Un respetable colega, que sigue una dieta casi exclusiva de manzanas, escribía ayer que la caída de Nokia en bolsa, tras la presentación de los nuevos Lumia, es un aviso del fracaso que puede sufrir Windows Phone 8. Como poco, es una opinión apresurada. Y es un error tomarlos altibajos bursátiles como expresión de una voluntad colectiva, supuestamente racional. El descenso de las acciones de Nokia es fácil de explicar: es el rebote tras el subidón que han vivido desde julio, empujado por las expectativas en la aparición de estos modelos. Cumplido ese requisito, los inversores vuelven a operar en corto, tomar y deshacer posiciones, que ese es su modo de vida. Lo que no significa que Nokia esté ya con un pie fuera del purgatorio, ni mucho menos.
Sobre los móviles y la bolsa tengo previsto un post para la semana próxima. Entretanto, advierto que un titular como “los móviles de Nokia no convencen al inversor” es falaz o, como poco, ingenuo. A quienes tienen que convencer Nokia (y Microsoft) no es a los inversores sino a los usuarios, y en esta tarea les correspondería un papel a los operadores.
Precisamente esta semana, en el encuentro anual del sector telecomunicaciones, del que regresé ayer, un tema recurrente de comentario era el deseo manifiesto de los operadores – al menos tres de los cuatro – en que Nokia vuelva a ser competitiva y Microsoft recupere cuota de mercado. Para ellos, que a menudo han expresado su disgusto con las prácticas de Apple y su desconfianza hacia Google, resulta interesante la existencia de una alternativa viable. Los operadores pecan de muchas cosas, pero no de forofismo.