La sombra del caso Snowden sigue perturbando las relaciones económicas entre Estados Unidos y el resto del mundo. La semana pasada, el gobierno alemán canceló un contrato de servicios con la filial local del operador alemán Verizon, y se lo adjudicó en cambio a Deutsche Telekom. Es un episodio más de las consecuencias de la revelación del espionaje americano sin distinción entre enemigos y aliados. Alemania es un aliado, sin duda. ¿Y China? Esto depende del punto de vista y de las circunstancias. Primera acreedora del gobierno de Estados Unidos y candidata a primera potencia económica del mundo, los recelos que despierta son más que evidentes.
En enero, cuando IBM y Lenovo pactaron en 2.300 millones de dólares la compraventa de la división de servidores x86 de la primera, las partes parecían seguras de que no encontrarían obstáculos. En abril, cuando este cronista fue invitado a una convención de directivos de Lenovo, pudo desayunar con directivos de IBM – también invitados, discretamente pero no en secreto – sin más reparos que los formales. Mas tarde, en la conversación con Gerry Smith, directivo de Lenovo encargado de desarrollar el negocio una vez se haya aprobado la operación, tampoco hubo dudas al respecto.
Desde entonces, las cosas se han complicado políticamente. Barack Obama tiene urgencia por contrarrestar las acusaciones de blandura en su política exterior. No soy quien para decir que China sea un chivo emisario, porque en materia de espionaje nadie puede tirar la primera piedra, pero parece que la administración Obama está atrapada: la derecha republicana le exige mano dura, la industria de las TI le hace responsable por la pérdida de un mercado en el que ponía expectativas de crecimiento. Del otro lado del Pacífico, el gobierno chino aprovecha la circunstancia para apretar las tuercas a empresas como IBM, Cisco, Microsoft y Oracle, a la vez que pone el grito en el cielo por las trabas que las compañías chinas encuentran en EEUU.
Este es el contexto de hipocresía mutua con el que tropiezan IBM y Lenovo para cerrar su contrato. El traspaso de los activos de la primera podría no producirse en agosto, como suponía Smith en la entrevista con este blog. Si así fuera, la cuenta de resultados de IBM seguiría a la baja, y sus competidores usarían en su favor el argumento de la incertidumbre.
A menos, claro está, que IBM y Lenovo puedan ofrecer contrapartidas que salven la cara a los burócratas de Washington. En realidad, la documentación adicional requerida por la CFIUS – órgano dependiente de la secretaría del Tesoro – es un pretexto como otro cualquiera. No tiene sentido sospechar que los servidores x86 puedan representar, en manos de Lenovo, una amenaza para la seguridad del gobierno y las empresas de EEUU hasta ahora son clientes de IBM. No hubo tal sospecha en 2005, cuando IBM vendió su división de PC a Lenovo, por la sencilla razón de que ninguna de las dos tecnologías tiene relevancia «estratégica». Hubo, es cierto, un desplazamiento de compras del gobierno federal en favor de HP y Dell, dos marcas americanas aunque su hardware se produce en China con componentes en su mayoría chinos. Lo mismo podría ocurrir ahora: al fin y al cabo, los servidores de IBM se fabrican en China, y no deja de ser curioso que los empleados de su planta en Shenzhen se hayan puesto en huelga porque prefieren trabajar para un empleador estadounidense que para nuevo patrón chino.
Las negociaciones continúan, y puede que al final la solución haya estado desde el primer día al alcance de la mano: Lenovo se comprometería a que el soporte y mantenimiento de sus servidores en Estados Unidos, tanto de la base instalada como de los que venda en lo sucesivo, sea prestado por IBM durante un período no menor de cinco años. Entretanto, no hay signos de que el gobierno chino esté dispuesto a ceder recíprocamente en su hostilidad hacia la actividad de las empresas estadounidenses en su país.