28/03/2014

28Mar

En febrero, durante el Mobile World Congress, tuve que caminar un buen trecho tras un personaje que llevaba puestas unas Google Glass y hacía todo lo posible para que se notara. Algunos le rehuían, se apartaban a su paso, a mi acompañante le pareció ridículo. El tipo era lo que en Estados Unidos han dado en llamar un glasshole [en slang americano, un asshole es un tonto del culo]. Aquella escena, y las noticias de ciertos incidentes con portadores del aparato, me han hecho ver que Google tiene muy difícil lograr que sus gafas interactivas sean aceptadas por el público más allá de algunas celebrities que se han prestado a lucirlas.

El capricho ´visionario` de Sergei Brin y su equipo de techies tiene muchos visos de salir como un tiro por la culata, desde el punto de vista de la imagen. No parece que este sea el mejor momento para que las Google Glass se incorporen a las costumbres sociales, en medio de un rebrote de inquietud por la intimidad individual. Aunque es cierto, como dice Google en su descargo, que «vivimos una época en la que la gente graba y guarda de todo». Si lo dice para tranquilizarnos… en fin.

El problema es lo bastante serio como para que Google tuviera que difundir unas orientaciones sobre cómo usar comedidamente sus gafas en lugares públicos. De poco sirvió el protocolo para disuadir a los «exploradores» (así llama Google a los glassholes) más descarados, y las cosas han llegado al punto en que algunos bares de San Francisco las han prohibido a sus parroquianos. Días atrás, Google colgó en su blog corporativo un texto que pretende desmentir «10 mitos sobre las Google Glass».

Entre otros mitos, mitos, desmiente que sean una distracción del mundo real, porque permiten hacer vida normal mientras se usan. La frase más graciosa del decálogo es una que define a los exploradores como gente corriente: padres de familia, bomberos (sic), cuidadores de zoo (atención animales), estudiantes de cine, periodistas y médicos. Sostiene Google que sus gafas no son idóneas para espiar: «si ese fuera nuestro objetivo, las hubiéramos hecho mejor; de hecho, cuando se activan se enciende un piloto y sólo graban diez segundos». Por si acaso, avisa que se trata sólo de un prototipo. Vale, entendido.

El acuerdo anunciado con Luxottica, la empresa italiana propietaria de las marcas RayBan y Oaxley, tiene mucho de truco publicitario por ambas partes. La iniciativa busca a) ratificar que Google confiará a terceros la fabricación y venta de modelos comerciales de sus gafas, y b) aspira a que sean acogidas por la industria de la moda. Del acuerdo – aún provisional – se desprende que Google tendrá la última palabra en la aprobación de las aplicaciones de las Google Glass, cualquiera sea la marca bajo la que se venda el hardware.

Se puede discutir si las Google Glass tienen o no un modelo de negocio plausible, pero la convocatoria a desarrolladores de aplicaciones será una prueba por la que tendrá que pasar la nueva versión de Android para wearables. Lo que sí parece poco probable es que una empresa que tiene una visión mesiánica del mundo, tire la toalla en esta apuesta sólo porque ha empezado torpemente.


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