29/03/2015

27Mar

Días atrás, Adobe anunció su «tercera nube». Después de Creative Cloud y Marketing Cloud, llega Document Cloud, que es en realidad una reinvención de Acrobat, su producto más popular [35 millones de usuarios registrados, 50.000 millones de documentos pdf abiertos cada año] pero no el más rentable. En su versión cloud, incorpora la tecnología de firma electrónica EchoSign, y pretende revolucionar los procesos de edición, distribución, almacenamiento y gestión de documentos. La expresión «tercera nube» merece una explicación.

No sé si habrá un caso equiparable de conversión de una empresa de software en empresa de servicios. Ni de transformación del modelo de licencia ´perpetua` al de suscripción. En dos años y medio, desde marzo del 2012, Adobe ha manejado admirablemente esa transición: pocos usuarios de Photoshop, In Design o Illustrator comprendieron entonces por qué, en lugar de seguir presentando periódicamente nuevas versiones – que ellos tendían a dejar pasar en espera de la siguiente – Adobe les proponía un régimen de pagos mensuales, cuyo inconveniente era que, si dejaban de pagar, se quedarían sin software. Desde la presentación de Creative Cloud hasta enero de 2015, el número de suscriptores ha pasado de cero a cuatro millones. En tres años, las ventas de software empaquetado no han bajado en la misma proporción.

Desde luego, Adobe es una compañía muy diferente a aquella que visité hace ocho años. Para el CEO, Shantanu Narayen, el riesgo era considerable: las ventas de licencias – sumados todos sus productos – ingresaban 3.400 millones de dólares en 2011, con un margen bruto del 97%; pero, a medio plazo, la curva de renovaciones descendería. No es muy distinto del problema que tendrían en los años siguientes Microsoft, Oracle, SAP y otras empresas de software, cuando decidieron adoptar el hoy generalizado modelo SaaS. En 2014 [su año fiscal cierra a finales de noviembre], Adobe ingresó en total 4.148 millones de dólares, y por primera vez las suscripciones superaron a la facturación por licencias. Su ingreso medio por usuario es alto: 451 dólares por año, o 37 dólares por mes.

Los productos creativos – licencias de Creative Suite más suscripciones a Creative Cloud – suman el 45% de los ingresos totales de Adobe. El segundo gran capítulo es la división Marketing Cloud, cuyo origen se remonta a la compra de Omniture. Hubo quien opinó que era una costosa distracción para una compañía de software, pero la apuesta salió bien: ha tenido una ratio de crecimiento del 83% anual, a favor del boom de social media. En 2014, esta división ingresó 1.200 millones de dólares, pero Narayen ha dicho que «es una oportunidad de 10.000 millones». Esta plataforma de marketing digital tiene competidores muy fuertes, y su especialidad son las herramientas de análisis y optimización, consumer targeting, etc.

A estas dos nubes, se suma ahora la tercera. La familia Acrobat es la tercera en volumen por ingresos, y los análisis contemplan que de 768 millones podría pasar a 1.200 millones a finales de la década, si se cumple el pronóstico de 8,8 millones de suscriptores.

No es mi propósito abrumar con más cifras, sólo poner de relieve un caso digno de reflexión: cuando se habla – a veces con ligereza – del auge de cloud computing, cualquiera sea su acepción, conviene saber que no es un cometa caído del cielo, sino una delicada reconversión en la que lo existente declina y lo nuevo emerge: la dificultad está en manejar con cuidado las dos curvas. Y hasta ahora, hay pocas experiencias que sean realmente rentables. Cuando Narayen tomó aquella decisión, podía intuir que Flash, banderín de enganche de Adobe, estaba condenado a una lenta extinción.

Al ritmo que van las cosas, en 2017, cuando se cumplan cinco años del nuevo modelo de negocio, sabremos si ha sido suficiente; pero con el anterior, difícilmente su acción habría pasado de 38 a 73 dólares.


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