La voluntad de Michael Dell de retomar el control de su empresa Dell Inc. retirándola de cotización, se ha convertido primero en culebrón y luego en una lección de golpes bajos. Cuando el primero rechazó la oferta de apoyo del fondo Southern Assets Management en su maniobra de ´privatización`, seguramente no imaginaba que le devolverían el desprecio asociándose con el tiburón financiero Carl Icahn para promover una oferta hostil, superior en precio y con la intención declarada de mantenerla en bolsa. Tanto el fundador como un comité del consejo de administración, han juzgado que esta oferta no tiene suficiente sustento financiero para salir adelante.
El embrollo continúa, porque Icahn y sus socios han publicado una carta abierta en la que afirman contar con 5.200 millones de dólares en deuda ya comprometida para financiar la transacción. Esta cantidad, añadida a 7.500 millones de la tesorería de la compañía y 2.900 millones de la venta de activos, sumaría los 15.600 millones que necesita para pagar 14 dólares por cada una de los 1.100 millones de acciones de Dell. Son sólo 35 céntimos de diferencia con la oferta oficial, y es posible que Michael Dell y quienes le acompañan pudieran igualarla o superarla, pero está en juego mucho dinero y no poco orgullo.
En el fondo y en la forma, la carta abierta refleja la precariedad del andamiaje montado por Icahn, opinan los analistas en una primera reacción. Mayoritariamente, piensan que lo primero que haría el bucanero sería cambiar el equipo directivo (empezando por el fundador, naturalmente) e interrumpir el proceso de transformación de la compañía, en un contexto de competición feroz. Como ha ocurrido en otros casos, la maniobra de Icahn podría desembocar en un desguace de activos, que es su modus operandi para «devolver valor al accionista». Una lección, como digo, poco edificante.