el faro de su proyecto megalómano de transformación de la Gran Bahia (Guangdong-Hong Kong-Macao).
Para tener un Hong Kong fuerte, China necesita seguir contando con el flujo de dinero occidental, estadounidense en primer lugar. Aunque hayan decidido no cotizar en el parqué neoyorquino, los directivos de Ant han negociado intensamente con bancos estadounidenses para atraer capital institucional. En el lanzamiento les acompañan Citigroup, JP Morgan y Morgan Stanley, entidades bien situadas para vender su historia de éxito a inversores que no se dejen impresionar por las bravuconadas de Donald Trump.
Hablando de vender la historia, Ant ha pedido a los bancos que respaldan su OPV que involucren a analistas tecnológicos, aparte de los financieros de costumbre. Hay una explicación: normalmente, la cotización de las entidades financieras chinas multiplica por cuatro sus ingresos, mientras que Alibaba goza de un envidiable múltiplo de 30x que Tencent eleva a 37 veces los suyos.
A nadie escapa que una operación de esta naturaleza no podría hacerse sin el beneplácito de Pekín, que observa atentamente la evolución de los gigantes tecnológicos del país. El gobierno apoya que se expandan al extranjero pero el horno no está para bollos en Estados Unidos. En la documentación previa a la OPV, Ant advierte que eventualmente podría ser objetivo de ataques del gobierno de Estados Unidos y por esa razón perder el acceso a ciertas tecnologías.
No es una advertencia banal. En 2018, Washington ya impidió que Ant comprara MoneyGram International, especialista global en remesas de dinero. De manera que el retoño de Alibaba sólo ha podido expandirse asociándose con startups asiáticas, como la india Pytme o la filipina GCash.
Puede darse por seguro que el de Ant no será el último pelotazo bursátil chino. Para medir la temperatura, habrá que esperar las elecciones de noviembre en Estados Unidos. En la antesala esperan Bytedance, propietaria de TikTok, con una valoración hipotética de 100.000 millones de dólares. Otro candidato sería WeBank, el banco digital promovido por Tencent, otra fijación de Donald Trump.
[informe de Pablo G. Bejerano]