Con la abdicación de Akihito y la entronización de su hijo Maruhito, Japón entra en una nueva era, bautizada Reiwa. Ya se ha escrito suficiente acerca de la significación poética del nombre escogido, variantes en torno a la palabra armonía. Por supuesto, para la prensa de colorines, es un espectáculo, pero a efectos de lo que interesa a este blog, es la ocasión de revisar la ilusión de un golpe de timón que refuerce la economía y las empresas japonesas. Naruhito (59 años) ha sido calificado de ´globalista` porque se educó en Oxford. ¿Expresión del deseo de las élites? Los más optimistas se amparan en la inspiración de los primeros meses de la era Heisei (1989). ¿Es lo que se espera?
Se postula que los ciclos largos en la historia de Japón se identifican con las sucesivas fases imperiales: modernización (era Meiji), tránsito del liberalismo al militarismo (Taisho), reconstrucción de posguerra (Showa) y deflación prolongada (Heisei). El reinado de Akihito comenzó con el cénit de una burbuja bursátil e inmobiliaria cuya mayor anécdota fue la compra del Rockefeller Center por Mitsubishi Estate y de Columbia Pictures por Sony. Todo el mundo sabe cuánto duró aquél milagro.
Vinieron décadas de estancamiento y mucha turbulencia, pero no hay duda de que el comienzo parecía auspicioso. En 1989, Japón representaba el 15% de la economía mundial; hoy su cuota del PIB global no llega al 6% y el PIB per cápita ocupa el 20º puesto entre los 36 miembros de la OCDE. Al acabar aquel año, la capitalización total de las compañías japonesas cotizadas era de 600 billones de yenes (5,4 billones de dólares) es decir 1,4 veces el tamaño del mercado bursátil estadounidense en aquel momento. Siete de las diez mayores empresas del mundo (por su valor de mercado) eran japonesas. Hoy, ni una sola empresa de ese origen aparece entre las 30 de más alta capitalización: la primera del país, Toyota, figura en el puesto 48º con un valor de 176.000 millones de dólares [y aun así es la más valiosa de la industria mundial de automoción]. Como síntoma que redondea todos los demás, el índice Nikkei no ha vuelto aún a su nivel previo a la burbuja de los años 80.
La inestabilidad política ha sido un rasgo de la era Heisei: durante su mayor parte, los primeros ministros aguantaron en el cargo una media de menos de dos años (y esto, con un partido hegemónico, el PLD). Hubo tremendos colapsos bancarios y alocados experimentos monetarios que hundieron miles de empresas. También las catástrofes naturales hicieron lo suyo, claro está. Desde que Shinzo Abe se hizo cargo del gobierno, en 2012, su política económica – por buen nombre Abenomics – de estímulos monetarios, dio la vuelta al conservadurismo fiscal precedente, originando un ciclo expansivo. Relativo o insuficiente, según se vea: el crecimiento medio duplicó al de los diez años anteriores, pero no pasó del 1,3%. Tanto que en 2017 el PIB creció el 1,7% y en 2018 volvió a caer al 0,9%.
Obviamente, un cambio de emperador no marcará diferencias en las condiciones macroeconómicas ni en las circunstancias que atañen al papel de Japón en el mundo. El trono es un símbolo que provoca el deseo colectivo de creer el ´relato` oficial. Y en eso está Japón estos días.
Resulta engañosamente fácil enunciar un diagnóstico de los males de la sociedad japonesa contemporánea. Es, dice cada visitante ocasional, un país envejecido. Es verdad: uno de cada tres habitantes tiene más de 60 años y en 2050 se espera que sean cuatro de cada diez. Sólo leyendo Nikkei Asian Review se entera uno de esta estadística escalofriante: una de cada cinco condenas a prisión recae en mayores de 65 años, personas que delinque voluntariamente con la finalidad de ser encarcelados para no estar solos.
La tasa de natalidad lastra la sociedad japonesa: entre 2010 y 2015, la población ha descendido en un millón de personas y en 2018 el desplome fue de 200.000 personas. Otro tópico socorrido es el del modelo cultural de empleo para toda la vida. Cada crisis de las últimas décadas ha destruido miles y miles de puestos de trabajo; cada amago de recuperación ha agrandado la precariedad laboral, que abarca hasta un 40% de la población activa en la actualidad.
El gobierno de Sinzo Abe sostiene que los Juegos Olímpicos de 2020 serán, como los de 1964, un efecto balsámico [a este respecto, el autor se permite recomendar el anime Neo Tokyo, de Katsuhiro Otomo], referencia cultural para las varias generaciones de japoneses.
Abenomics es en realidad un catálogo de medidas sustentadas básicamente en el estímulo del gasto público y la expansión de la masa monetaria para contrarrestar la herencia deflacionaria. Pero si no ha dado todo lo que se esperaba se explica en parte porque la economía japonés ha sido pillada a contrapié por la desaceleración china y los efectos de la política comercial de Donald Trump.
A pesar de la recuperación de los ingresos fiscales, el objetivo del equilibrio presupuestario ha sido pospuesto por Abe de 2020 a 2025 e incluso esto resulta optimista a ojos de los analistas, que no ven cómo podría alcanzarse ahora un crecimiento excepcional desconocido. A la esclerosis del crecimiento y la crisis demográfica, hay que sumar una deuda pública disparada, que ha pasado del 50% del PIB en los años 90 a más de un 230% en la actualidad.
El panorama social con el que empieza la era Reiwa es contradictorio. La insuficiente renovación de la fuerza laboral ha propiciado el acceso de las mujeres al trabajo – generalmente en puestos part-time y con salarios inferiores – hasta el punto de que la fuerza laboral femenina ha llegado a homologarse estadísticamente a la occidental. Esto ha dado alas a un aspecto menos conocido de la política de Abe: el objetivo de que el 30% de los puestos de dirección en las empresas sean ocupados por mujeres… en 2020. Falta un año y sólo se ha alcanzado la mitad del objetivo.
En diciembre, el gobierno aprobó una ley según la cual durante los próximos cinco años espera atraer a 300.000 trabajadores extranjeros a un país históricamente receloso de la inmigración [de hecho, sólo hay 1,2 millones en el país]. Ocuparán puestos precarios en la hostelería, la construcción, la agricultura y, cómo no, la asistencia a domicilio de las personas mayores. Tal como ocurre en otros países – en España sin ir más lejos – el empleo que más crece es de baja cualificación. También es cierto que – a diferencia de España – más del 90% de los recién graduados universitarios encuentran trabajo, pero de una cualificación inferior a su formación. En consecuencia, los salarios caen, el poder adquisitivo se contrae y hay razones para temer los efectos de un alza inminente de los impuestos al consumo.
Un último apunte económico: las relaciones con China siempre han sido conflictivas pero no exentas de mutua conveniencia. En las actuales circunstancias, la guerra comercial de Donald Trump contra China golpea directamente a la economía nipona. El 37% de sus exportaciones se componen de partes electrónicas y equipos de fabricación, además de que en una cuarta parte se destinan a China
Mientras Estados Unidos y China estén enrocados en su batalla por la hegemonía global, Japón saldrá necesariamente escaldado. Dentro de un mes Osaka será anfitriona de la reunión anual del G-20 y Abe tendrá una oportunidad de liderar las posturas contrarias al proteccionismo. Hay quienes depositan en Japón la misión de encabezar el movimiento que se esboza para paliar el desgaste del capitalismo mundial. Y quienes, contra ese parecer, creen que esa misión es demasiado grande y quizás sea imposible.