8/02/2016

8Feb

Tenía previsto escribir sobre Taiwan y sus relaciones económicas con China continental, pero se me pasó el arroz y desistí. El terremoto del sábado en el sur de la isla me sirve una ´percha` de actualidad para volver sobre el tema, pese a que los daños del seísmo parece que no han afectado a la industria electrónica que abastece a prácticamente a todas las marcas del mercado mundial. Antes del suceso telúrico, las elecciones de las que salió victorioso el partido más proclive a distanciarse de Pekín habían hecho temblar los equilibrios de unos y la ambigüedad de otros.

El primer rasgo es una paradoja política: el Kuomintang (KMT), que ha gobernado la «isla rebelde» desde que Mao le ganó la guerra en 1949, ha perdido el poder por aproximarse demasiado a la doctrina de «una China dos regímenes», lo que se interpreta como reflejo de un cambio generacional que preconiza una más fuerte identidad taiwanesa. La ola juvenil que ha encumbrado a la nueva presidenta, Tsai In-weng, se ha entendido como una posible señal a otras naciones del sudeste asiático, siempre recelosas del régimen de Pekín. Es de sobra conocido que el momento económico es compleja, también en China.

Los lectores me disculparán el brochazo de geopolítica asiática. Una proclamación eventual de independencia no está en la agenda de nadie [la protección estadounidense excluye esa opción extrema] pero, si quiere cimentar su gobierno, Tsai tendrá que afrontar una delicada situación económica: la caída del PIB ha sido el epitafio del KMT, y la nueva presidenta promete estimular el crecimiento favoreciendo el desarrollo autónomo del sector electrónico. No es que no sea formalmente autónomo, sino que los empresarios locales se han dejado tentar por el señuelo de instalar factorías al otro lado del estrecho de Formosa.

El apetito inversor de China por controlar la industria de semiconductores taiwanesa ha creado aprensión en la isla. En noviembre, el grupo Tsinghua – el mismo que pretende comprar la estadounidense Micron, o al menos su fábrica de memorias en Taiwan – compró una participación en la taiwanesa Powertech y al mes siguiente hizo lo propio con Siliconware y ChipMos. Durante la campaña, la candidata Tsai calificó estos movimientos como «amenazas contra nuestra singularidad industrial». Como contrapeso, la firma del acuerdo de libre comercio de los países del Pacifico (al que no ha adherido Pekin), que entrará en vigor este año, daría a Taiwan un acceso privilegiado a otros mercados, rebajando su dependencia del vecino. Otro factor explosivo es la creación de una cuarta rama militar, especializada en seguridad informática, cuya finalidad explícita es contrarrestar los ciberataques y el espionaje originados en la ´madre patria`.

La situación es así de complicada, y la feria Computex de 2015 lo ha puesto de relieve . Hace unos cuantos años, varios fabricantes de componentes optaron por convertirse en marcas de PC, primero, y de móviles, después, para rivalizar con las occidentales. Y por un tiempo lo consiguieron. Hoy puede decirse que HTC ha perdido relevancia, que el fundador de Acer sugiere su disposición a vender, contrariando así los planes de su CEO mientras que Asus se va salvando gracias a que no ha abandonado su integración vertical. Las compañías continentales (Huawei, Lenovo y Xiaomi) les han arrebatado el protagonismo y los mercados. Las exportaciones electrónicas de Taiwan han caído en más del 20% en 2015, y los numerosos contratistas que fabrican para las marcas occidentales (en especial Foxconn) son taiwanesas de fachada, pero han desplazado su producción a China.

Un artículo reciente en la web Digitimes atribuía este retroceso a una cultura conservadora: los fundadores de la industria electrónica taiwanesa son septuagenarios y, en el caso de TSMC – una potencia de los semiconductores capaz de competir con Intel – la batuta sigue en manos de Morris Chang (84 años). La tesis del texto es la siguiente: tras décadas de ´exilio` el liderazgo industrial sigue prisionero de un «síndrome de supervivencia»: innovan pero sólo lo justo para mantenerse competitivos como contratistas, cercenando las iniciativas de marketing. Si las órdenes de pedido que llegan desde Estados Unidos flaquearan, la industria taiwanesa estaría condenada.

Tal vez la tesis sea en exceso catastrofista, dictada por el ambiente político. Horace Luke – a quien conocí años atrás como diseñador de los primeros Android fabricados por HTC – es hoy un emprendedor exitoso en su país, y sostiene que Taiwan debería hacer valer la capacidad acumulada para estrechar vínculos con otros países de la región en nuevas áreas tecnológicas avanzadas, como las baterías o la biomedicina, en lugar de dejarse atraer por las oportunidades que ofrece la vecindad del continente.

Naturalmente, China es un imán muy poderoso para una isla a 180 km de distancia y con sólo 23 millones de habitantes. Hasta no hace mucho, el fenómeno simbólico de una normalización de relaciones era la instalación de fábricas propiedad de inversores taiwaneses; la novedad es que las fábricas son de capital chino, necesitan tecnología y, en consecuencia, reclutan ingenieros taiwaneses. Un estudio reciente revela que 600.000 jóvenes taiwaneses pasan la mitad del año en China, estudiando o trabajando. Horace Luke es de los que piensan que, si no quieren quedarse en casa, lo mejor sería que tramitasen visados para el Silicon Valley.


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