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  29/01/2019

29 de enero 2018

Al ver imágenes de Michael Dell en Davos encabezando la oposición a la iniciativa de una congresista estadounidense que propone un impuesto “a los muy ricos”, he recordado el incumplimiento de mi promesa de comentar en este newsletter el retorno a bolsa de Dell Technologies, consumado el pasado 28 de diciembre tras cinco años de ausencia.

En Davos, precisamente, Michael Dell declaraba que “durante el período en que no cotizamos, transformamos profundamente la compañía. Actualmente, el 90% de nuestros ingenieros son especialistas en software. Los ingresos han crecido un 17% en los últimos nueve meses y nuestro negocio de datacenter ha crecido un 22%”.

Para la compañía [estoy harto de leer que fue fundada en el dormitorio de una residencia universitaria] la estrategia ha sido fructífera. El trimestre pasado arrojó un alza del 15% en sus ingresos y se espera que cierre 2019 con un rango de entre 90.500 y 92.000 millones de dólares.

Pero no es esto lo que pretendo comentar. Tras los decepcionantes días de regreso a Wall Street, Dell Technologies resulta ser uno de los muy raros casos en los que la capitalización bursátil de una empresa es inferior a la de las empresas (también cotizadas) que controla. Concretamente, a  45 dólares por acción, su valor en bolsa es de unos 34.000 millones de dólares, en tanto que la combinación de VMware (el 81%) y sus participaciones minoritarias en Pivotal Software y SecureWorks que suman 56.000 millones.

En noviembre, el CEO de VMware, Pat Gelsinger, decía confiar en que el desenlace de la operación pondría de relieve el valor de la empresa que dirige. Así ha sido: la discrepancia de valor entre Dell y VMware obligó en diciembre a Michael Dell a subir su oferta por las  acciones de transición (DVMT), supuestamente alineadas con las de su participada. Desde entonces, la cotización de Dell se ha estancado por debajo del precio de salida, mientras la de VMware ha aumentado un 10% durante este lapso de tiempo.

Los analistas sostienen que a su precio actual la acción de Dell está barata y supongo que tendrán razón. Por ejemplo, Jim Suva, de Citigroup, la califica de “muy atractiva” y augura un gran salto en sus beneficios del segundo semestre de 2019 [durante el primero, prevé, tendrá que enjugar costes derivados de la consolidación].

A lo que quiero llegar es a que Michael Dell y sus socios de SilverLake controlan el 73% del valor de Dell [55% y 18% respectivamente] pero asumen la mayor carga de la deuda comprometida en 2015 para comprar EMC en 67.000 millones de dólares. Quienes han echado cuentas calculan que esta “fusión inversa” (sic) les habría aportado como premio unos 10.000 millones de valor sustraído a los poseedores de acciones DVMT. Es normal que los damnificados se venguen depreciando las acciones de Dell que han recibido a cambio de las DVMT.

La agencia Bloomberg, en su Billionaires Index, atribuye a Michael Dell una fortuna de 27.000 millones de dólares, que ha acumulado partiendo de los 15.000 millones de 2013, año en que inició su maniobra de ingeniería financiera. ¿Puedo concluir que hoy es 12.000 millones más rico que hace cinco años? En ese caso, no me extraña su hostilidad hacia un impuesto que tiene cero posibilidades de ser aprobado.


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