No he visto la noticia publicada en otros medios, pero R.B. un lector que tengo en un banco y suele enviarme pistas, me envía una pieza del FT firmada por Simon Samuels, ejecutivo retirado del Barclays. El asunto es este: por si no fueran bastantes los contratiempos que últimamente vive Alemania, Samuels cuenta que el Deutsche Bank reconoce haber transferido accidentalmente 6.000 millones de dólares a una cuenta equivocada, y revirtió la transacción 24 horas después. Apelando a su experiencia, Samuels advierte que operaciones por miles de millones no son tan raras como uno podría suponer. Pero un asunto lleva a otro.
Aunque el error no fuera informático, sino (presuntamente) humano, sirve para poner de relieve que la causa última es la escasa inversión del banco en TI. De accidentes y parones informáticos, la banca europea ha estado servida en los últimos por no hablar de los ciberataques, que no vienen al caso. Sostiene Samuels que la banca ha recortado sus inversiones en TI para destinar recursos al pago de las sanciones que ha merecido por conducta impropia. Y que, según sus cálculos, han implicado desembolsos por un total de 300.000 millones de dólares en los últimos cinco años. Una cifra que equivaldría a diez años de inversión agregada en TI de los bancos de Estados Unidos y Europa. Ahora se ven las consecuencias.
«El problema no puede destaparse en peor momento […] Históricamente, la banca se ha acomodado a la idea de que, aunque su servicio fuera de mala calidad, estaría más protegida que otros sectores gracias a la inercia de los clientes […] Pero los tiempos han cambiado. Las deficiencias tecnológicas hacen vulnerables a los bancos». Vulnerables a fallos de sus sistemas, pero también a algo que no esperaban, la pérdida de negocio.
Si se piensa en la cantidad de escándalos bancarios, con sus consecuencias regulatorias, sumada al hartazgo de los clientes «no es sorprendente que la relación entre bancos y clientes sea hoy peor que nunca». Puede que la perspectiva de Samuels esté dictada por malas experiencias en Reino Unido, pero es un toque de atención: nunca como ahora los bancos han tenido tan mala imagen. Esto coincide con la aparición de nuevos rivales que no son bancos y se benefician de las últimas tecnologías para atacar los segmentos más rentables del negocio bancario.
Enumera Samuels algunos ejemplos de lo que ha dado en llamarse fintech: Transfer Wise, servicio de transferencias internacionales, Algomi, una plataforma especializada en negociación de bonos, Funding Circle, uno de los varios exponentes de préstamos P2P para pequeñas empresas, NerdWallet, banca de consumo, y así podría seguir porque la lista es muy larga, y extiende su sombra sobre el sistema financiero. Algunos bancos, entre ellos los líderes del mercado español, están espabilando.
Para terminar: nuestro autor avisa de que no vale de nada razonar que algo parecido ocurrió en los 90 con una hornada de bancos online que, al poco tiempo, fueron derrotados o digeridos por las marcas establecidas. Esta vez es diferente porque 1) la tecnología es más sofisticada, 2) a los intrusos no les interesa convertirse en bancos sino arañar segmentos del negocio bancario, 3) la crisis y ciertos desmanes han abierto una brecha entre la banca y sus clientes y [por esto lo traigo aquí a colación], 4) las TI de gran parte de los bancos deslucen al lado de la que han montado los advenedizos. Samuels cierra su texto con un llamamiento que – me temo – será acogido como la ocurrencia de un jubilado: que los accionistas de los bancos acepten sacrificar una parte de los beneficios distribuibles para destinarla a invertir en tecnología. Gracias, R.B. por mantenerme al tanto.