El grupo BT, que para muchos sigue siendo British Telecom (nombre que abandonó en 1991), no pasa por sus mejores horas. A las dudas que genera entre sus accionistas la negativa a pagar dividendos este año, por primera vez, con el aviso de que los recortará en años sucesivos, se añade el grave retraso británico en el despliegue de fibra, muy por detrás de cualquier país del continente. Suma y sigue: el gobierno de Boris Johnson pone palos en las ruedas del antiguo ´incumbente` al exigirle que reemplace a cualquier coste la infraestructura instalada por Huawei. La guinda ha sido el anuncio de fusión entre O2 y Virgin Media, que puede arrebatarle su liderazgo estadístico del mercado.
Los pobres registros de Openreach, la división de infraestructura de red de BT, se han visto agravados por los picos de demanda de banda ancha de la pandemia en Reino Unido. Su red de fibra cubre actualmente 2,6 millones de hogares británicos, una penetración de apenas el 10%, aunque con planes de llegar a 20 millones de FTTH. Presión política no le va a faltar, porque Johnson se ha comprometido a que en 2025 en todos los hogares del país se pueda navegar por Internet a velocidades de gigabit.
Asumir ese compromiso político, en lo que atañe a BT, tendría un coste muy elevado: 12.000 millones de libras (14.000 millones de euros). Por esto, los movimientos de Philip Jansen, CEO desde febrero de 2019, no acaban de convencer a los inversores. El grupo vale en bolsa la cuarta parte de lo que valía hace cinco años. La responsabilidad de Jansen es sólo parcial: cuando cogió el mando, la acción cotizaba a 277,95 libras (el viernes pasado a 115,80). Entre tanto, el grupo ha completado la desinversión en activos de su filial BT Global.
Tampoco en Reino Unido se tolera meterse con los dividendos a los que todo accionista aspira: suspenderlos con el argumento del coronavirus y para reforzar las inversiones en fibra ha sentado mal a un accionariado muy fragmentado. De hecho, el día del anuncio, la cotización cayó a su mínimo en once años.
Para colmo, ese mismo día se presentaba en sociedad el acuerdo alcanzado por Telefónica y Liberty Global para fusionar sus negocios en Reino Unido, un ataque en plena línea de flotación al viejo navío de BT. Comprensiblemente, Jansen ha tratado de restar importancia a la noticia, que calificó como un proceso de consolidación previsible, pero la verdad es que complica mucho sus planes tanto en telefonía móvil como en banda ancha fija y televisión. Otro damnificado, el CEO de Vodafone, Nick Read, se lo ha tomado con fair play, por lo que parece que los competidores no van a objetar la operación, que probablemente hará una breve escala en Bruselas antes de recaer en el regulador Ofcom.
La competencia se multiplica por otros frentes. La compañía Cityfibre, que en 2018 prometía conectar con fibra 5 millones de hogares en 2025 tras invertir 2.500 millones de libras, ha dado un estirón: el pasado marzo anunció la compra de FibreNation, filial especializada del quinto operador, TalkTalk. El objetivo sube a 8 millones de hogares y la inversión a 4.000 millones de libras. Cityfibre no luce por su transparencia, pero los analistas la atribuyen un avance al ritmo de 125.000 hogares por mes.
La tardanza de los operadores en desplegar fibra ha dado oportunidad a los fondos especializados en infraestructura. Y, puesto que las finanzas de BT no son boyantes, circula un rumor según el cual Jansen se estaría planteando la venta de una participación en Openreach, que hoy es 100% propiedad de BT. Desde luego, es posible y no sería el primero en desprenderse de activos de infraestructura, un negocio típicamente financiero. Los analistas de Barclays valoran Openreach en 22.000 millones de libras, mientras los de Redburn rebajan hasta 14.000 millones.
Según Financial Times, no faltarían candidatos en tal hipótesis. El fondo australiano Macquarie estaría en primera fila, aunque lo niega con poco vigor. No hay duda de que en los tres últimos años, las adquisiciones de compañías de infraestructura han animado el mercado de capitales: además de la Macquarie, KKR, M&G Prudential y Goldman Sachs son conscientes de que ese negocio genera mucho efectivo aunque requiere una larga paciencia.
De momento, el “ahora no” que ha pronunciado Jansen resulta creíble, toda vez que el propio CEO acaba de invertir 2 millones de libras en acciones de la compañía que dirige. Es fácil imaginar el revuelo que se montaría si Jansen materializara la venta de Openreach con la subida consiguiente de la cotización. Pero, aun así, no está claro cómo piensa financiar el objetivo de 20 millones de hogares conectados por fibra. Porque, entre otros problemas, BT arrastra una deuda neta de 18.000 millones de libras y aún tiene pendiente una reestructuración que le costará dinero durante cinco años.
Por si lo anterior fuera poca cosa, la cruzada contra Huawei liderada por Donald Trump influye directamente en la política británica. El gobierno de Boris Johnson ha decidido que en el plazo de tres años, las redes de telecomunicaciones no podrán contar con más de un 35% de equipamiento provisto por Huawei. Una jugada que a BT le costaría la friolera de 500 millones de libras si se suman sus redes fija y móvil. Y aun así, una fracción del partido en el gobierno piensa que el límite debería bajar sustancialmente.
El regulador británico Ofcom calcula que el 44% del parque instalado en las redes de fibra ha sido suministrado por la compañía china. Lo que significa que los ingenieros deberían simultanear el reajuste de la red actual con la imprescindible aceleración de los nuevos despliegues. En julio de 2018, entonces con Huawei y Nokia como proveedores de referencia, los planes de BT preveían llegar en 2020 a unos 3 millones de hogares con fibra. Las nuevas metas pasan a 4 millones en marzo de 2021 y a 15 millones a mediados de la década. La cuestión es, claro está, cómo se pagará este esfuerzo con los estrechos márgenes que agobian a todo operador.
Se avecinan tiempos movidos en el mercado británico. No sólo por la complicada situación de BT sino por el efecto dominó desencadenado por la fusión de O2 y Virgin Media. Podrá haber acuerdos de compartición – voluntarios o forzados – pero cada operador tiene que pensar en sí mismo. Por tranquilo que se muestre en público Nick Read, el CEO de Vodafone, tendrá que dar algún paso con el cuidado de que satisfaga al regulador. Más que la adquisición de otro operador móvil [Three está muy cómodo en su tamaño y TalkTalk no aportaría mucho] quizá lo aconsejable para Vodafone fuera engrosar su patrimonio de fibra mediante una compra que, necesariamente, le costaría cara.
[informe de David Bollero]