Se sorprende mi amigo Mario Kotler del ruido que se ha montado por el retorno de Jack Dorsey al puesto de CEO de Twitter, empresa que fundó en 2006. La dimisión de Dick Costolo em junio (forzada por Dorsey entre bambalinas), tras desempeñar esa función durante cinco años, creó un vacío que el fundador llenó interinamente, pero no al gusto de todos los accionistas. De ahí viene el debate acerca de si es el más indicado para sacar a la compañía de su estancamiento. Porque la verdad es que, pese a su popularidad y a haber intentado casi todas las fórmulas de ´monetización`, Twitter sigue sin dar beneficios. Dorsey fue apartado en 2008 por los miembros del consejo; ahora se toma la revancha.
Por lo que he leído, se le reprocha que crea poder repartir su tiempo con otra empresa que fundó y de la que también es CEO, Square. Si se sorprende Mario, vecino de San Francisco, con igual razón me sorprendo yo, que no entiendo por qué el pluriempleo vale para un camarero y no para un multimillonario de 38 años. ¿No habíamos quedado en que Internet – de la que Twitter es un paradigma global – facilita la ubicuidad y el teletrabajo? Además, ¿qué tiene de extraordinario dirigir a la vez dos empresas separadas por un centenar de metros en Market Street?
Se ha traído a colación que Steve Jobs simultaneó durante años la dirección de Apple con la de Pixar, sin que a nadie le extrañara. La alusión tiene truco: se da por sentado que Jobs fue un genio, pero no está probado que Dorsey lo sea. Admiradores y detractores se han puesto a discutir si es «el nuevo Steve Jobs», o si el titulo le queda grande. Confieso, sin ofender a nadie, que Steve Jobs no es mi héroe, y no me inclino por ninguno de los dos como modelo a seguir por mi descendencia. Visito el Silicon Valley un par de veces al año, por lo que creo reconocer el olor ideológico de sus apologetas: deja la universidad y conviértete cuando antes en emprendedor, es la supuesta fórmula del éxito. [espero con interés la próxima novela de Jonathan Franzen, que dicen trata del mesianismo californiano].
Tras ver la noticia en primeras páginas de grandes diarios, he llegado a comprender que Dorsey es una anécdota. Lo que realmente importa es la pregunta de si Twitter tiene futuro. Que sus acciones subieran tras conocerse la decisión, no me dice nada: han subido, sólo para volver a un 62% del precio de salida a bolsa en noviembre del 2013. En nueve años de vida, no ha tenido beneficios, y en el primer semestre de este año, ingresó 938 millones de dólares con 299 millones de pérdidas. ¿Se puede seguir así?
Los 325 millones de usuarios de Twitter palidecen frente a los 1.500 millones de Facebook y en lugar de aumentar disminuyen. Según opinan los analistas, este no es el problema, sino la volatilidad del uso, que se dispara con ocasión de grandes – e inesperados – acontecimientos. La insuficiencia de lo que llaman engagement, es el factor clave que explica el recelo de los anunciantes.
Hace poco, cuando se anunció un acuerdo con Google por el que los tuits abiertos serán indexados por el buscador, se extendió el rumor de una posible compra de Twitter. Con Dorsey al frente, vuelve a hablarse de esa posibilidad, con el matiz de que Google ya no se llama Google, y que en la lista potencial de Alphabet está en blanco la letra T.